Luego de la reciente entrega de Vis a vis (2013), su primer trabajo orgánico, y del anuncio previo de una vida en poesía con la publicación de un par de opúsculos (las plaquetas Transmutación y Sombra de barro), así como un reconocimiento literario(el Segundo Premio en el Primer Concurso de Poesía Regional “Soy igual que tú”, 2005), Andrés Torres Guillén (Barranca, 1985) se sitúa con seguridad en este género a través de Antes de las doce (Cielo Abierto – Ornitorrinco, 2014), conjunto de 22 textos en los que propone una expresión fluida para versos que lo conducen a la necesaria intimidad reflexiva.
Desde el título del conjunto y de cada uno de los poemas, Torres apela a la levedad de lo cronológico, al paso apretado del tiempo, en su tarea de hablarle –como montado en las manecillas de un reloj– al ser amado (al cual diversifica en forma de una pareja, una madre o un familiar) rindiéndole tributo mediante la confidencialidad de sus preocupaciones personales, en monólogos líricos y sin ambages.
Pero esta levedad cronológica es sustento también de un tiempo vertido en su cortedad, en su breve latencia,tal como la vida es percibida cuando las urgencias del amor están presentes.Inclemente, el tiempo va hacia adelante en estospoemas, no se detiene con el desarrollo de los contenidos, y, sin embargo, cada uno de ellos es un espaciotemporal que hace posible el retorno a través de lasintenciones temáticas del autor, o gracias a los logros de su capacidadtécnica.
Breves en su mayoría, los poemas insinúan ademásque son como la existencia humana, como un manojode instantes, como la inhalación y exhalación de minutosque empiezan y acaban para siempre; porque el tiempoes también vida y muerte, y el hombre es un pasajeromás que está solo con su voluntad y su sensibilidadexpresiva.
En muchos de los textos el poeta escribe en segundapersona, le habla a un interlocutor ausente, mudo, comosi no esperara respuesta; esto le permite ir y venir sinproblemas en el correlato interior de sus sentimientos,en el despliegue de sus pensamientos.
Lo cotidiano, el paisaje, el verbo mismo, la ausencia,los elementos de la naturaleza conformando una atmósferanecesaria, la búsqueda de sí mismo, son temas que,al quedar aquí en forma de libro, pretenden perdurar enel tiempo; en ese tiempo difícil que siempre resulta fugaze impalpable.
Sean en primera o segunda persona, está presentetambién en estas confesiones un profuso hálito de nostalgia.Como ya dijimos, el poeta se apoya en una suertede dolida memoria para que al final de muchos de lospoemas clame por lugares, momentos, circunstanciasque le devolverían la felicidad. Dolor por lo perdido, sí;pero también consuelo por lo que felizmente queda enél sustentando su existencia.
Si atendemos el orden gradual de los poemas einterpretamos sus títulos literalmente (el primero llevacomo rótulo “4:10 p.m.” y el último “11:58 p.m.”) hallaremosescritos concebidos en las horas vespertinas,desde el anuncio del atardecer hasta el imperio de lastinieblas. ¿El mejor marco para la melancolía?, tal vez;¿las oscuras horas del dolor?, quizá. Solo sabemos que,en todo caso, han sido las horas en que el poeta buscóel refugio de la palabra para encontrarse consigo mismo,develar su interior y ofrecernos el producto en formade estas páginas donde el tiempo es perecedero, sí, perose materializa ahora en forma de libro posicionándosea perpetuidad en el corazón del lector.