Arequipa es distinta. Incluso cuando el cineasta peruano Leónidas Zegarra manifestó que su cine era sistémico, holista y plenario, el publico arequipeño, esa noche en el auditorio libre a la vera del atrio de la Catedral en la Plaza de Armas arequipeña, lo premió con un generoso aplauso. Zegarra había llegado al octavo Festival del Libro organizado por ‘La Librería’ de la Universidad Nacional de San Agustín y no cabía en su pellejo. Incluso al peor de los realizadores de cine del Perú y parte de Bolivia se lo abrigó en el reconocimiento, igual que a escritores de publicaciones recientes como Fernando Ampuero, Jeremías Gamboa, Gabriela Wiener, José Carlos Yrigoyen, Carlos Torres Rotondo, Rafo Raez, este cronista y otros.
Arequipa tendrá este año hasta tres ferias de libros. La Cámara Peruana de Libro organiza una, la filial del Ministerio de Cultura otra y en la playa, y el mencionado festival de la UNSA que acaba de finalizar con un éxito a todo nivel. Lástima, no todo es perfecto en el Perú. El festival ha tenido que soportar la torpeza de las autoridades políticas de Arequipa. Esta fiesta del libro que tenía todos los permisos habidos y por haber desde el 26 de agosto y hasta el 07 de setiembre, tuvo que cerrar abruptamente sus actividades el 30 de agosto por órdenes de la Policía Nacional del Perú y el municipio mistiano.
Una absurda disposición del ministro del Interior desde Lima obligó a suspender la actividades porque entre las fechas se celebraba el Día de la Policía (el 30 de agosto) y había que dar paso a un desfile militar en la franja de la Plaza de Armas donde se ubicaba la feria. Lo peor fue que la PNP al desmontar la actividad se “quedó” –no se me ocurre otro término— con 7 cajas de valiosos libros de varias editoriales con cerca de 1,000 textos inapreciables y hasta la fecha los mandos policiales no saben, ni explican dónde fueron a parar los libros. Sé de policías cultos pero conozco también de la barbarie militar y de sus prepotencias.
Uno de los aspectos más ilustrativos de la actual “movida cultural” arequipeña es que en la Ciudad Blanca, a cada paso existe una librería. Las hay en el Centro de la ciudad como en los flamantes malls que avivan el deslumbrante auge económico de Arequipa. Hay pues un mercado del libro que puede acoger a escritores escarnecidos como el mexicano Carlos Cuauhtémoc Sánchez y hasta Mario Vargas Llosa que resulta una suerte de bienhechor nativo de este momento en la ciudad. Vargas Llosa incluso cuenta ya con un museo virtual en la que fue su casa materna y una imagen holográfica del Nobel da la bienvenida a los cientos de visitantes: “En esta casa nací y aquí pasé mi primer año de vida junto a mi madre y mi familia materna. Y aquí está reunida ahora, en una animada síntesis, toda mi trayectoria de escritor”, dice MVLl vestido de azul, al lado del escritorio del abuelo Pedro.
2.
Arequipa es una capital mestiza en un trance permanente entre su historia y su modernidad. Incluso antes de los españoles, ya Arequipa era centro simbólico de confluencias de una serie de naciones y culturas como los quechuas, aymaras, collaguas o como lo costeño y serrano, para luego y a partir de la colonia, dar paso a una ciudad de síntesis cultural entre lo español y lo andino. Ciudad de arte y arquitectura, ciudad democrática y republicana, ciudad que teje una identidad regional, combativa y hedonista. Ciudad que ha consolidado la institución “la picantería”, aquel foro del comedero y bebedero liberal y republicado donde a decir de sus historiadores, “ahí se encuentran a la hora del jayari, el letrado con el picapedrero y donde cuando la sombra de la tarde cae, una mano diestra arranca hermosos lamentos de una guitarra, repitiendo los versos de un yaraví de Mariano Melgar que el pueblo ha hecho suyo”.
