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Barrios Altos blues

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Los barrios tienen la personalidad de sus vecinos. Un barrio es el espacio que nos conecta con el mundo externo, donde se archivan los flashbacks de un pasado no lejano, cuando jugamos o  besamos, donde se cuajan las amistades con silbidos distintos en las esquinas. Sin embargo, con el pasar de los años el barrio se vuelve un baúl. Y para algunos que dejaron el  Perú, el regreso al barrio factura algunas lágrimas.

Cuando pienso en Barrios Altos, los recuerdos del edificio mostaza despintado me asaltan. En el edificio del jirón Huánuco de la cuadra tres, el tiempo parece detenerse por las capas de polvo en su fachada. Si tuviera que retroceder el tiempo a mis siete años; vuelvo mentalmente al cuarto piso de aquel edificio cuando mi atención se dispersaba en las geometrías de las baldosas, entre sus rombos y curvas de colores ocres. Me llevaban para visitar a los tíos. Estando dentro, las baldosas volvían como ilusiones ópticas. Solía abrir y cerrar las puertas de madera con marcos, vidrios y perilla blanca. Aún estando en Barrios Altos, en el departamento del tío, nunca escuché un vals, ni género criollo que se le asemeje; sin embargo, las historias de la Viuda Negra eran usuales mientras conversaban en la sala.

Una noche escuché a mi padre decir que con varias copas encima caminaba zigzagueante por el jirón Huánuco en plena madrugada; y el cuerpo se le heló cuando una mujer madura de velo negro se le cruzó. Él vio que ella se suspendía en el aire. Tres hombres parecían seguirla y lo poco que recuerda fue una pregunta simple de parte de ella: ¿Tiene Ud. un cigarrillo? “Todo mi cuerpo empezó a temblar y sin mirarla le invité uno, prendí el encendedor y eché a correr”.

Precisamente es en el jirón Huánuco (antes Las Carrozas porque ahí solían estacionarse) donde existía el río Huatica, según dicen los investigadores. A unos metros de aquel edificio, se puede ver el retrato de la Virgen de las Mercedes, la patrona de Barrios Altos. Una obra de cariz urbano, entre rupestre y devoto. Entonces, recuerdo los recorridos de las mujeres de la familia a las Siete Iglesias en Semana Santa, que por cierto hay muchas, porque cuando los españoles llegaron levantaban iglesias para extirpar el espíritu de las huacas.

Los homenajes a la Virgen del Carmen se rinden los 16 y 26 de julio de cada año, ocasión para dar rienda a la poética – lírica del criollismo.

Barrios Altos se hizo improvisadamente en la época colonial. La falta de planeamiento urbano y la cercanía al Cerro San Cristóbal permitió que el trazado de sus calles sea desigual y sean caprichosamente desniveladas. Este barrio era considerado el punto neurálgico – distributivo – administrativo que conectaba Lima con los Andes.

El agua era también el recurso principal de distribución desde épocas prehispánicas. Su cercanía al río Rímac, convertían estas tierras en un fértil valle irrigado por acequias.

Jesús Vásquez.

La vida en Barrios Altos se pasa además de reunirse en las esquinas, es también jugar “las pichangas”. Tatán conocido como “El Robin Hood de Lima” también jugaba al fútbol. Los hombres que crecen en estas calles juegan por el respeto, por el honor y por las ganas de ganarse las “heladas”. Mi primo, el menor de los hijos de mi tío, jugaba muy bien a la pelota. Vale decir que si nos cruzábamos con algunos de los bravos, solo bastaba decirles: “Tranquilo muchacho que soy familia del Cholo Robles de Huánuco”.

Mi primo jugó en la categoría menores de la U, pero mis tíos temían que se dedicara a las mujeres y al alcohol, como bien se sabe fue el destino de algunos cracks peruanos. Hace unos días le pregunté por J. J. Oré. Me respondió que a los trece años, J. J. Oré lo vio jugar en el Club Universitario de Deportes. Lo aconsejaba con espíritu de mentor, “él era muy bueno para eso”, me dice. “Como delantero era muy bueno, la U le debe muchos goles”, agrega.

Aunque en estos días de octubre se escuchen argumentos de que la música criolla está desapareciendo, basta dar un vistazo al jirón Ancash para entender que Barrios Altos es una especie de guetto del criollismo pues desde la colonia, en sus calles se fusionaron la picardía española y la cultura afroamericana; naciendo una manera de entender la vida al ritmo de guitarra y cajón. Desde aquella época, la marginación se respira en sus callejones y quintas; por lo que tocar, cantar y bailar fue una actitud rebelde frente a las desigualdades del colonialismo. Por ese mismo espíritu es que vemos a la señora Jesús Vásquez plasmada en aerosol. Con tan solo diecisiete años, Jesús Vásquez incursionó en la cinematografía con el filme “De carne somos”, estrenado en el cine Conde de Lemos. Tiempo después se convirtió en un ícono del criollismo.

Iglesia Santa Clara.

