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APUNTES SOBRE LA FEMINIDAD

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“Femenino”, del latín feminīnus, tiene como sexta significancia: débil o endeble; “hembra”, del latín femĭna, tiene, como octava significancia: “delgado, fino, flojo”. El día internacional de la mujer parece haberse convertido, en ciertos casos, en un tributo por parte de los hombres, a la literal significancia que las mujeres le están dando a estos adjetivos. Una lluvia de chocolates, flores, perfumes, esmaltes, almuerzos, cenas y detalles brindado por “espositos” y “jefecitos” acompañarán la celebración de un día que fue fijado para remembrar la heroica gesta de mujeres trabajadoras que, desde 1908 hasta 1910, lucharon con bravura en diferentes partes del mundo por la igualdad de derechos y el respeto a su género por parte de la sociedad.

No fue tanto los despidos, ni el hambre, ni el maltrato, ni los ataques, ni la muerte lo que llevó a las mujeres a tomar las calles para protestar, como lo fue el hartazgo de tener que soportar una sociedad que las trataba con menosprecio. Desde que Clara Zetkin creara el Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo de 1910, la situación en el mundo ha ido cambiando en aspectos fundamentales. Sin embargo, hasta la fecha, el abuso y el maltrato, la violación de derechos esenciales, la esclavitud e incluso, la desigualdad en sociedades modernas, se sigue manifestando y vulnerando la autoestima y dignidad de muchas féminas que, mordiendo su rabia, buscan promover un mundo en el que prime la igualdad de oportunidades y la dignificación de su género.

Me gustaría pensar que las cosas van en franco crecimiento desde aquella segunda convención de mujeres socialistas celebrada en Copenhague, en la que se honró la muerte de 146 obreras en una fábrica textil de Nueva York en 1908, pero hay ciertos aspectos que, a mi parecer, están actuando como un freno a la causa de la igualdad de géneros, que tan en boga se encuentra en estos tiempos. Sí, es cierto que en muchos lugares los grupos, fundaciones y ONG que bregan por los derechos de la mujer están empezando a repercutir, pero el gran trabajo realizado por estas instituciones está dirigido a la consecución de derechos fundamentales, constitucionales, principios epistémicos para una vida digna, derechos casi inherentes a todo ser humano, sea hombre o mujer. Las mujeres que sufren estos tormentos no saben lo que es celebrar un día como el 8 de marzo. Yo quiero hablar de las mujeres que sí pueden celebrarlo, de las mujeres que son fruto del esfuerzo de Clara Zetkin y de miles más que dejaron hasta su sangre sobre el pavimento de las calles. Las dos preguntas que siempre me rondan al respecto son: ¿ha conseguido la mujer la igualdad por la que tanto luchó? ¿Es la mujer un ser realmente libre?

El primer problema para conseguir esa igualdad que tanto se pregona es –por increíble que parezca- el desinterés por parte de la misma mujer, que en la mayoría  de los casos es incapaz de concebir un estilo de vida carente de la influencia machista y, por otra parte, la conveniencia: hay grupo de mujeres para las cuales el mundo les da réditos así como está, y un cambio en el sistema sería totalmente perjudicial para su zona de confort. No hablo solo de la chica regia, esposa del gerente transnacional, que se la pasa desayunando con sus amigas y yendo de compras todos los días hasta que su esposo venga de viaje y se la lleve a vacacionar a Varadero, sino de la mujer de clase humilde que es capaz de soportar golpes y vejaciones porque simplemente no quiere salir a la calle a aprender un oficio. El desinterés y la conveniencia hacen que, por ende, la revolución femenina no pueda sostenerse por la mujer en sí, sino que necesita del hombre como aliado. Bajo esta premisa, otra corriente, el feminismo, cuando es erigido como una manifestación antagonista al machismo opresor, pierde asidero.

