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BARCELONA: DE LA TURISMOFOBIA A LA XENOFOBIA

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Hace una semana en Cataluña el problema eran los grupos antituristas como Arran, que atacó un ómnibus lleno de turistas rompiendo las lunas y haciendo contra el turismo;  ahora después del atentado de la Rambla, el problema  ya no es el turista que pasa dos semanas congestionando la ciudad (cerca de 80 millones de turistas en un solo mes en toda España), sino el inmigrante de segunda o tercera generación que no se ha integrado plenamente a la sociedad ibérica.

Lo que está mutando en Cataluña es la turismofobia en abierta xenofobia. Este 1 de setiembre son las elecciones por el referendum de si Cataluña se separa del Estado Central Español, y en ese contexto dialectico de nosotros-ellos, un espíritu segregador flota en el aire d Barcelona mientras no se termina de llorar a los muertos (en su mayoría, paradójicamente turistas extranjeros).

Los recientes atentados en Barcelona, España, han dejado regado de sangre no solo la Rambla, también de odio y un creciente animo de rechazo de parte de la población española, en especial la catalana, hacía con los musulmanes. El ánimo anti turista de las semanas pasadas, que parecía una palomillada se está traduciendo y redireccionando en agresiones directas hacia la comunidad islámica en Cataluña, con ataques a sus hogares, pintas, insultos y acoso callejero. Estos hechos la prensa oficial ibérica y europea lo invisibilizan, y se centran únicamente en la víctimas del atentado. El ánimo de odio hacia el extranjero está tomando otras proporciones, y  este odio puede ser politizado.

Para comprenderlo a nivel político, las fuerzas reformistas jóvenes surgidas a partir del 11-M, una de cuyas cabezas es Ada Colau, tienen el reto de enfrentar a las corrientes radicales dentro de sus propias agrupaciones políticas. El caso de Ada es emblemático, es la alcaldesa de Barcelona, fue activista y era ocupa. Una mujer honesta abierta al diálogo, en contra del separatismo y todo radicalismo de derecha o izquierda y que ahora afronta un ambiente político enrarecido. Y sin embargo, es una política hábil, y su mayor capital, es que se ve honesta. Una especie de Marine Le Pen suavizada, progresista y simpática. Quizá solo ella pueda frenar el torrente xenófobo en Barcelona que comienza a brotar.

Porque la xenofobia no es un rasgo común de la sociedad española, y menos de los barceloneses, quienes han sido siempre una sociedad abierta a todos (allí vivieron Vargas Llosa y Cortázar), pero la crisis del 2008 de  la que todavía no se recuperan del todo, los desahucios que aún están en la memoria reciente de los españoles, sumado al peligro del terrorismo yihadista están abonando el terreno  para una corriente abiertamente racista que ya se puede oler en el aire.

Ya desde el 2010, a causa de la crisis emergieron grupos xenófobos, y ahora este atentado, el primero en España desde Atocha en 2004 pone en primer plano a una pequeña pero poco integrada comunidad árabe. Lo que fue el judío en el siglo XX para Europa se está convirtiendo a fuerza de bombazos y atropellos con furgoneta  el árabe musulmán en el s. XXI.

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