Pero conocer el magnífico panorama cultural arequipeño es también visitar al intelectual Juan Guillermo Carpio Muñoz quien hace poco ha presentado su monumental estudio “El pendón musical de Arequipa”, un libro de 607 páginas que viene acompañado de un bonus track, un DVD con 635 pistas de toda la música arequipeña (yaravís, pampeñas y huaynos) que el autor ha podido recopilar a lo largo de su vida y su investigación. Cuando lo entrevisté en La Bóveda, céntrico local de la Plaza de Armas de Arequipa, el historiador sigue desbordante, enérgico sabio. Es cierto que en esta apretada crónica es harto difícil transcribir su sabiduría pero quedamos para otra fecha y para otro espacio mostrarle el trabajo notable de este arequipeño ilustre que es pieza angular para entender la identidad mistiana.
Esta vez tuve la suerte de desayunar con el historiador Eusebio Quiroz Paz Soldán, memoria viviente de Arequipa. Y hablamos –como antes lo hice con don Carlos Meneses, director del diario El Pueblo—de lo que podría denominar sin pretensiones, una “Teoría sobre Arequipa”. El Dr. Quiroz Paz Soldán en su estudio atiborrado de libros dice que además de que Arequipa es esencialmente una ciudad mestiza, entraña algo más que un nombre, que Arequipa es un símbolo. Es la ciudad distintiva de la República, como Lima representa al Virreinato y Cusco al Imperio Inca. En su libro “Obra histórica de Arequipa” se pregunta Quiroz Paz Soldán, “¿por qué Arequipa tiene tanta vigencia en la historia del Perú?” Y ese es el interrogante de esa grandeza que en parte está registrada en la emotividad y la nostalgia que alientan el regionalismo arequipeño y, en la importancia política de aquello que reposa en el fondo del espíritu peruano: lo permanente del ‘arequipeñismo’ en el contexto nacional.
Pero esta cultura ardiente que se siente en Arequipa debe estar también atizada por la presencia del doctor Guillermo Galdos Rodríguez, autor de un clásico en la historia de Arequipa “La Rebelión de los Pasquines” (1967), o como la actividad del historiador Héctor Ballón Lozada además de manifestación poética de los artistas y escritores que se han afincado en esta región tan pródiga y de atractivos inigualables. Uno tanto puede asistir a una verbena y jarana de los hijos de Ayariri en la Iglesia San Francisco como incursionar en una “escena” (un concierto) de los jóvenes rockeros de la región donde prima harta furia y harta acritud. Así, una noche de sábado uno puede empezar la noche oyendo a la banda “Alias la gringa” y terminar ‘pogueando’ con los grupos “Protones”, “Confuzztible” o los “Chapillac’s”.
Y al domingo siguiente es de reglamento el Adobo. Plato tutelar de carnes de cerdo en ebullición cósmica. Potaje reparador, para curar las heridas del alma y del cuerpo. Y en la picantería, en “Laurita la cau cau” o en “La nueva Palomino”. Y la picantería, que es la eterna y rebosante alegoría del placer. De ese masticar nutrido de cúspides, tiene perpetua presencia en Arequipa. Cuando el poeta arequipeño Alonso Ruíz Rosas dice en cómo reconocer a una picantería arequipeña, explica que antes de ser pequeñas o abigarradas, y otras espaciosas y multitudinarias, que estén ubicadas en el casco urbano o en la campiña, que puedan lucir vistosas ramadas o solo tienen algunas macetas, antes de todo, insiste, estas deberán ejercer magisterio, sí o sí, y al menos estas cuatro características rotundas: 1) Que deben ofrecer chicha de guiñapo. 2) Que están obligadas a preparar cada día un almuerzo (lunes, Chaque, martes Chairo; miércoles Chochoca, etc.). 3) Que deben servirse picantes (Americanos, Dobles, Triples) y otros platos típicos o extras. Y 4) que no dejen de ser espacios democráticos donde cualquier persona puede saborear la cocina tradicional de Arequipa, tomar un ‘bebe’ de chicha y socializar cordialmente. Así es la cosa y me adhiero sin chistar.
