Aun recuerdo como me recibieron con “chan chan” en aquella descarga en breña, donde el ritmo cubano me daba la bienvenida, de un grupo tan querido a nivel mundial, e influyente en orquestas como la de Emir Kusturica & The no Smoking Orchestra.
La realización y edición de una grabación como Buena Vista Social Club, bajo la supervisión y dirección de Ry Cooder, tiene un especial significado, no por la música en sí misma ya hemos conocido desde tiempos inmemoriales ejemplos equivalentes, sino por él como se dio este encuentro entre un músico estadounidense y un grupo de músicos tradicionales de son cubano. Tampoco es que este tipo de encuentros no hubieran existido antes: ya en ocasiones anteriores músicos anglosajones habían realizado encuentros cercanos del tercer tono y se habían mezclado con la música afrocaribeña.
Tenemos por ejemplo en el pasado cercano los ejemplos de David Byrne y de Paúl Simon, que con Rei Momo y The Capeman, lo hicieron con diversos grados de éxito. La diferencia básica esta vez es que Ry Cooder se decidió a permanecer en un segundo plano y no intervenir gran cosa en el resultado sonoro final del disco. No sabemos si fue por convicción propia, o porque la energía creativa de los involucrados, desde Compay Segundo, hasta Rubén González pasando por Eliades Ochoa o Ibrahim Ferrer, era tanta que no le quedó otra que hacerse a un lado y dejar que todo sucediera.
Originalmente, el plan de Ry Cooder era viajar a Cuba con una serie de músicos africanos para realizar un experimento de como interactuarían músicos de tradiciones diferentes dentro del gran universo de la música africana.
Desgraciadamente, o afortunadamente, los músicos invitados por motivos de visa, no pudieron llegar y las sesiones tuvieron que integrarse únicamente por músicos cubanos. La alineación no pudo ser mejor: Francisco Repilado con sus 89 años de experiencia y sabiduría sonera, muchísimo mejor conocido como Compay Segundo, veterano cantante del dueto de Los Compadres; Ibrahim Ferrer, cantante de voz amable, que buena parte de sus setenta años transcurrió en las orquestas de Pacho Alonso, Chepín-Choven y Benny Moré; Eliades Ochoa del Cuarteto Patria entre los jovenazos; Orlando López «Cachaíto», en el bajo, perteneciente de la misma familia de bajista distinguidos a la que pertenece Israel López «Cachao»; el «Guajiro» Mirabal en la trompeta, Omara Portuondo cantando «Veinte años» de María Teresa Vera, y, de manera muy especial, Rubén González, uno de los músicos cubanos que mejor se merece el calificativo de monumento nacional, pianista de muchos años de la orquesta de Enrique Jorrín, quien a sus 77 años no ha perdido nada de la fiereza necesaria para atacar un solo en medio del montuno o para mantener un sabroso y rítmico guajeo en medio de la sección rítmica de una guaracha, o llevar la línea melódica-rítmica de un danzón.
Todos ellos convocados por Ry Cooder pero sin necesitarlo, se dedicaron a hacer lo que por décadas han hecho, música cubana de la mejor calidad, desde «Chan-Chan», única en que se nota un poco la influencia de Cooder, hasta «Pueblo Nuevo» en que Rubén González, nos presenta una cátedra de como tocar un danzón en el piano, pasando por el bolero que canta Omara Portuondo o incluso algunas rarezas de influencia norteamericana que nos llevan por un viaje mágico y misterioso por una tradición musical que no es descubierta, ni mucho menos, por Ry Cooder sino que ha existido por muchos años, y es aquí donde se nos viene a la cabeza una frase escrita por Emilio Grenet a principio de los años treinta.