Por Raúl Villavicencio
La pandemia por el Covid-19 y las protestas sociales en el sur del país obligaron a que una de las principales festividades del país (y también del mundo) tenga que permanecer alejadas de los turistas nacionales y extranjeros cerca de cuatro largos años. Las peregrinaciones, devoción, el fervor y también las danzas, los trajes de colores y el calor de toda una población tuvieron que esperar pacientemente.
A los pies del lago Titicaca emerge un derroche incontenible de algarabía, fraternidad y misticismo, donde las banderas de distintas naciones indígenas y aimaras se alzan para lo que es una de sus festividades más trascendentales desde hace quinientos años, cuando de manera primigenia los españoles empezaron a difundir sus creencias a los antiguos nativos. Algunos historiadores concuerdan que en las fechas en que ahora se celebra la festividad de la Virgen de la Candelaria anteriormente se realizaba otra festividad alusiva a la Pachamama, muy tradicional del mundo indígena, siendo superpuesta por la primera.
Desde hace varios siglos el día central es cada 2 de febrero, en donde hace su aparición para las multitudes la sagrada imagen de la Virgen de la Candelaria, ornamentada por impecables y coloridos arreglos florales. Su paso en procesión es el momento más esperado para todos sus creyentes, quienes muchos de ellos tuvieron que realizar grandes sacrificios para estar junto a ella, año tras año, ya sea viajando a pie, de rodillas, o hasta arrastrándose, agradeciéndole por las bendiciones derramadas.
Con el pasar de los años aquella festividad religiosa se fue abriendo más al público en general, apreciándose en la actualidad cientos de miles de danzantes que no paran de bailar durante horas. No faltan los carnavales, la música y, cómo no, el infaltable licor que acompaña en cada momento a los visitantes.
Cielo, tierra, Apus, danzas y devoción se unen por unos instantes en las alturas del mundo andino, donde los de arriba y los de abajo, pobres y ricos, grandes y chicos, asisten a un evento cultural considerado como Patrimonio Cultural desde el año 2003 por el Perú, y desde el 2014 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco luego de un consenso con el hermano país de Bolivia.
Puno vuelve a latir y estará de fiesta hasta el quince de febrero.