El hombre como aliado resulta una posibilidad viable pero complicada, por una gran razón: el contexto. Sólo ciñéndonos al mundo occidental, la lucha de la mujer por su igualdad no puede darse si es que ella sigue formando parte del mismo sistema que la oprime y aceptándolo. Es como pretender extirpar la mitad de un cáncer y creer que con eso se encontrará completo alivio. ¿Es la mujer realmente libre? No. La mujer sigue sometida a un sistema que la vulnera y la empequeñece constantemente, disimulando esta vulneración con orlas de modernidad que hacen que la mujer, continúe, sin meditarlo, siendo parte de ese sometimiento. Basta reparar en cosas simples y cotidianas: la mujer sigue obligándose a usar maquillaje, a torturar su cabello, a usar prendas que resalten las bondades de su cuerpo (senos, caderas, nalgas), creyendo sentirse bella, cuando en realidad cumple con destacar las partes que hacen que el hombre –por herencia genética- las considere criaturas fértiles. Es así como, bajo la excusa de una convención social heredada, quizá desde el paleolítico, la mujer sigue permitiendo que predomine sobre ella la visión de servil procreadora, a la de una individuo a la par, cosa  que parece ya grabada en su código genético.

Es la herencia primitiva –animales somos, al fin y al cabo- la que, durante siglos, mantuvo a la mujer como mero instrumento procreativo y servil, avocada al cuidado de su proveedor (el hombre). Este pensamiento se ha prolongado a través de generaciones, y se ha inculcado hasta sembrarlo en el subconsciente, elevando la maternidad al nivel de logro personal y de realización femenina, tanto, que el no conseguir traer hijos al mundo es motivo de profunda frustración, autocompasión y desconsuelo. La mujer nos dirá que no comprendemos lo importante que es porque “está en su naturaleza ser madres”. Habría que pensar, en estos tiempos modernos, lo que sería del mundo si el ser humano en general siguiera intentando hacer todo lo que su naturaleza le exigiera. Y ay de aquella que ose colocar sus deseos personales por encima del matrimonio y los hijos; y hay de aquella que ose siquiera dejar de lado los grandes hitos de la existencia femenina (el matrimonio y los hijos), para buscar su realización personal en algún puesto de trabajo o en alguna otra meta distante de su finprocreador.

Es de aquí que nace en la mujer la necesidad de aprobación, debido a su “vocación” de servicio. La mujer constantemente busca la aprobación del sexo opuesto pues, mentalmente, cree que es parte de su naturaleza el agradarle a su pareja (“No me llama”, “no me escribe”, “no me cela”), lo cual desemboca como círculo vicioso en el desinterés o la zona de confort. La escuela de “princesas de cuentos de hadas” ha convertido, a cierto grupo de mujeres, en ilusas buscadoras de príncipes azules, de caballeros acomodados que le brinden bienestar futuro a ella y a su prole. La mujer que pasa por esto defenderá la igualdad de géneros con ahínco hasta el momento de pagar la cuenta en la gran cita, y regresará decepcionada a casa porque Romeo no le sirvió el vino en su vaso, ni le encendió el cigarrillo, ni le abrió la puerta del auto. También se decepcionará cuando, este 8 de marzo, su “esposito” no se aparezca con la caja de bombones y el ramo de rosas por “su” día. Este grupo de “cuentos de hadas” ha crecido con la necesidad de sumisión y bajo la concientización de ser, por siempre, el sexo débil, la chica encadenada a las vías del tren que el héroe rescata. A ellas, especialmente, me gustaría recordarles en su día, que fueron las mujeres las que soportaron la industria internacional durante la Segunda Guerra Mundial, armaron tanques y cuidaron de la ciudad y de sus hijos mientras los hombres batallaban.

Esta estrechez del pensamiento femenino es el cúmulo, pues, de una educación generacional. Los vasos, platos, juegos de té, cocinitas, planchitas y maquinitas de cocer con las que jugaron las niñas de mi generación han sido reemplazadas por Barbies y otras muñecas delgadas y fashion, guapas y regias, que vienen acompañadas del chico de ensueño que las escoltará mientras ellas salgan a darse la gran vida por el mundo, entre glamour y joyas. Sin embargo, en este dramático cambio, cualquiera de nosotros notará que los bebés de juguetes –como el viejo Chichobello- aún se siguen vendiendo. La maternidad como obligación intrínseca a la feminidad, aún se mantiene vigente.

