Opinión

Barbie, una película feminista

Lee la columna de Gabriel Rimachi Sialer

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Arrastrado por la euforia de Barbie, fui con mi hija a ver anoche el estreno de la película. No sé si el humor gringo ha cambiado tanto estos años, pero no encontré esas «risas de principio a fin» de la que tanto hablan las reseñistas de Vogue o Spoiler. Lo que sí, es una película interesante. En Barbieland, Barbie descubre de pronto un pensamiento terrenal que resquebraja su mundo perfecto y decide averiguar qué es lo que está pasando, por qué se alteró la magia de su vida ideal, y la única forma de hacerlo es salir de Barbieland para ir al mundo real y encontrar la respuesta.

Barbie se sumerge entonces en un mundo donde los hombres dirigen ese imperio de muñecas del que ella es la muestra perfecta, la muñeca que es capaz de ser lo que ella quiera: astronauta, doctora, presidenta de los Estados Unidos, abogada, etc. etc. etc. y, mientras se resquebraja su modelo mental, empieza a sentir miedo.

Hay una crítica del feminismo contemporáneo, de la insana «sororidad» que termina por convertir a la mujer en enemiga de la mujer si es que no se suma al activismo, en la necesidad de «competir» entre ellas secretamente para «realizarse». En Barbieland dominan las mujeres, los Ken no tienen siquiera residencia fija, nadie sabe dónde viven, sólo están ahí para acompañar a Barbie. Cuando Ken —que acompaña a Barbie al mundo real— ve cómo son los hombres en California, regresa perturbado y se pregunta: «Soy un hombre sin poder, ¿eso me convierte en mujer?». Y empieza aquí el otro nudo interesante de la historia. Hay mucho para ponerse a pensar en los discursos que se manejan en esta película, pero, sobre todo, algo me dejó pensando al salir del cine con mi hija: a ella le encantó, claro, luego conversamos sobre eso, pero tanto al ingresar como al salir vi cientos de chicas y mujeres ya mayores vestidas de rosado, divertidas, en grupos, haciéndose selfies y riendo, pero a la salida ya no sonreían tanto, como si algo ahí hubiera cambiado.

Quizá la crítica interna vaya por el lado de aquel mundo ficticio que se instaló como parte de la cultura pop femenina desde 1959 a nivel mundial: todas las niñas querían su Barbie en navidad. Y también su Ken. En ese mundo perfecto, ajeno a las discusiones de género y a la violencia de los activismos, las niñas jugaban con muñecas que, entonces, eran sólo eso: muñecas de plástico. Barbie se da cuenta de eso en algún momento y empieza a dudar.

Quizá la parte más divertida de la película es la pelea de los Ken, por ridícula pero también justificada: Barbie piensa, planifica, cuestiona, se humaniza mientras los directivos de la gigantesca Mattel buscan seguir consolidando su demencial fortuna. En paralelo los absurdos de la cancelación cultural representada por la niña que no quiere jugar con muñecas y que alude, amargada, que todo es apropiación cultural, una niña víctima de las tendencias actuales que aplastan y buscan imponer su ideología. Barbie no es sólo la película de moda, es una cinta para ir a ver y oír con atención, porque, quieran o no, y tal como dice Barbie: todos hemos sido, en algún momento, el juguete de alguien.

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