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CABRERA INFANTE SIGUE ESCRIBIENDO MEJOR

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1.

Cuando Guillermo Cabrera Infante (Cuba, 1929 / Londres, 2005) murió nadie le creyó durante varios días. Infame, más que Cabrera, el escritor cubano había muerto tantas veces que sus exequias fueron sus ex entelequias y todo para que siga vivo. Así, Cabrera Infante ha publicado a la fecha otros tantos libros más. La ninfa inconstante, Cuerpos divinos y este último: Mapa dibujado por espía (Galaxia Gutenberg, 2013) que resulta un libro escrito por otro Cabrera Infante, un tipo duro para un libro difícil, extraño. En él resulta imposible reconocer a ese autor musical de quien se enamoraron generaciones de lectores. Escrito con una prosa desnuda, directa, descriptiva, sin juegos, humor ni retruécanos, el escritor cuenta los días de un viaje infernal.

Cuatro años antes, tras el cierre de Lunes de Revolución —suplemento que él dirigía—, el escritor cubano fue alejado y enviado a Bruselas como agregado cultural de la embajada cubana en Bruselas. En la capital belga escribió Vista del amanecer en el trópico –después reescrito debido a la censura franquista como Tres tristes tigres—, una celebración a La Habana previa a la Revolución y novela fundamental del “boom” latinoamericano, ganadora del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral.

En 1965, cuando se enteró de que su madre estaba muy grave, Cabrera Infante volvió a La Habana, pero no llegó a tiempo de verla viva. Asistió al entierro y una semana después intentó volver a Bélgica llevándose consigo a sus dos hijas. Cuando estaban en el aeropuerto, el escritor recibió la orden de no subirse al avión y de regresar a La Habana para entrevistarse, al día siguiente, con el ministro de Relaciones Exteriores. Así comenzó la pesadilla kafkiana de innumerables postergaciones y constataciones: la de una Cuba policial, la de un Estado autoritario que persigue a homosexuales, disidentes, contrarrevolucionarios… Un lugar en el que cualquiera es sospechoso, en el que todos hacen silencio y que se delatan entre sí antes de que alguien lo haga con ellos temen.

2.

En los años que permaneció el manuscrito engavetado a la espera de una reescritura, Guillermo Cabrera Infante le dio dos títulos: Ítaca vuelta a visitar y Mapa dibujado por un espía. Al momento de publicarse, el editor AntoniMunné se decantó por este último. ¿La razón? Según se supo gracias a Miriam Gómez, el título le habría surgido a Cabrera Infante luego de ver en el despacho de Alejo Carpentier un mapa de La Habana. ¿Qué tenía de especial? Pues un detalle que el poeta reveló entonces al novelista: lo había hecho un espía inglés en el siglo XVIII. Para quien, años después —ya exilado y enfermo tras una severa depresión— recuperó la memoria estudiando un mapa de La Habana, obligándose a traer de vuelta el recuerdo las calles de la juventud que los electroshocks le arrebataron, no puede existir acaso pista más amarga, más cierta, más terrible.

Mario Vargas Llosa ha escrito: “Su prosa es una de las creaciones más personales e insólitas de nuestra lengua, una prosa exhibicionista, lujosa, musical e intrusa, que no puede contar nada sin contarse a la vez a sí misma, interponiendo sus disfuerzos y cabriolas, sus desconcertantes ocurrencias, a cada paso, entre lo contado y el lector, de modo que éste, a menudo, mareado, escindido, absorbido por el frenesí del espectáculo verbal, olvida el resto, como si la riqueza de la pura forma volviera pretexto, accidente prescindible el contenido. Discípulo aprovechado de esos grandes malabaristas anglosajones del lenguaje, como Lewis Carroll, Laurence Sterne y James Joyce (de quien ha traducido, de modo impecable, `Dublineses’), su estilo es, sin embargo, inconfundiblemente suyo, de una sensorialidad y euritmia, que él, a veces, en uno de esos arrebatos de nostalgia de la tierra que le arrebataron y sin la cual no puede vivir ni, sobre todo, escribir, se empeña en llamar cubanas. ¡Como si los estilos literarios tuvieran nacionalidad! No la tienen”.

En realidad, es un estilo sólo suyo, creado a su imagen y semejanza, por sus fobias y sus filias o su oído finísimo para la música y para el lenguaje oral, su memoria elefantiásica para retener los diálogos de las películas que le gustaron y las conversaciones con los amigos que quiso y los enemigos que detestó, su pasión por el gran arte latinoamericano y español del cotilleo y la broma delirante, y la oceánica información literaria, política, cinematográfica y personal que se arregla para que llegue cada día a su cubil empastelado de libros, revistas y vídeos de Gloucester Roadó, y que está a años luz de distancia de los de otros escritores tan cubanos como él: Lezama Lima, Virgilio Piñera o Alejo Carpentier.
A Guillermo Cabrera Infante le gustaba definirse a sí mismo como “un periodista que escribe novelas”. Lo que parecía casi una broma más del autor de Tres Tristes Tigres, que entendíamos como la reivindicación de su aparición continua e iluminadora en la prensa escrita, porque lo habíamos leído primero como novelista, tiene ahora significados nuevos: vocacionales y estrictamente profesionales. Efectivamente, Guillermo Cabrera Infante fue un periodista, un crítico y un informador, y de primerísimo nivel.