Si las mujeres de la vieja generación estaban entrenadas para servir; las de ahora lo están para agradar. El post de red social de una mujer de mi edad girará en torno a lo que le cocinó a su “esposito”, o a dónde la llevo a comer su “esposito”, o las flores que le regaló su “esposito”, tendiendo siempre a esa posición inclinada de la balanza, en las que el hombre sigue fungiendo de proveedor (a pesar de tener ellas un trabajo). Por el contrario, las generaciones venideras han llegado para hacer de la belleza el instrumento de su superación. La gran mayoría de las nuevas mujeres quieren ser solteras y hacer lo que quieran, subirán a su muro una foto ‘selfie’ o grupal haciendo el besito vengador; menearán la cintura/el ombligo y serán la gata rebelde (“rebelde” es la manera en que definen “caprichosa”) que conquiste (o crea conquistar) a un Loco o a un Damián en alguna juerga pelotera.

La culpa de este pobre sometimiento a voluntad por parte de la mujer,se reparte entre la prensa, el mercado audiovisual (cine y televisión) y, por supuesto, la reina madre: la publicidad. Esta demoníaca trinidad se mueve como una aplastante maquinaria de condicionamiento mental masivo, que sigue aprisionando la voluntad de la mujer y encasillándola en patrones símiles y moldes homogéneos, borrando de su naturaleza toda posibilidad de individualidad bajo el cruel castigo del absoluto rechazo (será la fea, la gorda, la huachafa, la extraña, la ‘machona’). El problema es serio: del 100% de cargos ejecutivos y de producción a nivel mundial en estos mercados, el 90% está ocupado por hombres, y del 10% restante, más de la mitad está ocupado por mujeres que aceptan a voluntad o sin darse cuenta, el sometimiento de la sociedad. Esto significa que todos esos comerciales, series y películas que la mujer ve en la televisión es, casi en su totalidad, la idea que los hombres tienen sobre ella.

Bajo estos lapidarios condicionamientos –hereditarios, sociales, industriales- ¿Cómo es posible para una mujer poder buscar su independencia y autenticidad si todo lo que le rodea le repite constantemente cómo debe comportarse, qué debe conseguir y aceptar, y si incluso, su misma condición genética está predispuesta a aceptar las ideas que le son sembradas?

Hay rumbos seguramente, pero es tan difícil como pedirle a un católico que no se persigne al pasar delante de una imagen durante una semana. Así de arraigado está el problema. Se están dando cambios, y he podido dar cuenta de muchos de ellos. Algunas organizaciones están trabajando con jóvenes mujeres para ayudarlas a definir su personalidad y a restar en ellas la dependencia que les  genera el sistema, librándolas del condicionamiento, de la tortura de los tacos altos, el kilo de maquillaje que destruye su piel y los cientos de operaciones para ser una Barbie más en la calle. Hay fundaciones que trabajan incluso, desde la niñez, como lo hace “10×10 –GirlRising”, una fundación que busca la igualdad de derechos y el beneficio de la educación para las niñas del mundo (y que irónicamente no cuenta con mucha difusión por parte de las mujeres aquí en Perú). La educación en casa, el animar a las niñas a explorar campos como las artes, la literatura, la música y la ciencia pueden también contribuir a esa real independencia que la mujer merece, basta con aprender del pensamiento de grandes exponentes, empezando por la reciente ganadora del Nobel, Alice Munro, hasta las grandes feministas, y leer a grandes aliados como John Stuart Mill.

Nadie dice que sea fácil liberarse de un yugo ancestral, pero debe de hacerse para iniciar el cambio, de lo contrario no hay diferencia alguna entre estos tiempos y las viejas y tortuosas épocas del corsé. La mujer sigue asfixiándose en esta sociedad carnal, reduciéndose a una expresión pobre y repetitiva, dejando de lado un potencial impresionante. John EwardReid decía que, en 100 años, el mundo sería dominado por las mujeres, por su capacidad, su tenacidad y su entereza. Eso fue en 1945. Es hora de que la mujer que puede celebrar este día eche a correr su reloj y rompa de una vez ese cerco invisible que la oprime. Hay muchas otras viviendo en condiciones inhumanas, que necesitan de ustedes, para poder celebrar algún día, su verdadera independencia.

 

 

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