Literatura

BESTIARIO DE ROSTROS

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BESTIARIO DE ROSTROS

Escribe Jordan Jáuregui Meza

20 de febrero

El profesor nos ha pedido escribir un cuento para el taller. Pero no me siento capaz siquiera de contar cómo fue mi viaje de regreso en combi que es lo que, usualmente, suelo contarme, todas las noches, después de ir al baño. «Cortarme» más que «contarme»: ese pedazo del tiempo y rebanarlo en fotogramas para apreciar la cara sudorosa e indiferente de la gente. Así mantengo mi bestiario de rostros que, uno por uno, intentaré encajar algún día en la historia que olvido antes de decir: «bajo en la esquina».

No llevo borradores, pues nunca en mi vida he escrito un cuento.

 

21 de febrero

Me quedé sin dinero para el pasaje. No reniego, me gusta caminar. Hoy conté cuatro parejas caminando de la mano, dos policías, tres semáforos, cinco teléfonos públicos y un tipo que entregaba volantes. Los teléfonos me dolían, por eso los conté más. Es que venía pensando en qué decirle al llamarla, si es que me atrevía a hacerlo, porque, de puro nerviosismo, sudo hasta las palabras cuando la oigo hablar. Quería decirle que me existe como un líquido que se hace ganglios en mis ojos, que es un mar, que me extraño —sí, a ella no—  porque estoy perdido y no me encuentro; por eso no la llamo.

22 de febrero

Tomé mucho licor antes de marcar su número, no quiero recordarlo. Cuando comencé a soltar  groserías previsibles —como «te amo» y «me has cambiado mucho»—, colgó y rompí la botella contra el piso. Estoy ebrio en una cabina de internet. Tengo ganas de cagar, de llorar, de correr, de matar. Este blog nunca será leído y ésa es mi única esperanza.

25 de febrero

El último viernes pedí permiso para usar el baño de unas cabinas por la avenida Independencia. No había papel higiénico, apenas tenía un volante arrugado en el bolsillo. Había una anotación atrás que no recordaba haberle hecho, porque suelo llevar el número de Ale en algún papel que siempre preparo para llamarla, incluso con las cosas que quiero decirle (y que acostumbro romper antes de cometer alguna estupidez). Decía algo más o menos así:

X

Este es el único volante que he marcado. Voy a matarme bebiendo ácido porque siento todas mis vísceras malogradas, ya no las puedo soportar dentro de mí. Tal vez esta sea mi última forma de buscar ayuda. Contáctame, por favor, mi correo es clemente56@hotmail… y la contraseña es: 156posible

Acabo de enviarle un mensaje y no sé por qué no me atrevo a abrir su correo.

27 de febrero

El sujeto del volante no ha respondido y, por más que trato, no logro recordar su rostro (¿alguna vez lo vi?, ¿forma parte de mi bestiario de rostros?). Ahora tengo la bandeja de entrada de su correo abierta. Más allá de los dos mensajes que le envié, todos son mails que él mismo se ha enviado: diez en total, aparentemente su nombre es Clemente Salinas.

Los tres primeros correos tienen fotos (dos de ellos con una mujer), el cuarto tiene la letra de una canción, el quinto es una escueta despedida que dirigió a sus padres, del sexto al décimo se repite uno: el último.

28 de julio

Esta mañana, durante el desayuno, vi la parada militar por televisión, no podía dejar de pensar en aquel soldado desertor que me pidió ayuda en un volante.  Él se quería matar porque, después de violarlo, le hicieron probar el semen de todos sus compañeros.

Ya no me acerco a casa de Ale. Tampoco la llamo. Porque su papá es oficial del Ejército. Dicen que mata perros y, en verdad, le tengo miedo (sobre todo a su rostro que jamás quisiera incluir en mi bestiario íntimo). Evito ver los noticieros porque dicen que la gente sufre, suda, muere… y, si no muere, entonces mata o muerde… también dicen que los perros muerden (y yo sólo quiero acariciarlos).

 

Jordan Martín Jáuregui Meza. El día que deje de encontrar momentos de mi vida en las canciones de Andrés Calamaro, dejaré de escribir… y estaré a salvo de todos ustedes.

 

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