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¡Bravo! El Perú regresó al medioevo

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En el medioevo era común que la Santa Inquisición juzgara a los herejes estén estos vivos o muertos y hasta los animales, perros, gatos y otras mascotas, eran enviados a la hoguera sin conmiseración. Cuando un muerto era llevado a juicio, su cadáver era sacado de su tumba y puesto frente a un tribunal. Ahí se le “leía” la sentencia e incluso se les desheredaba y sus huesos se molían o se quemaban y se hacían polvo y los hijos, nietos o bisnietos del dueño de las osamentas eran expropiados y arrojados al Taigeto. Esto mismo que pareciera surrealista es lo que ha pasado otra vez en Perú inventando incluso una ley y hacerla retroactiva, ¡una salvajada!, o sea que valga para atrás. Y plantearnos de forma contrafáctica que el terror se combata con el terror. Una cosa de locos o, mejor, de pueblos neoprimitivos.  

Quizás no debería sorprendernos tanto, pues esto está signado y corresponde a nuestra sinuosa y martirizada historia entre Jorge Basadre, Raúl Porras Barnechea, Luis Alberto Sánchez y  Alberto Flores Galindo, entre ríos de sangre, guerras salvajes, robos milenarios, estafas, mentiras coloniales y presidentes express, etc. Y solo haciendo un breve repase encontramos que la muerte y el ensañamiento han sido nuestros compañeros inevitables.

Primero nos destruyeron los españoles matando a más de 10 millones de indígenas. Luego vinieron los chilenos y mataron a 15 mil peruanos. Después, en 1980, explotó la guerra interna y murieron 70 mil compatriotas. A esto hay que agregar las matanzas que cada cierto tiempo aparecen por ahí para recordarnos que siempre podemos superarnos y ser más salvajes: los más de mil fusilados de Chan Chan, los quinientos muertos del MIR, los masacrados de Cromotex o los exterminados en Bagua hace poquito nomás sin contar a Inti y a Bryan fusilados por nuestro “estado de derecho”. Y muchos dirán, pero “eso fueron guerras”, “eso fueron excesos”, “esos fueron terroristas”, “esos fueron policías”, “esos solo fueron trabajadores o estudiantes”, etc. Lo cierto es que toda esta miseria humana jamás nos dejó bien parados y con la lucidez suficiente para nunca más repetir o enmendar los errores: los propios y los ajenos.

Hoy volvemos a lo mismo. Hay una herida abierta en este país, una herida que sangra a borbotones y que nos mancha a todos hasta a esos que se quedaron callados cuando los muertos con un tiro en la nuca señalaban al propio estado y Fujimori era el sonriente rey Ubú que buscaba a Montesinos debajo de un carro. Y el mismo Pentagonito botaba humo blanco de “aprobación”, de los detenidos incinerados y que hoy forman parte de los 20 mil desaparecidos (¡donde solo 47 han encontrado sentencia judicial!) y de las más de cinco mil fosas comunes y de las 7334 ejecuciones extrajudiciales contados uno a uno por organismos internacionales porque aquí nuestro analfabetismo ético nos impide dar un número exacto de todas estas miserias. Pero en vez de levantar una bandera de razón y coherencia nos enfrascamos en un debate absurdo: ¿cremamos el cadáver de Abimael, lo echamos al mar, lo echamos al desagüe? ¿Qué hacemos para redimir todos estos años de violencia y barbarie?

Si podemos matar al muerto dos veces y podemos bailar sobre el cadáver de nuestro enemigo, ergo somos civilizados y patriotas. SI no hacemos esto, pues entonces somos “terrucos” y adoramos a nuestro “ídolo” muerto y lo convertimos en santo: Santo Gonzalo de Aquino. Pensamientos que no difieren en nada a la época oscurantista donde todos tenían que creer en dios y si no lo hacías, así hubieras sido biólogo, científico o matemático, pues te  enviaban a la hoguera a arder en una pira de azufre con Gog y Magog. Y para que eso ocurriera, solo tu vecino tenía que señalarte con el dedo: “él o ella no cree en dios”. Él o ella no quiere que el cadáver de Abimael sea quemado y echado a la basura. ¡Bah! Pues, señores y señoras, ¡bienvenidos sean al medioevo!

PD: Leer la Epistolae Obscurorum Virorum del siglo XVI donde el humanista alemán Johann Reuchlin debatía con los frailes dominicos sobre la quema de libros y los herejes. Y repasar sobre el Sínodo del terror o “el juicio del cadáver” donde el Papa Formoso ya muerto fue sometido a juicio y condenado en cuerpo presente.

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