Arthur Koestler, periodista y escritor húngaro de origen judío, nació en Budapest en 1905. Su obra abarca sobre todo novelas y ensayos de divulgación científica y temática política. Publicó, además, sus memorias, compuestas por cinco pequeños tomos (en la edición preparada por Alianza Editorial), en donde da cuenta de los avatares que entretejieron su vertiginosa vida. Una vida que siempre osciló entre los extremos de la apología y el rechazo. Una vida marcada por el signo de la disidencia y la heterodoxia.
Koestler estuvo en medio de la guerra civil española, encubierto bajo el sedicente cargo de corresponsal periodístico, con el propósito de demostrar que el régimen de Francisco Franco recibía apoyo de nazis y fascistas. Prestaba, así, como comunista que era, un servicio a la Comisión Investigadora de la Intervención Extranjera en la Guerra de España, patrocinada por la Tercera Internacional. En ese trance, sus propósitos fueron puestos al descubierto. Fue encarcelado, juzgado sumariamente y condenado a muerte.
Esperó la ejecución de la sentencia noventa y cinco largos días, durante los cuales sufrió algo así como una transformación mística que lo llevó a aceptar con serena y sabia resignación su destino. Pero las oportunas negociaciones llevadas a término por el gobierno británico lograron que fuese canjeado por la viuda de un capitán de aviación franquista, situación que lo pondría a salvo y a buen recaudo. Esta experiencia límite quedó retratada en un libro publicado en 1938 –el año siguiente de su liberación, y que incluía también el texto de una breve obra publicada antes acerca de las atrocidades cometidas por las tropas de Franco–, al que intituló Un testamento español, y cuya segunda parte, aquella específicamente referida a su estancia en el purgatorio de los condenados a muerte, vería la luz en posteriores ediciones bajo un título singularmente gráfico: Diálogo con la muerte.
Por aquellas épocas, las atrocidades del totalitarismo estalinista lo despertaron de su sueño marxista. Y así fue como al cabo de algunos años de militancia se pasó a la vereda de enfrente, asumió una postura disidente y se convirtió en el más cáustico crítico del régimen soviético.En el tétrico marco dado por aquel sistema político, algunos amigos suyos fueron acusados de traición a la revolución en los tristemente célebres procesos de Moscú, y condenados a prisión o muertos luego de enfrentar juicios sumarios.
El arma que empleó Koestler para saldar cuentas con la ideología que llevó a la muerte a millones de seres humanos en los gélidos campos de concentración del GULAG fue la ficción literaria: en 1941, publicaría una de las novelas más representativas de aquellas que retratan el horror de la lógica totalitaria. Originalmente publicada como Darkness at Noon, obtuvo un tibio recibimiento en Inglaterra, pero su versión francesa,intituladaLe Zero et l’Infini(El cero y el infinito), dada a conocer hacia el final de la Segunda Guerra Mundial,casi de inmediato recibió la atención de un amplísimo número de lectores, que encumbraron a Koestler a las alturas de la fama literaria. El héroe trágico de esta novela, de nombre NikolaiSalmonovichRubashov –una síntesis deBujarin, Radek y Trotsky, según nos lo dice Koestler en sus memorias– representa al individuo que es aplastado por la omnipotencia de un régimen que se sustenta en una ideología dogmática y sanguinaria, de espeluznantesribetes superrealistas.
La novela se inicia con la detención definitiva de Rubashov. Miembro connotado de la vieja guardia bolchevique, Rubashov había sido un corajudo combatiente en las primeras horas de la revolución.A medida que las purgas desatadas al interior de la burocracia totalitaria de un país al que sólo se lo nombra como «el Otro Lado», pero que es reconociblemente el régimen soviético, van devorando a los mejores y más antiguos cuadros de la revolución, Rubashov asume una postura crítica frente a la política del partido instaurada por el Número Uno (personaje que representa a Stalin). Las dudas lo asaltan. La fe en el dogma de la revolución va agrietándose. La escandalosa arbitrariedad con que el poder estatal decreta la culpabilidad de quienes son identificados como potenciales enemigos del pueblo, afloja las tuercas que mantienen unidos en la conciencia revolucionaria de Rubashov los hierros ideológicos de la doctrina partidaria. Y, a un tiempo, sus propios resquemores acerca de la legitimidad de sus dudas, tanto como la voz del destino histórico que solicita de él sacrificar toda vanidad en pos del objetivo mayor, que no es otro sino alcanzar la redención de los oprimidos de la tierra, lo incitan al sacrificio, a la aceptación acrítica de las iniquidadescometidas por el régimen, espuriamente justificadas por las necesidad histórica, férreamente encaminada hacia la presunta liberación de la humanidad. En algún momento, esta actitud vacilante, tornadiza, y por momentos censora, es detectada, y a raíz de elloes conducido a las mazmorras del régimen y procesado.
