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Bethoven Medina y el poemario como máquina del cielo / (reflexiones sobre la poesía de B. Medina por Julio Barco)

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Comentar la poética de Bethoven Medina (Trujillo, 1960) me trae muchas reflexiones sobre el arte mismo de crear poesía  y las estructuras con las que se sostienen. ¿Por qué motivos? Por su carga de referencias y la diestra mano de artista con la que trabaja sus libros.  

Creo que los lectores de poesía alcanzamos modernidad en nuestra escritura reconociendo las procedencias de las mismas y profundizando ese desencadenamiento de lecturas que es la propia poesía. Es como si después de ciertos libros la licencia de escritura de los propios se amplificara dentro de la tradición.

En su momento, Chocano (1925) fue trascendente como después Vallejo o Enrique Verástegui. En ese diálogo, algunos referentes ineludibles para la poesía peruana actual son, por ejemplo, el Poema Integral del reconocido Juan Ramírez Ruiz o el increíblemente desatorador mental que es Trilce.

Todos estos autores, como Medina, comprenden que la poesía es un trabajo de espacio-tiempo, decodificación, recomposición alquímica de ejes, dialogo con uno mismo, los referentes y reglas poéticas. Recuerdo que la primera vez que observé uno de su “Y antes niegue las luces del sol” me sorprendí de súbito por la estructura interna: las letras del Himno Nacional eran títulos de poemas. Después llegó a mis manos el excelente volumen que le dedica a la poesía trujillana Edición Extraordinaria, Antología general de la poesía en La Libertad (1918-2018) que se convirtió en un libro de consulta y radar sobre nuevas y viejas voces del norte. Así, por ejemplo, accedí a versos de Rogelio Gallardo, que lentamente se torna un autor de culto. Ahora que conozco más su obra puedo confirmar que ese primer asombro era síntoma de una certeza: su perpetuo trabajo de artesano de la palabra que es mente inquieta, que es fresca fruta al vibrar en nosotros. 

En poesía hay que dejar de ser mezquinos. La mezquindad en un género que solo mantiene adictos es escasa. Pero recuerdo lo que una vez me dijo Armando Arteaga: si haces tú chamba, ¿por qué te preocupas?  Y esa chamba, ese trabajo, ese cultivo, es el quid del ejercicio poético. Hay que oír al gran Enrique Verástegui, en el prólogo de Monte de Goce, expresarnos que el trabajo del poeta y del albañil son iluminados bajo el mismo eje, -en el mismo dintel del esfuerzo- que “levantar una pared y hacer un poema son la misma vaina”. Quizá Verástegui recordaba aquellas palabras de Rimbaud sobre arar y escribir como actos continuos.

Lo cierto es que su arte me deja notar a un ardiente lector, sintetizador de referentes, de juegos intertextuales, de ensayos, de desbordes con otros géneros, -que por momentos nos hace pensar cuáles son los límites de lo poético-, de uso de fuentes históricas, lenguaje cotidiano y dialectos regionales, de uso extremo de la vieja vanguardia para adaptarla todo en un pentagrama donde predomina la búsqueda de la palabra que es mutación hacia la luz. Los colores del peregrinaje son pincelados con el espíritu de la candidez e inocencia.

Con ese rigor, que es silencioso trabajo, Medina lleva escribiendo varios poemarios a lo largo de cuarenta años de escritura. De sus  los que destacan Necesario silencio para que las hojas conversen  (1980, Cuadernos Trimestrales-primera edición), que recién pude leer en mi último viaje a Trujillo.  En este primer volumen, observé una sensibilidad cósmica en su poetizar, una sensibilidad cantora de lo materno como también  abierta a romper las reglas de la escritura:

Respiro
las ramas de todas las mañanas-todo trasciende-
tu silencio

Mirada que atrapa lo sutil y delicado del existir, reconocer en la respiración es un acto que poetas como Lezama Lima, Jorge Teillier (1)o Jorge Guillen desarrollan hondamente. El sentimiento maternal, cuyo preludio se anticipa desde el epígrafe de Oquendo de Amat, es palpable; sin perder conexión con problemáticas sociales:

La vida
donde calcé el bivirí (abiertos corazones)
y empecé a descolgar palabras
                                    frescos nísperos
                                   -la violencia del brazo-
                                    cordel construido por tu llanto
cuando un kilo de arroz no abastece a la alegría.

También:

han aumentado los mendigos y no las ciruelas del huerto

Aproximarse a la realidad así es un acto de acendramiento mental: la poesía de Bethoven Medina es sencilla y clara porque precisamente su purificación poética lo lleva a ese extremo, eso fijado a un programa vanguardista dota a su poesía de fluidez y gracia. La claridad es una consecuencia de un largo proceso de purificación. Ser fácil en poesía es difícil. Reparemos, por ejemplo, en estos logrados musicalmente:

(…)y emigra mi edad/ descolorizando/ tus góticas
                                                       (miradas de mar/
                               aun cuando nos pateen la espalda
                                                              y suene cual tambor
                               ají a los ojos –corriente a los testículos-
                              y otras cosas nos hagan seguiremos
                                                                  creciendo pinos
lo nuestro les queda grande la sangre derramada
                                                                   ha escrito ya
                                 el trompo en su girar dice muchas cosas
                                y los niños en las praderas prolongan
                                                                  sus venas.

