Fue un partido marchito, futbolísticamente pobre. El cálculo excesivo y la imposibilidad de articular sistemas arrojaron como resultado un encuentro mecánico carente de luz.
Los anaranjados, pese a su habitual confianza, se vieron atribulados en cada intento de infiltrar la tupida red defensiva tejida por los albicelestes quienes por su parte, en este aspecto, a ratos funcionaron mejor en lo colectivo.
Robben y su banda parecían, hasta ahora, los únicos candidatos capaces de detener el arrollador juego de los alemanes. Con su inesperada caída, sin proponéreselo, le han echado una buena mano a sus colegas europeos.
Los cambios de Van Gaal esta vez no rindieron frutos. Su planteamiento entero fue una sorpresa decepcionante. Por momentos asumió mayor iniciativa, pero sin causar verdadera zozobra en el arco contrario. Su error más grave fue designar a Vlaar (de excelente trabajo en la zaga) para empezar la ronda de penales. Luego Sneijder se encargó de refrendarlo con esa falla abominable en su remate desde los 12 pasos.
El arquero Cillessen se comportó a la altura. De hecho, se dio el lujo de desplantar a 2 delanteros rivales con sendos quiebres de cintura al interior de su área, e incluso estuvo a punto de atajar el último lanzamiento de Maxi Rodríguez para mantener a sus colores con vida.
La ofensiva argentina, fiel a su filosofía, daba la impresión de apelar más a la vía personal que al desplazamiento organizado. Sabella, Romero y Messi son la reencarnación de Bilardo, Goycochea y Maradona. No por gusto Carlos Salvador integra la delegación oficial, Sergio es comentarista para un canal internacional de deportes y Diego delira sin empacho en cuanto espacio se le ofrece.
Esta selección gaucha es tan parecida a la del doctor en México 86’ e Italia 90’ que -jugando casi a nada, más bien aguantando y apenas esperando un error del otro- puede salir campeón.
Lo cual, igual que hace 28 y 24 años, sería una pena para los amantes del buen fútbol.