Con la aparición de voces criollas importantes esta corriente se fue popularizando y con ello, las fiestas y las jaranas se convirtieron en el modus vivendi de Barrios Altos. Felipe Pinglo Alva es un ícono perpetuo en la memoria de los habitantes de este barrio. Vivió a tres cuadras de la Iglesia del Carmen (Junín 1456, antes calle Del Prado). Pinglo nació el 13 mayo de 1890 y murió el 18 del mismo mes de 1937. Quienes lo conocieron dicen que les cantaba a las mujeres, al amor y a la decepción y que la inspiración le llegaba por el oído. En la Plaza Italia trabajaba su amigo, Luis Enrique, zapatero de oficio quien – con poemas propios – había enamorado a una escolar de tez blanca y de mejor posición. Cuando la madre descubrió el amorío, no vio mejor salida que mandar su hija al exterior. Pinglo, asiduo visitante de la zapatería, cuando iba en dirección a su trabajo escuchó los sollozos de un romance interrumpido por los prejuicios sociales. La frustración de este amor fue inspiración para “El Plebeyo”:

Mi sangre aunque plebeya

también tiñe de rojo

el alma en que se anida

mi incomparable amor.

Ella de noble cuna

yo humilde plebeyo

no es distinta la sangre

ni es otro el corazón.

¡Señor! ¿Por qué los seres

no son de igual valor?

Luis Enrique “El Plebeyo” nunca pudo superar su dolor sentimental y terminó sus días refugiándose en el alcohol y en las cantinas.

Sin duda, que en Pinglo el amor o el desamor ha sido el motor de su potencia creativa. Sus composiciones eran dedicadas a Hermelinda, una muchacha de Cinco Esquinas. Pese a que ambos expresaban mutuamente sus sentimientos a través de cartas, el romance no era del todo explícito, ya que su familia le prohibía a Hermelinda salir de casa. Lo que Pinglo no imaginó era que el tiempo se encargó de congelarle las venas cuando descubrió que su Hermelinda iba a ser la esposa del también compositor y poeta Alberto Condemarín. Fue tal su rabia y sus ganas de olvidarse de ella que decidió mudarse a La Victoria, no sin antes decirle – con maletas en mano – a Condemarín: “Quiérela mucho”.

Luego de tres años de exilio post-decepción amorosa, Pinglo regresa a su Barrios Altos con una composición bajo el brazo, “De vuelta al Barrio” inspirada no solo por la pena de un amor perdido, sino también por la nostalgia de haberse separado de sus bohemias noctámbulas en la chingana del japonés Kanebo en la calle Las Mercedarias. Cuentan los barrioaltinos que Pinglo remataba ahí sus noches de bohemia con un aguadito de gallina. Los vecinos del Callejón del Fondo lo amaron con “De vuelta al barrio”:

“De nuevo al retornar

al barrio que dejé

la guardia vieja son

los muchachos de ayer.

No existe ya el café

ni el criollo restaurant

ni el italiano está

donde era su vender»

 

Por las calles de Barrios Altos no solo se sienten los golpes de cajón, los ecos de las guitarras rasguñarse o las voces desgajadas por el sentimiento criollo; sino también, que es lugar de leit motiv para la poesía creada por Winston Orrillo. Sus calles, sus gentes, sus escenarios inspiraron al poeta para crear Calle Antigua:

Con los pies

Fatigados de camino

He vuelto

Por la calle conocida

Nada cambia

En la calle conocida

Casas viejas

Pintadas de amarillo

Y el oscuro habitante

De la esquina

Juan el chino

Aún vende las cosas

Ya compradas

Alguno que otro

ha muerto

por cumplir

con los ritos

de la vida

Pero la calle antigua

Y sus casas amarillas

No registran señales

De fatiga.

Winston Orrillo

(Del poemario La memoria del aire – Ediciones La rama – Lima, 1965)

Por sus calles y jirones se siente el tiempo detenerse tal vez sea por la creencia de algún mito que se conserva en la memoria popular: la Piedra Horadada del jirón Cangallo. Se han creado historias fantásticas, fantasmagóricas y diabólicas alrededor de ella. De niña me contaban que era peligroso acercarse a esa piedra porque es del Diablo y en esa calle se respira la muerte porque quien camina cerca de la Horadada, desaparece. Se escuchan también historias de quienes caminan por ahí bajo los efectos del alcohol y ven un caballo blanco que bota fuego por la boca. Sin embargo,  el investigador Luis Antonio Eguiguren en su libro “Las calles de Lima” desbarata tal creencia y sustenta que en los tiempos de la colonia en las esquinas se colocaban piedras para evitar el contacto de las carrozas con los muros de las casas.

Cuando pienso en Barrios Altos, vuelvo a mi infancia y cada vez que pueda volveré porque la nostalgia es parte de la vida y porque me provoca sentir que el tiempo se detiene.

 

“la vida en su misterio

me ha dado una verdad

los tiempos que se fueron

esos no volverán”

Anónimo

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