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Brasil, insuperable (en lo negativo)

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Antes del partido, Holanda no tenía nada que perder. El tercer puesto no era bocado apetitoso para quien vino decidido a ser campeón. Brasil, en cambio, estaba dispuesto a arriesgar la cabeza para limpiar su nombre.

A los 2 minutos, sin embargo, el líder que se suponía pudo haber evitado la catástrofe ante Alemania, fue quien inició esta nueva debacle. La acción que originó el dudoso –inexistente- penal dejó en evidencia la escandalosa distancia en términos de velocidad, consistencia y concentración entre un equipo y otro.

Los brasileños cometieron las mismas fallas que en la semifinal. El arquero salió fatal a cortar los centros rivales, los defensas arruinaron posibles oportunidades lanzando pelotazos sin sentido hacia adelante, los mediocampistas se dejaron robar balones de forma candorosa, los delanteros naufragaron en un mar de ineptitud. En conjunto fueron la expresión del vacío futbolístico más severo. Todos parecían contagiados de una peste, quizás encendida por la terquedad de Scolari al no convocar, en su momento, a estrellas como Ronaldinho y Kaká, cuya experiencia y visión de juego pudieron haber aportado la cuota de seguridad y confianza que el grupo necesitaba, Tal como hizo en Argentina 78’ un Roberto Rivelino, ya veterano, para ayudar a resurgir al alicaído “scratch” de entonces.

Si a esta verdeamarela se le cambiara el color de las camisetas, nadie en ningún rincón del planeta podría imaginar que se trata del mayor ganador de mundiales. Brasil, a lo largo de los años, ha llegado a jugar feo o mal. Esta versión actual ha perpetrado algo aun peor: ni siquiera sabe cómo hacerlo.

El estigma del Maracanazo, a estas alturas, viene a convertirse en un capítulo glorioso para los cariocas, comparado con lo sucedido en esta Copa del Mundo. En aquella ocasión al menos declinaron dramáticamente en la final; esta vez ni siquiera alcanzaron esa meta intermedia. Las goleadas recibidas en casa transformaron la esperada y honrosa despedida en una vergüenza adicional.

Una cosa es segura: la selección de Felipao, con este paso infeliz por el torneo organizado en calidad de local, ha entrado a la historia. Reafirmando, además, el concepto de que “a más alta la cumbre, más honda la caída”.

Una lástima que esta Holanda, pese a retirarse invicta, no haya sido capaz de lograr la corona. Y un bochorno que los componentes de su adversario sudamericano no hayan tenido la hidalguía de permanecer en la cancha para estrecharle la mano en gesto deportivo.

Natural y comprensible. Ni uno de ellos habría podido resistir las rechiflas. O los escupitajos de su propio público.

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