Las verdades de perogrullo suelen sonar idiotas. Aunque algunas no dejan de ser ciertas.
El fútbol peruano, para salir del hoyo donde se encuentra y empezar a ver un poco de luz, necesita una explosión nuclear de algún tipo. Por ejemplo una que se llame visión. U otra conocida como planificación. Y una más denominada organización.
Pero como todas estas facetas del desarrollo están muy lejos de nuestra realidad actual, tendríamos que comenzar por la primera de todas: educación.
El diagnóstico de nuestro fútbol revela que no se trata de una herida superficial, posible de ser curada con un remedio rápido. Es un cáncer generalizado, una metástatis agresiva e incontenible que compromete todos los órganos vitales.
Examinemos los equipos que tenemos: clubes de amigos sin espíritu de institución. Echemos un vistazo al estado de las canchas en que jugamos: matorrales o campos de plástico.Miremos los estadios del campeonato: las tribunas son muros derruídos o árboles con ramas altas para una mejor visibilidad. Apreciemos las instalaciones de los camerinos: ciertas cantinas tienen ambientes más decentes. Escuchemos los comentarios de nuestros periodistas: no toman en serio el deporte que les da de comer. Revisemos las decisiones de nuestros dirigentes: designan un nuevo entrenador para la selección, pero cuando le meten 4 pepas lo despiden de inmediato en vez de apoyarlo (ignorando que fueron ellos quienes lo contrataron). Contemplemos las reacciones de los hinchas: estarían a mejor recaudo en una cárcel o en un hospital psiquiátrico. Observemos el comportamiento de nuestros jugadores: se conforman con el carrito y la hembrita.
¿Qué respeto podemos esperar de otros –los rivales en competencias oficiales, por ejemplo, e incluso en amistosos-, si nosotros mismos no nos respetamos?
¿Acaso sorprende que tras pretender jugar contra España terminemos enfrentando a un grupo de futbolistas desconocidos de ese país?
Eso no lo arregla Bielsa ni el Papa.
Analicemos los resultados en la Copa Libertadores. O en la Copa Sudamericana. Nuestros equipos no ganan ni un partido. Pierden todos por goleada. De local y de visita. Un verdadero récord, no superado por ningún otro país del continente.
OK. Supongamos que viene Bielsa de todas maneras. Si los jugadores siguen sintiéndose pobres y emborrachándose a causa del congénito complejo de inferioridad que arrastran desde la cuna y luego refuerzan en el colegio, mientras continúan jugando pichanguitas por unas cuantas chelas en la canchita de cemento de su barrio, ¿qué podemos esperar cuando saltan al gras de un estadio de verdad en Europa o incluso aquí mismo en Sudamérica?
¿Vamos al mundial o no?
OK. Seamos más atrevidos y soñemos a lo grande. Supongamos ahora que, aprovechando la supuesta bonanza económica que disfruta el país, contratamos un bufete internacional de entrenadores de prestigio no sólo mundial sino histórico. Hasta podríamos tener un grupo de directores técnicos titulares y otro de suplentes. La lista –y el dinero- fácilmente podría alcanzar para traer a nuestro fútbol el talento de Guardiola, Mourinho, Ancelotti, Sir Alex Ferguson y muchos más, todos asesorados por Cruyff, Platiní, Pele y Lobo Zagalo (a Maradona lo dejamos afuera porque podría convertir el proyecto en una armada general o en una revolución comunista que nos desviaría de los objetivos trazados).
¿Iríamos al mundial?
Lo dudo. En la última eliminatoria hubo 5 cupos para Sudamérica, considerando que el próximo mundial se jugará en Brasil. No fuimos capaces de agarrar ni uno, ni siquiera el repechaje. ¿No sería más conveniente a nuestras posibilidades, y apropiado a nuestras esperanzas, pedir a la FIFA que traslade nuestra federación a la Concacaf? Mejor aún, a Oceanía. Quizás podamos ganarle a Tahití algún día. Al parecer nuestro fútbol está al mismo nivel que nuestra minería: en el subsuelo.
Entonces volvemos a Bielsa. A propósito…¿quién es Bielsa? ¿Algún genio del fútbol moderno? Llevó a Argentina al mundial del 2002 después de barrer arrogantemente a las demás selecciones de Sudamérica, pero apenas en la primera fase Inglaterra y Suecia lo bajaron de su nube y lo regresaron a su realidad, dejándolo tristemente fuera del torneo. ¿Qué pasó con Chile en el 2010? Más o menos lo mismo; pasó la primera ronda, pero en la segunda se encontró con Brasil, que lo hizo mierda y lo devolvió a su casa con el rabo entre las piernas.
¿Es eso a lo que aspiramos? Ya lo hemos vivido. Nos hemos subido a la misma montaña rusa de falsa y efímera Gloria inicial para luego caer a la subsecuente decepción de la dura y cruda realidad en México-70, Argentina-78 y España-82.
El fútbol peruano –incluyendo canchas, estadios, camerinos, periodistas, dirigentes, futbolistas, hinchas- es como un viaje en combi: un denigrante atentado contra la dignidad humana.
A este fútbol, si no hay cambio de mentalidad y actitud (lo cual sólo se logra con años de educación) no lo salva nadie. Así baje a la tierra el mismo Jesucristo y se ponga la blanquirroja cruzada al pecho con la banda de capitán en el brazo.