Por Raúl Villavicencio
Chupacigarro, o Caral como en la actualidad se le conoce, se encuentra a 182 kilómetros de Lima. Es considerada la ciudad más antigua de América y una de las más longevas en todo el orbe de acuerdo a distintos exámenes de radiocarbono, teniendo una data de aproximadamente cinco mil años (3000 a.C.). Con esos nuevos datos Chavín de Huántar, otra ciudad del Perú, dejó de ser el referente respecto a una línea del tiempo de los primeros habitantes.
Compuesta de diversos edificios gubernamentales y varias residencias para sus funcionarios, esa milenaria ciudad está impregnada en todos sus rincones de bastante religiosidad. Diversos estudiosos, entre los cuales se destaca la arqueóloga Ruth Shady, estiman que en su momento de mayor auge la ciudad de Caral llegó a albergar cerca de 3000 mil habitantes, todos ellos distribuidos por una severa jerarquía.
El pasado 28 de junio se cumplieron 15 años de la inscripción de la ciudad sagrada en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco y es importante revalorar toda la riqueza cultural que dejaron los hombres del pasado. Empezando por destacar el alto nivel de organización de la ciudad, sirviendo como centro administrativo, económico y religioso, algo que permite distinguir que abarcaba una extensa región de lo que ahora pertenece al Perú. No es menos importante recalcar que todo ello se obtuvo de manera pacífica, pues no se han encontrado hasta la fecha evidencias de armas, ejércitos o relatos sobre alguna dominación a un poblado vecino.
A propósito, Ruth Shady enfatiza esto último, indicando que ese impresionante crecimiento se debió a que esa civilización se mantuvo durante un largo periodo en armonía con la naturaleza y también con otras civilizaciones inferiores a esta, poniendo como prioridad para su subsistencia el intercambio comercial.
Sin embargo, en la actualidad no todo es positivo en Caral. Ya varios antropólogos y habitantes de la misma zona vienen denunciando la aparición de traficantes de terrenos quienes propician la invasión a la ciudad sagrada. El problema se recrudece debido a la ausencia de efectivos policiales o vigilantes que persuadan a los potenciales invasores. Y cómo no soslayar el trabajo que viene realizando el Mincul, el cual redujo los fondos para su conservación, pasando de 17 a solo 11 millones este año.
(Columna publicada en Diario UNO)