Escribe Rodolfo Ybarra
El asunto de Antauro y su perro
nos hace recordar la película «La Milla Verde» (The Green Mile),
basada en una novela de Stephen King, cuando un gendarme le aplasta el
ratón-mascota a uno de los presos que además era torturado. Sé que las
condiciones carcelarias de AH no son las peores y lo sé porque además lo he
visitado, hace unos años, en Piedras Gordas para una entrevista que no pudo
salir publicada.
Quizás muchos ya olvidaron que, hace poco nomás, las cárceles peruanas eran las mismas mazmorras del siglo XVIII. Y seguro de eso nadie habla porque a nadie le conviene escuchar que aquí no solo se violaron los derechos humanos, sino que, como ahora, la cuota de género es una necesidad, en los ochenta y noventa, la cuota de muertos y de presos fue una necesidad del estado. Y de esto hasta ahora nadie se ha declarado culpable o ha pedido perdón o hecho mea culpa.
Sin embargo, se supone, atrás
quedaron los presos condenados a cárceles tumba con media hora o nada de sol.
Atrás quedaron los presos torturados con baldazos de agua fría en la noche o
colgados con los brazos en la espalda para que dejen de reclamar. O los presos
que eran sacados el patio y dejados por días ahí sin comida ni agua y sin
permiso para ir al baño. Esas bestialidades que se hizo en nombre de la
justicia vuelven otra vez a la memoria cuando aparecen noticias como esta.
En resumen, un perro en el penal no le hace daño a nadie y más bien se debería incentivar la crianza de animales o el cultivo de plantas en todo establecimiento penitenciario. Eso hace más humanos a quienes han perdido algo de humanidad. Quitarle un perro a alguien que no goza de libertad no aporta en nada y más bien envilece y desata rabias contenidas. Mal hace el estado al quitarle, por venganza, una mascota a un preso.
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