4.

Este primer tomo de las Obras Completas (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), que es también el primero de los tres dedicados al cine —si incluyen finalmente sus guiones—, rescata, en torno a Un oficio del Siglo XX, la infinidad de críticas, reportajes, entrevistas y artículos sobre cine, más de 1.500 páginas en total, que G. Caín, uno de los seudónimos del joven Cabrera Infante, firmó en la revista Carteles, entre 1954 y 1960. Es decir, cuando Guillermo Cabrera Infante era un “periodista profesional”. Y aparece exactamente cuando se cumplen siete años de su muerte.

Antoni Munné, editor de la obra —y léase la palabra editor en el sentido anglosajón de la palabra: que ha investigado, contrastado, recuperado y fijado cuanto aparecerá en los ocho (o nueve) tomos proyectados—, ve en este primer volumen un valor añadido: “Las críticas de cine, y en general sus trabajos periodísticos, son la escuela en que forja su estilo. Cuando publica Ella cantaba boleros, en 1961, o Un oficio del Siglo XX,en 1963, ya está formado el gran escritor de sus grandes novelas”. Un escritor que, para Toni Munné, todavía no ha sido enteramente valorado: “Tres Tristes Tigres y La Habana para un infante difunto ya han sido reconocidas, pero la publicación de las Obras Completas va ser una revelación. Vamos a ver a ese escritor profundamente renovador, a contracorriente, que fue muy incomprendido en su momento, porque la intelectualidad iba ideológicamente por otro camino. Yo creo que la escritura de Cabrera Infante pone en duda el canon de la literatura contemporánea, y que las Obras Completas le pondrán en el lugar que le corresponde”.

“La edición de la obra completa de Cabrera Infante es un work in progress”, dice Toni Munné. “Cuando empecé a trabajar con Miriam Gómez me di cuenta de que Guillermo había publicado en libro una parte muy pequeña de lo escrito. Hay mucho papel inédito y todo un ingente trabajo de periodista, no sólo en la prensa cubana de su juventud, o en la española y latinoamericana durante el exilio, sino también en la prensa inglesa, europea y norteamericana”. Sólo en este periódico, según datos de su servicio de documentación, Cabrera Infante ha publicado 224 artículos, desde el 17 de abril de 1977, en que inauguró su sección Icosaedros en el dominical, al 27 de febrero de 2005, en que se publicó, ya póstumo, La castroenteritis aguda, sin duda su último artículo. Aún el 28 de mayo, salió en Babelia ‘Una pesadilla con personajes cubanos’, el relato breve que había enviado a Esther Tusquets para su antología El libro de los sueños, poco antes de morir.

Finalmente, su lirbo Tres tristes tigres, esa celebración metafísica de la noche habanera, uno de los libros emblemáticos de la narrativa en lengua española a lo largo de la década del sesenta. Es curioso destacar que se trata de una época en la que escritores como García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar o Carlos Fuentes, entre otros, seguían con fervoroso entusiasmo la evolución de la Revolución Cubana. El insurrecto G. Caín, por el contrario, hacía maletas para no volver jamás a la isla. Nunca quiso ser emparentado con el llamado “boom” de la narrativa latinoamericana y, al respecto, escribió un texto beligerante titulado “Include me out”. Tres tristes tigres, sin embargo, le dio una carta de presentación lo suficientemente respetable como para ser considerado un prestidigitador único de nuestras letras. Una vez instalado en Londres, Cabrera comienza su accidentada colaboración con el cine, primero como guionista de la malograda Wonderwall de Joe Massot (donde se salva la música de George Harrison) y luego de la mítica Vanishing Point (Carrera contra el destino) de Richard Sarafian, convertida, hoy por hoy, en un film de culto (si usted, lector, es de las nuevas generaciones, le recomiendo el homenaje que le hace el grupo de fusión Primal Scream con un álbum homónimo). Y es, por culpa del cine, que Cabrera queda ad portas de la locura, luego de adaptar, para Joseph Losey, Bajo el volcán, la novela maestra de Malcolm Lowry. El guión nunca llegó a filmarse, salvo, años después, que John Huston realizaría su propia versión de la saga alcohólica del Cónsul, donde nada tuvo que ver el ciudadano Caín.

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