“Esperan el día cuando caerás ya de tiempo, para levantar un alma de concreto,
con futuras sonrisas, amores y llantos. Viejo amigo, ya vamos de salida”
Hace unas semanas tuve la oportunidad de estar en la Feria del Libro de Nuevo Chimbote que hoy lleva el nombre de su fallecido fundador Jaime Guzmán Arana. Más allá de la amabilidad de los organizadores y las presentaciones que realice sobre el libro de Daniel F y mi novela Generación cochebomba, tuve la oportunidad de almorzar junto al maestro Oswaldo Reynoso.
En un momento de la conversación que sosteníamos junto a los organizadores de la feria, Reynoso tocó de refilón el tema de los cines de barrio. En un momento los temas fueron saltando de uno a otro, hasta que aproveché para preguntarle algo que tenía guardado sobre su novela En octubre no hay milagros.
En un capítulo de dicha novela, hay un momento en que Reynoso narra la salida de la hija de la familia Colmenares del colegio Rosa de Santa María, recorre hasta la avenida Venezuela donde un grupo de alumnos del Guadalupe la piropean. Ella cruza la avenida Venezuela y sigue por la misma calle. A media cuadra divisa a su enamorado quien se le acerca y, “ella, orgullosa le volteó la cara y le dijo que ya no quería perder su tiempo con un cualquiera”. El enamorado herido la siguió “Hasta Recuay, rogándole que le dijera la causa de ese sorpresivo desprecio, anoche nomás, recordaba, que en la vermouth del cine Glory se habían abrazado fuerte y que sus besos…”.
Cuando leí esta parte hace ya varios años, no dejé de sorprenderme porque el escenario en donde sucede esto es mi barrio en Breña, precisamente el jirón Huaraz. Porque la única calle por donde salen las del Rosa de Santa María es ese jirón. Y el punto donde los guadalupanos se apostan para piropearlas es la esquina de la avenida Venezuela. Lo sé porque yo que soy exalumno del Guadalupe, y me he parado ahí mismo para cirear a las rosinas. Luego en la otra esquina está el jirón Recuay que es donde ella voltea para ir hacia su quinta. Y la confirmación es la mención del enamorado al cine Glory que se encontraba en la otra cuadra en la esquina de Huaraz con la avenida Bolivia.
Reynoso me contaría que había vivido en Recuay en casa de unos tíos y que su prima había estudiado en el Rosa. Pero había algo más que le quería mencionar. La descripción del atardecer en esa esquina. “La luz naranja de la tarde iluminaba su hermoso rostro adolescente”. “Al final de la avenida Venezuela, la luz naranja diluía la niebla en polvo dorado que relucía extrañamente, en los parabrisas de los automóviles, en los avisos de neón y en las ventanas de los edificios”.
Don Oswaldo, le dije, esa descripción del ambiente de la tarde es precisa, porque yo he vivido en esa calle y desde mi ventana que daba la espalda al mar, se podía ver la luz del Sol rebotar en las lunas de las ventanas de los edificios que rodean esa esquina. Tornándola de una especie de bruma anaranjada. “Definitivamente hemos estado en el mismo lugar y hemos visto la misma cosa”. Me respondió.
El hecho de todo esto es que cualquier persona puede ver bellos atardeceres y hasta disfrutarlos, pero es el escritor quien se guarda esas sensaciones que afloran tiempo después al momento de escribir. Para dejarnos una descripción de lo que fue. Sí, de lo que fue, porque si bien yo he podido presenciar in situ lo que Reynoso describe en su novela, y corroborar lo que ahí dice, hoy ya no va más, ¿por qué? Pues el otro día estuve parado una tarde en esa misma esquina, y esa bruma naranja ha sido relevada por una tétrica sombra.
En la esquina del jirón Huaraz con la avenida Venezuela, la misma en que se paraban los guadalupanos, existía en un lado el edificio de SEDAPAL, que antiguamente había sido un gimnasio, y al otro lado una muy antigua casona de apartamentos. Hoy el edificio de SEDAPAL ha sido reemplazado por un condominio de más de diez pisos con cientos de ventanitas, parecidos a una colmena. Y la vieja casona ha sido tumbada para que se levante lo que será una galería comercial.
Esas moles ya no dejan pasar la luz del Sol como Reynoso y yo lo habíamos visto en distintos momentos. Y ya no se forma esa bruma anaranjada que lo invadía todo y le daba un ambiente mágico a las veredas. Mis recuerdos de esos atardeceres solo han quedado en eso, en recuerdos. En su lugar ahora hay una oscura sensación de callejón oscuro. En ese sentido el barrio de Breña tal como lo conocí está dejando de ser. Porque cada vez que regreso por ahí la casa de un amigo ha sido demolida, o alguna vieja quinta está siendo tumbada para ser convertida en algo, menos en lo que alguna vez fue, un barrio, una urbe digna de convertir en literatura.
Por ejemplo el otro día pasé por la avenida Arica y descubrí que una bella y antigua quinta que estaba ubicada en las esquinas de Arica con Jorge Chávez, ya no existe. Ahora va a ser un moderno, funcional y estético ¡Grifo! Una quinta que de refilón menciona Mario Vargas Llosa en La ciudad y los perros, cuando describe al colegio La Salle que se encuentra justo al frente. Lo grave es que en ese mismo cruce, pero en la acera de al lado, ya existe un grifo que se engulló a un viejo solar que por años fue un amplio colegio nacional de primaria. Y a una cuadra en la misma avenida también hay otro grifo. ¿Y no adivinan qué hay en medio de estos tres grifos?: ¡La Municipalidad de Breña!
Por ahí me dicen que por ley no deben haber dos grifos juntos en cien metros a la redonda, no estoy seguro de que exista. Pero de lo que sí estoy seguro es que la misma municipalidad está matando el rostro y la identidad de un barrio tradicional como lo es Breña.
En esa misma esquina, una mañana de 1975, mi profesora de primaria, Elder Abarca de Flores, nos llevó a conocer a un policía de tránsito que cambiaba las luces del semáforo a mano. Nos estaban enseñando educación vial. Siempre recordaba ese momento porque el policía al final nos dijo: “Niños, el policía es su amigo”. Años después, cuando me apalearon entre diez policías, regresando de un partido de fútbol en el Callao, recordaba esas palabras y a esa esquina con la sensación de que me habían mentido.
De igual forma, cada calle, cada esquina, cada pasaje, son esos recuerdos que uno lleva siempre. Y que cuando ve que una casa, una quinta o un viejo callejón están siendo reemplazados por enormes edificios, grifos o almacenes, una parte de nosotros va desapareciendo. La esquina que Reynoso describe es ahora un condominio de apartamentos y una galería comercial. En el jirón Huaraz hay dos edificios nuevos y lo que fue el cine Glory hoy es un colegio particular de cinco pisos. En ese sentido, me apena que lo que fue mi barrio ya no lo será más. Y sólo quedan los recuerdos, las fotografías y la literatura para volver a vivir lo vivido.