El arriero y la montaña bajo el alba es otro trabajo de memorable factura. Aquí observamos un proyecto creacionista, cuyo rol poético es el de abrir la dimensión del autor como un ente-energía-fuerza que reflexiona sobre la vida, el cosmos, los universos, las frutas, la naturaleza y sobre sí misma, es decir, aquella voz que totaliza. Así los poemas como Origen, Nada, Universo, Noche, Volver, nos abren la puerta del inicio, que bien puede ceñirse al “alba” del título:

Volver al origen, a la primera semilla del eterno Sol,
dejando valles, ausencias e interrogantes. (2)

También es comentable la relación que establece entre las frutas y el gozo poético, como el fruto es poema dentro de un lenguaje donde gozar es un modo de pensar. Observamos esto:

La ciruela tiene el rojo de los labios femeninos
La palta inmemorial guarda su pulpa seductora
Los nísperos son lágrimas del sol
La sandía partida está avergonzada pero sonriendo, y,
Los duraznos invertidos parecen corazones alegres (3)

Hay también una invitación a pensar en el poeta como granjero, como parte de la propia naturaleza creadora de los vegetales, tierra y signo, cuerpo y lenguaje atados al mismo frescor. Ello, tal vez conduzca a pensar en el Dios de Spinoza, o en cierto tipo de creador arquetípico que, en algunos versos, es nombrado:

Gran Arquitecto del Universo, no abandonéis tus criaturas;
al temblor de jalcas y entre matorrales protege conejos silvestres.
(4)

La mitología del humano es la de la naturaleza y su propio ritmo es oído por el poeta, en natural simultaneidad consigo mismo.  El propio título nos lleva incluso a pensar en los poemas de Fernando Pessoa donde explica que sus versos son como sus ovejas, o los de Pound y su poema “Encargo”.

Por otro lado, el notable Éxodo a las siete Estaciones – finalista  del Premio Lira- conserva un importante proyecto que gira en torno al número 7 como motor y sentido del poemario. Para armar su estructura, se basa en modelos que sigan al 7 como temática. Este libro, por su ambición, debe estar junto a los trabajos de Pablo Guevara, Tulio Mora, Juan Ramírez Ruiz, donde el riesgo de crear un poemario total se enfrenta y defiende con talento propio. Sean los días de la semana, o las notas musicales, Medina no se basta en solo dar referencias o trivia, sino que, bajo los guarismos, intenta interpretar una épica espiritual donde se observa un viaje interior hacia el descubrimiento de uno mismo y la plenitud:

El Arca de Noé descansó
al séptimo mes y siete días. Desde entonces, los Hombres,
reman mar adentro con la intención de desentrañar el mar profundo.
En animales y vegetales reside lo perdurable,
y el amanecer con su lucero ordena mis andanzas. (5)

Concordancia y armonía en el trabajo de Medina: hombre y naturaleza, religión y palabra, flor y cuerpo que florece dentro de su búsqueda. Desde sus primeros poemas, se establece un lenguaje diáfano que explora su naturaleza y busca verdad, ansiosa del encuentro y la revelación. La luz del verbo es la misma del verso. El poeta se sumerge- como todo gran poeta- en su propia épica: los signos son atraídos por el peso de la tradición, por el magnetismo alquímico de las letras creando diferentes espejos, posibilidades, métodos espirituales, caminos, senderos, aperturas de conciencia.

Otros libros son Volumen de mi vida, Quebradas las alas, Expedientes para un nuevo juicio, Ulises y Taykanamo en altamar, que continúan en el obstinado proyecto poético. Hablar de Bethoven Medina también debe llevarnos a reflexionar sobre la poesía escrita en el norte peruano. Sin duda, la figura de Vallejo, Romualdo, Watanabe,  son faroles que se imponen través del siglo, pero es mezquino no mirar a otros autores que formar la poética trujillana última. Pienso en algunos ya reconocidos como Luis Eduardo García -que practica una poesía muy personal -¿Roberto Juarroz? ¿Wislawa Szymborska?- y otros más jóvenes más pop y conversacionales como Eduardo Saldaña o más místicos como Ray Paz o James Quiroz, cuyo registro es bastante atendible, para dar una continuidad al pensamiento poético, que desde las épocas del Grupo Norte, viene sacudiendo el pensamiento no solo peruano sino latinoamericano y mundial. Por generación, Medina es compañero de R. Santibáñez, M. Dreyfus, Watanabe, D. de Ramos, aunque su poesía practique un coloquialismo no urbano y distante de los establecidos en ese periodo poético.

Estamos frente a un autor que nos exige una lectura lenta, medida, pausada, con apuntes dado la infinita cantidad de registros e influencias que recorren sus páginas. Para tomar apuntes y sortear la trama detrás, los infinitos códigos que nos llevan de una cultura a otra y forman un certero caleidoscopio. Su arte defiende el mito y la historia, la voz interna y la naturaleza.

Mientras escribía estas líneas abrí otro poemario de un poeta trujillano de culto: Tomás Ruiz Cruzado. Y me di con estos versos:

Si tuve un momento feliz fue cuando comía un pedazo de naranja
descalzo en el mar mirando el mar y las gaviotas. (6)

Pienso que esa fruta fresca, ese pedazo de naranja es el verso, es el poema, es decir, el lenguaje sublime de quién eleva el tono mental cotidiano para franquear y explorar otros límites.  Una poesía sencilla, ligada a valores humanos, a iluminaciones interiores, a recuperar la naturaleza perdida, aunque sostenida en andamios densos.

Su poesía, en suma, es la de un arquitecto de lo imposible, diagrama sus libros como quién persigue dibujar el cielo. Hay un brujo del signo con un hermoso pincel en el Norte y se llama Bethoven Medina.

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