3.
Y en este boom turístico que se siente en Arequipa se puede distinguir dos atractivos, el geográfico –Arequipa es la ciudad más bella de la comarca—y la enorme cocina que sin dudar yo digo que es superior a otras por despensa, clima, agua y por supuesto, por el genio heterogéneo. Se reúnen en su espíritu el alma española atiborrada a su vez de un supino mestizaje. Los conquistadores eran castellanos, vascos, catalanes, celtas y más, y venían aderezados de los jugos caldurientos de la miel mora. Árabes en esencia y en su mayoría, abrazados a mujeres. De ellas es el maridaje del picor y el dulzor. Eterno placer para papilas sensualizadas. Y vamos que hoy están de moda los varones cocineristas. Al contrario, como se explica en este texto, la cocina arequipeña en amplia matronil. Su lógica es femínea por delicada y picante por mujeril.
Que dentro la oferta cultural esta vez he descubierto la enorme cantidad de negocios textiles, las alpacas de todas layas, la joyería, de oro y plata, la industria del chocolate, el gran mercado de San Camilo. Pero insisto, no me cansaré de tratar sobre zarzas, chupes, malayas, solteros y otros capítulos de la oferta gastronómica arequipeña. He aquí presentes, cual fórmulas para alcanzar la felicidad del paladar que es uno de los placeres más caros de todos aquellos que tenemos en la punta de la lengua. La olla arequipeña, insisto, su tejido con otras cocinas, la morisca, la africana, la universal, es el resumen de un hito exorbitante que está refrendado por la teoría y la práctica. Amén de los insumos que son de tierra, de cielo, de río y de mar. Que son nativos e injertados. Que se cocinan en las brasas de una casa de prosapia como de una picantería, con intensidad y devoción. Que se llevan en la memoria y que sus portentos trasladan con fidelidad aquella matriz de origen a la capital limeña, con los insumos y la ternura de sus constructores.
Y para explicar el grado de emoción con que uno descubre la belleza arequipeña tengo que citar al gran escritor arequipeño Jorge Polar quien sostienes en su celebrado “Arequipa, Descripción y Estudio Social: “Allá abajo, la orilla del río, casi en el centro de la comarca, está la ciudad, blanca, como hecha de espuma o de lava o de alabastro. La bruma de la tarde comienza a cubrirla y va palideciendo como si se sumergiera lentamente en un ensueño. En torno suyo, asomándose, entrándose a sus calles, como curiosa de verla, brillante la campiña, verde y hermosa todo el año, pero que en esta tarde de diciembre está más hermosa que nunca, porque los trigos maduros parecen campos de mieses de oro y los campos de maíz lucen verde-oscuro en las cañas nuevas de anchas hojas, y las arboledas, con el buen tiempo y los anuncios de las lluvias de verano que no tardará, están de frondosas que ya se rinden a su propio peso”.
Finalmente, vine a Arequipa, al festival del libro, invitado por el poeta Misael Ramos, pero he tenido que denunciar la “pérdida” de 7 cajas de libros gracias a la atención de la PNP. Insisto, Arequipa tiene los problemas de una ciudad con cerca de 2 millos de habitantes. Con un tráfico endemoniado. Con discursos grises de candidatos para el municipio provincial y el gobierno regional. En esa realidad, se empata con otras ciudades del Perú. Pero me quedo con el paisaje descrito por el maestro Polar, uno se puede imaginar que esa tierra es un Edén. Pero es más. Arequipa trasunta su paisaje e inventa un repertorio del jamar vicario. Sus recetas no hablan de otro asunto que no sea el de la frondosidad de repertorio, de la excelsitud de sus artificios, de las misteriosas conexiones entre los herméticos secretos de los valores sápidos. Así es y no lo volveré a repetir. Arequipa, campiña y volcanes. De rumorosas huertas y de anisados amansadores. De genio y temple que han quedado retratados en las almas de sus peroles y el espíritu de sus leñas jamás extinguibles.