Así te quiero recordar siempre, querida china, haciendo muecas y mohines a pesar de las incertidumbres y los dolores de la vida. Esas cosas que nos pasan mientras pensamos en respirar hondo y a nuestras anchas. Siempre me escribías hasta me invitaste a salir un día hace mucho tiempo y yo te dije que le tengo miedo a las poetas de verdad y te reíste a carcajadas y me diste un golpe en el hombro. Y nos tomamos un vino o champagne a la luz de la luna y nuestros mejores regalos fueron el intercambio de libros, qué más pues. Eras como una niña, una pequeña que había que apapachar (o ser apapachado).
Todavía guardo ese abrazo fuerte como si el mundo se acabara o un meteorito fuera a caer en ese mismo instante por sobre nuestras cabezas. Luego me invitaste a tu pueblo en Chepén Chepén para que yo leyera mis poemas y le hablara a tus paisanos, pero me puse espeso y no fui. Me decías que tenía que reconciliarme con esos escribas que siempre me han dado la espalda. Y me dijiste: “tienes que ir porque ya puse tu nombre, Rodolfo”. Pero tan terc@ como tú era yo.
Y te molestaste feo conmigo y no me hablaste por varios años, pero nunca dejamos de ser amigos, al menos en el fb, hasta que un día me escribiste acongojada diciendo que el mal había regresado con fuerza y me pediste un consejo, palabras de aliento que te sacaran te ese estado de tristeza. Y volvimos a hablar, a hablar por días y por semanas o meses y yo te contaba de los mahikari, del jorei, de Meishu Sama y de que tenía un amigo sanador, se llama Víctor Hugo. Pero ya nada ni nadie importaba. Era tu secreto o nuestro secreto. Y hace poco me dejaste un abrazo por mi cumpleaños, querida china, Julia Wong y ya no te respondí, solo te puse un emoticón, esos trazos que los adolescentes han inventado porque no saben decir las cosas o porque las abrevian y significan más de lo que uno puede decir.
Sabía que te estabas despidiendo, sabía que un día de estos ya no volvería a ver tus post sobre libros, tus viajes incansables, tus palabras tan lúcidas y tu lucha por la poesía que era como una lucha contra los molinos o contra todo el universo.
Viaja bonito, viaja en paz, querida China, tus libros son los pedazos de ti que se quedan con nosotros y en nosotros. Y los tendremos en la mesa al alcance de las manos para que cualquier visitante pueda saber de ti y de que te fuiste dando batalla, peleando a la contra con tu cabecita calva y sonriendo. Las lágrimas son nuestras.
Te quiero mucho, siempre te voy a querer.
Te abrazo fuerte como aquel día que sí fue el fin del mundo.