A medida que la historia se desenvuelve, sus recuerdos van recorriendo los diversos eventos que han terminado en su acusación y encarcelamiento. Rubashov recuerda –destellos de memoria en medio de las sombras de su abismático drama– a las personas sacrificadas por el régimen: Ricardo, Arlova y Loewy, camaradas suyos ejecutados con su anuencia. Ricardo, joven miembro del partido, acusado de asumir posturas contrarrevolucionarias, puesto ante un paredón de fusilamiento luego de ser sometido a torturas; Arlova, compañera de Rubashov durante algún tiempo, terminó en el cadalso por acusaciones de la misma ralea; Loewy, dirigente popular en un país satélite, puso fin a sus días, invadido por la desesperación de verse acosado por el aparato censor de la dictadura, sin que Rubashov moviera un dedo para evitar tal desenlace.
Ivanov y Gletkin son los siniestros magistradosestatales encargados de arrancarle su confesión y lograr con estoque reconozca los delitos que se le imputan. Ivanov, veleidoso y cínico funcionario estatal, encargado de los dos primeros interrogatorios, terminará también engullido por el vórtice de las intrigas del régimen. Gletkin, cerril y curtido militante socialista, y convencido hasta el tuétano de la lógica inflexible y absurda del partido, será el que interrogará por tercera vez a Rubashov, y logrará que este acepte ser parte de una conspiración contrarrevolucionaria cuyo objetivo habría consistido en asesinar al Número Uno.
Las acusaciones lanzadas contra Rubashov son falsas. El cargo de traición se fundamenta en la actitud de crítica que asume, en el disenso que esporádicamente evidencia. Es un contrarrevolucionario, un traidor a la causa del pueblo porque su perspectiva no es congruente con aquella otra, oficial y excluyente, asumida disciplinadamente por sus camaradas en el poder. Se le considera miembro de la oposición y se le condena no por lo que efectivamente lleva a cabo, sino por aquellos actos que la lógica totalitaria infaliblemente ha dictaminado que sucederían si la postura crítica de Rubashov hubiese seguido su curso. Las mentes esclarecidas de la revolución tienen el increíble poder de anticipar los acontecimientos por una sencilla razón: ellos son los dueños de la verdad; las figuras siniestras que dirigen las riendas de aquel estadoconocen cuáles son las leyes que rigen la marcha de la historia.Es la sanción del contrasentido:la clarividencia emanada de una prédica cuasi diabólica asentada enel dogma cuasi religioso del materialismo histórico.
Rubashov, sin embargo, pugna por mantenerse fiel al sistema. Una batalla dialéctica, que por momentos adopta perfiles esquizoides, toma lugar en su fuero interno. Los interrogantes lo espolean al considerar su propio papel en el contexto global de la revolución socialista. ¿Debe sacrificarse en el altar levantado para santificar a una humanidad abstracta y soslayar sin ningún miramiento al individuo de carne y hueso, al hombre concreto que, como él,respira, sufre, ama y duda? ¿Debe asumir con resolución su papel de engranaje de una maquinaria descomunal destinada a edificar el paraíso en la tierra,que va dejando a su paso losdespojos de las víctimas que son machacadas bajo las pesadas ruedas de su omnívoro poder? ¿Tiene derecho a poner en peligro un proceso de transformación radical de las estructuras sociales que lleva aparejada la noble tarea de dar a luz un hombre nuevo, simplemente por prestar atención a las veleidades particulares y egoístas nacidas en la oscuridad de la incomprensión de las leyes profundas que mueven el tren ineluctable de la historia? El viejo bolchevique se debate ante estas dudas y oscila entre los extremos de aceptar la inmolación revolucionaria y la decisión de patear el tablero del destino histórico que los conductores esclarecidos del proletariado están absolutamente seguros de haber descifrado, y tratar, en una maniobra postrera, de probar su inocencia con una obstinación que, sin embargo, sabe infructuosa. Finalmente, será derrotado por la aplastante lógica totalitaria y ofrendará su insignificante vida en aras del ideal encarnado en la liberación de la humanidad. Una liberación que exige la sumisión del individuo a una ideología que anula en ese paradójico trancela libertad de disentir.
El cero y el infinitoes una novela cuyo núcleo se nutre de hechos reales. Koestler lo deja bien establecido en las páginas iniciales del libro: los personajes son inventados, pero lascircunstancias históricas que dieron origena sus actos ocurrieron. La experiencia atravesada por Rubashov en esta historia es exactamente la misma que vivieron aquellos miles que aquel obscuro poder político absoluto, el poder del totalitarismo estalinista,consideró disidentes.Su destino es el arquetipo literario de aquel otro que les fue señalado a líderes emblemáticos de la revolución, eliminados por «desviarse de la línea correcta del partido»: Bujarin, Radek, Zinóviev, Kámenev, Smirnov y muchos otros que la historia ya no recuerda.
1955fue el año que marca un cambio de intereses en el itinerario de Koestler. Reflexiones sobre la horca fue la última obra en que Koestler abordó un tema político. Aportaba allí argumentos en contra dela pena de muerte. Luego de su publicación decidió no incursionar nunca más en ese terreno. Su interés a partir de allí se centró en materias científicas, y, más tarde, derivó hacia territorios temáticos que el rigor de la ciencia evita transitar.Así pues, disidente casi por naturaleza, también en el campo científico asumió posturas heterodoxas: yendo contra la impoluta metodología científica, que excluye de su campo lo que se resiste a ser objeto de observación sistemática, réplica experimental y consenso intersubjetivo, Koestler mostraría en adelante un obsesivo interés hacia temas paranormales.