Opinión

Anticipation of the night, de Stan Brakhage (1958)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Cualquier cosa que yo haya pensado o sentido acerca del cine se modificó seriamente y para siempre a partir del momento en que empecé a ver películas de Stan Brakhage. Este tipo estaba jugando a otra cosa, y dejaba a casi todos en ridículo; además, de manera tan escandalosamente clara, que ya no podías seguir siendo el mismo si lo reconocías así. Podías definir quién eras o quién querías ser a partir de él.

No tenía de dónde agarrarme para formular la compleja experiencia usando palabras por lo menos al principio. Hay para mí una cierta idea de lo clásico que no es más que estúpido y cobarde conformismo. Disfrazado de racionalidad, sensatez, sentido común, en realidad sumisión a los dictados del poder, dictados abiertos o sutiles y hasta escondidos. Ahora le llaman el mercado, le siguen llamando piensa en el espectador o es lo que el gusta a la gente. Pero sucede, amigas, amigues y amigos, que el arte en tanto arte siempre fue más allá.

En el lado contrario al oprobio y la vergüenza, a la ‘normal corrupción’ está alguien como Stan Brakhage, que tiene la necesidad absoluta, irredimible e irrenunciable, de vida o muerte, de internarse en lo desconocido pase lo que pase. Experimentar era esencial, era el valor principal, no era un valor negociable.

El estupor fue dando paso a la delicia. Lo que vi no sabía que podía hacerse. ¡Pero el cine era luz! ¡Y era movimiento! Entonces cuál era el problema. Me preguntaba cómo alguien podía ser tan libre y romper tantas barreras. Lo que hacía Brakhage era de una suprema inteligencia pero no tenía que ver nada con esa inteligencia ‘artificial’, instrumental, calculadora, manipuladora.

¡Qué valor para seguir tu instinto y tratar de reconstituir a través de y con y en luces y sombras desde la más pura y exterior materialidad del mundo la fabulosa interioridad de tus propios estados mentales! ¡Qué cambian de una manera súbita incalculable e imprevista, ‘aparentemente’ sin razón! ¡Pero son cambios reales! ¡Y hay que registrarlos! ¡Qué valor para salvarse de la lógica enrarecida y regurgitadora de cómo se supone que tiene que ser una película! Brakhage toca de manera decisiva y sublime lo micro y lo macro de un solo movimiento.

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