Por: Jorge Paredes Terry
Con esta decisión, Brasil no solo abre sus puertas a una de las caras más conocidas del entramado corrupto del humalismo, sino que envía un mensaje claro a los delincuentes de la región: aquí encontrarán refugio.
Lula, quien en el pasado se presentó como un defensor de los pobres y un luchador contra la impunidad, hoy se desdibuja como otro cómplice más de la podredumbre política que azota a América Latina. ¿Dónde quedaron esos discursos sobre justicia social y transparencia? ¿En qué momento el líder obrero se convirtió en el protector de los corruptos? La respuesta es simple: el poder corrompe, y Lula no es la excepción.
Nadine Heredia, sentenciada a 15 años de cárcel en nuestra patria por lavado de activos y vinculada a la red de Odebrecht, ahora podrá vivir tranquilamente en Brasil, protegida por un gobierno que alguna vez criticó a las élites depredadoras. La ironía es cruel. Mientras el pueblo peruano exige justicia, Lula le ofrece impunidad. Mientras las víctimas de la corrupción claman por reparación, Brasil se convierte en el santuario de quienes saquearon las arcas del Estado.
Pero esto no es solo una traición a su pasado, es una señal peligrosa. Si Brasil está dispuesto a blindar a figuras como Heredia, ¿quién más encontrará cobijo bajo el manto del «asilo político»? ¿Qué otros prófugos de la justicia llegarán próxima mente? Tal vez Vizcarra? kuczynski o Dina Boluarte? El mensaje es claro: la justicia en América Latina sigue siendo selectiva, y los poderosos siempre tendrán una puerta giratoria que les permita evadirla.
Lula ha tirado al tacho de basura su propia historia. Ya no es el sindicalista que enfrentó a las dictaduras, ni el presidente que impulsó políticas sociales. Hoy es el hombre que protege a los corruptos, el que normaliza la impunidad. Y Brasil, bajo su mandato, se perfila como el nuevo paraíso de los delincuentes.
Atención, delincuentes peruanos! Brasil los espera con los brazos abiertos.