La poética de Blanca, más que moderna parece remitirnos a esa gran tradición de los clásicos. La tragedia humana de vivir sabiendo que dormimos con el germen de la muerte, y cada palabra, cada sentimiento, cada amor es tan vano como esencial. Ese lazo la une a esa genealogía de grandes maestros de la poesía que se remiten a los antiguos trágicos griegos. Esto late en la imagen poderosa de una ternera acosada de moscas en su poema Ejercicios mentales, en esta, la muerte se ejerce con un heroísmo semejante a Edipo, Aquiles, Sísifo o el mismo Héctor. El heroísmo vano de insistir seguir viviendo aun teniendo las moscas zumbándonos al oído nuestra agonía.
Su poesía es una reflexión existencialista con
reminiscencias clásicas. Para el existencialismo la vida es un absurdo en que
nacemos sabiendo el final, pero ofrece algo, que no es otra cosa que vencer a
pesar de ser derrotados. La obra de Blanca Varela es una de las grandes
contribuciones a la literatura Universal, en donde tal vez la muerte es un mal
menor, un final sabido de antemano, y lo único extraño sea lo impredecible de
todavía seguir viviendo.
Sostenida por la muerte y cercada por la vida, un té para
dos en la inmensidad del silencio es la invitación de la poesía de Blanca
Varela. No hay prosa que pueda explicarla mejor que su propia poesía, esa que
invita a desvelarse en la conciencia de una existencia desoladoramente tierna. Viajera
incansable en su juventud con su entonces esposo el pintor Szyszlo, recorrió
Europa y ganó la experiencia parisina del artista: comer poco y no tener dinero
más que para cigarrillos, fumarse la
vida, pero en París, mientras jugaba Monopolio con Simone de Beauvoir o tomaba
un café con Sartre. Ella supo sacarle el jugo a los mejores años del hambre
mientras su gran amigo Salazar Bondy la estimulaba a escribir y Octavio Paz a
publicar.
De su poesía dijo su exesposo Szyszlo, que era “oscura y
conmovedora. No es una poesía fácil”.
Para el poeta español Antonio Gamoneda, “lo que muestra
Varela es un brote existencial que se produce
a través de un lenguaje impredecible. Dicho de otra manera, su poesía es
muy distinta a la que en España en estos momentos es hegemónica, la que utiliza un lenguaje normalizado y realista, que no
hace avanzar la tradición”. Eso queda patente en ese halo trágico griego
actualizado cuando ella llama a la temible vida “más antigua y oscura que la
muerte”.
Los últimos años de Blanca se volcó al silencio. Todavía
estaba abierta la herida de la muerte de su hijo Lorenzo. Una ausencia nunca
superada. Poco antes de morir un jurado internacional integrado por el premio
Nobel José Saramago le concedió el premio Reina Sofía. Pues como ella misma
dijo “soy un animal que no se resigna a morir”. Según cuenta su hijo Vicente,
ella se enteró del reconocimiento cuando estaba ya enferma, “ha dicho algunas
palabras, pero lamentablemente no llegan a expresar ideas”.
Y con silencios intensos y todo el paso sutil de Blanca
permanece vivo como un poema cuyas palabras no le surcan las arrugas ni la
rutina de la repetición arruina como en este extracto de un poema suyo:
Tú y yo
you and me
toi et moi
tea for two en la inmensidad del silencio
en el mar intemporal
en el horizonte de la historia
porque ácido ribonucleico somos
pero ácido ribonucleico enamorado siempre