“Desde que tengo memoria, siempre quise ser un gánster”
Henry Hill, The Goodfellas
Reúnete con tus amigos. Pregúntense cuál es el pensamiento dominante en este momento. Junten su billete, todo el que tengan. Convoquen gente sin trabajo, desesperados por algo de dinero y poder. Llamen a los que ya tienen cierta experiencia enfrentando problemas policiales y judiciales, esos que lo niegan todo de frente mientras a sus espaldas siguen robando como les da la gana.
Piensen en un nombre que los identifique a todos, de preferencia que lleve el nombre del país en él. Listo. Funda tu partido político. Por el dinero fuerte que vas a necesitar para avanzar en tu carrera no te preocupes, porque, además, ni siquiera importa mucho alcanzar la meta en un primer momento ¿por qué? Pues porque la ley obliga al Estado a desembolsar millones de soles para que tú puedas hacer tu campaña política “sin corromperte aceptando dineros ajenos que luego —si es que ganas— tendrías que devolver”.
Rodéate de gente ambiciosa, no importa cuál sea su profesión ni dónde haya estudiado, la universidad instruye, pero no forma a las personas, y mejor aún si tienen buenos “contactos”. Compra tu kit electoral, reúne firmas, paga por ellas con una galleta y un jugo de durazno en caja, entrega un táper o un polo, un llavero o una gorrita, un condón o una bolsita con un puñado de arroz, no importa: lo único que importa es que entregues algo a cambio.
Búscate una canción, mejor si es una cumbia pegajosa que se pueda escuchar a la hora del almuerzo, en el microbús, en la combi, una de esas melodías que la gente cante chongueando entre tragos y que despierte risas e imitaciones y que haga que se les quede la idea. Busca que te imiten en algún programa cómico.
Piensa ahora en lo que vas a ofrecer: piensan en el pueblo. No te preocupes si te insultan, tú responde de inmediato diciendo que lo hacen porque son racistas, clasistas, fachos, grítales que son de derecha, eso nunca falla: o blanco o negro. O de izquierda buena o de derecha mala. No te vayas al medio, tú no eres tibio, el pueblo no te lo permite, y tú te debes al pueblo.
Si la prensa cuestiona tu inteligencia con alguna reflexión profunda, repregunta cuánto es 0.5 x V2-1. Genera risas, eso le gusta al pueblo y a la prensa: si se burlan de tu ropa, victimízate, no falla nunca: al peruano le encantan las víctimas, sean de verdad o de mentira. Si te gritan cholo, grita racismo; si te gritan mujer, grita sexismo; si te gritan católico, grita intolerancia; si te gritan gay, grita homofobia: para todo hay una respuesta inmediata si eres mosca, para todo.
Ah, y lo más importante: échale la culpa de todo a Fujimori, no te olvides, esto es imprescindible. Entre el Chino y el inicio de esta nueva década no ha existido absolutamente nada más en el Perú: ni Paniagua, ni Toledo, ni Humala, ni García, ni Kuczynski, ni Vizcarra. Solo Fujimori, el gran trauma de una generación que nunca lo vivió. Ah, y vuelve al pueblo. Nómbralo siempre porque de él vienes y a él te debes.
Y si te acusan de algo, como, por ejemplo, de traficar con brevetes, no te preocupes: grita que es una persecución política, grita persecución ideológica, apela a la libertad y a la democracia, apela al pueblo, y para que todo esto pueda funcionar a tu favor cuando estés en el poder, apenas llegues y te hagas de él, cambia las reglas de juego, modifica las normas, reescribe la historia, exige un cambio integral de la Constitución. No te preocupes: en una sociedad de parejas sin hijos más preocupada en llamar perrijos y gatijos a sus mascotas, esto no es nada difícil. Recuerda entonces el inicio de The Goodfellas y sonríe: ya lo conseguiste.