Por Luis Torres
La ANA, celebra sus quince años de existencia, con una nueva gestión, pero el agua se enturbia y salpica barro en San Isidro: poder concentrado, egos y maltratos laborales, proyectan un panorama ensombrecido para la nueva imagen que quiere darle el Ministerio de Agricultura.
Nada ni nadie puede celebrar un quinceañero institucional empapado de acciones que no hablan bien del empleador. Adoleciendo de una versión de sometimiento laboral, la ANA es más de lo mismo respecto a sus anteriores gestiones y otras instituciones del Estado.
En un pequeño recinto de aproximadamente cuatro metros cuadrados, en la segunda planta del auditorio ubicado en la sede central – San Isidro, ocho personas laboran apiñadas bajo el sofocante calor; son “empleados” bajo la modalidad de las órdenes de servicios, sin derechos laborales y obligados – por amenaza de separación de la coordinadora, a respetar horarios de oficina; no es para nada conmemorativo que en la ANA, una organización adscrita al Midagri, tenga esa conducta frente a sus prestadores de servicios. Así celebra la ANA su ‘quino’, este 2023.
Esto añadido a que es vox pópuli en el sector que la ANA mete buena plata en “los eventos”. No puede jactarse de una austeridad real en este mes del agua, en una coyuntura de huaycos y quebradas sin control que han cobrado vidas: la ANA cotiza campañas, para maquillar la ampulosidad, con gallos y gárgaras, de sus jefes. Todo por interno. Porque la autoridad tiene dos. O son tres, los que cortan el salame.
El nuevo orden en la ANA
Basta checar en las redes sociales de la ANA, para saber quién ata y desata, pretendiendo un impacto político. Se centra en el accionar del gerente general, Rolando Reátegui Lozano, quien en los primeros días de gestión no dudó en priorizar viajes, usando los viáticos asignados, solícito a atender primero a su región – San Martín; es el hombre vitrina, la conexión Midagri, el contacto con los operadores de la ministra Nelly Paredes, el de mayor peso en la institución opacando a un delineado en papel Jefe de la ANA llamado Juan Carlos Montero, que su mejor carta de presentación se dio en un evento de más de treinta mil soles, parafraseando versos frente a los presentes en las butacas y ante un sorprendido couch, el actor Jaime Lértora. Ese mismo auditorio donde los “trabajadores” difundieron sus contenidos para las redes sociales; entre la condensación del aire caliente y la informalidad, sin ventanas, en espacios reducidos y promesas de pago, una figura fiel a la película Parásito cuando de diferencias se trata con las planillas doradas de la ANA.
Hay más. En la ANA, cerca de Réategui, y en un escalafón menor, está el abogado Elías Domínguez López, oficializado por Montero en el cargo de Asesor de la Gerencia General (N° 0021-2023-ANA), el 23 de enero. En un mes y medio, por arte de magia, ya es el flamante Director de la Oficina de Administración, según el directorio de la sede central. Elías Domínguez, recorre los pasillos con paso apurado y vencedor; son los nuevos de confianza del régimen de Dina Boluarte, para controlar la ANA.
El edén de Midagri
La sede central de La Autoridad Nacional del Agua es lo más parecido a una comarca feliz con extremas facilidades de transporte para sus trabajadores. Los ingenieros del agua, técnicos, administrativos, son trasladados a través de movilidades exclusivas del personal, fuera de las horas de trabajo; los buses, de tipo interprovincial, son clasificadas por rutas, en Sur 1, Sur 2, Norte 1, Norte 2, Este, Oeste, etc; llegan a las ocho de la mañana y se vuelven a estacionarse frente a la fachada, cada día particular a las cinco de la tarde en los Petirrojos; el destino son los paraderos cercanos a las casas de los nombrados y CAS, una medida creada en tiempos de Covid, pero dejada a flote por la actual gestión al no poder actuar con firmeza contra el dinosaurio burocrático de las distintas islas de poder de las direcciones que dominan la ANA. Más gasolina gastada y cero en el cuidado de la huella hídrica, en contraste.
Para tener una idea de la importancia del presupuesto de la ANA, diremos que no es cualquier cosa; son millones de soles asignados (MEF), requeridos por sabidos y lobistas para el permiso del uso del líquido elemento en grandes proyectos inmobiliarios, por ejemplo. El dinero es reunido en las juntas de usuarios del agua a nivel nacional; la ANA se multiplica en pequeñas oficinas administrativas y locales por cuenca, repartidas a lo largo y ancho del Perú.
Hoy, la Autoridad Nacional del Agua celebra sus quince años, en medio de las aguas más tempestuosas de un ciclón que se lleva todo a su paso. No es ajena a la falta de prevención y orden interno. Su parálisis funcional, inoperativa y light, obedece a la incapacidad de varias gestiones fallidas, que no logran el cauce deseado o caen en el protagonismo del poder.