Beatriz Suárez no tiene la más mínima pretensión de aparentar ser una artista, de hecho no lo es por su educación y formación, pero es innegable que muchas de sus fotografías exhibidas en esta exposición, merecen ser miradas desde una óptica que contemple sus valores compositivos, formales, tonales, de psicología de personajes y de elección de tema; lo que ya justifica de antemano que la exposición se lleve a cabo en un museo de arte, en este caso el de San Marcos.
Su iniciación fortuita y trágica como reportera gráfica, la introduce en el mundo infinito de la realidad peruana representada en gamas interminables de grises, blancos y negros, donde se advierte lo que es fotografiado por obligación laboral, por afinidad y por compromiso humano y social. Su retratos de mujeres son sinceros y tan llenos de complicidad que parecen reflejos de sí misma, la espontaneidad de Ángela Ramos (1982) y Tessy Bermúdez (1987) contrastan con la tensión psicológica de la Curandera (1987) y la mirada en un hilo de Esther Ventura (1986).
Es obvia su afiliación con las agrupaciones feministas, de defensa de los derechos humanos y de la mujer: fotografías de hermandad, de lucha, de coordinación. Fotogramas imborrables de la historia de la mujer peruana en su búsqueda reivindicativa. Pero para reivindicaciones, la que lleva a cabo con su esposo Nilo Espinoza, retratando a personalidades de la cultura, pero en especial a aquellas figuras tan denostadas para el arte contemporáneo peruano, desde su columna “Crónicas de cartón” en el diario la Prensa, de 1974 a 1976. Se presenta aquí otra vez el dialogo con la institución que cobija la muestra. ¿Cuántas obras de Joaquín López Antay dormirán aún en los depósitos del museo, esperando por lo menos una justa exposición?, obras de Jesús Urbano Rojas, Delia Poma Osores, María Rojas. Todos ellos representados en esta exposición.
El grupo de fotografías que conforman la serie “el jirón Amazonas”, uno de los ejes temáticos más realistas y personales de toda la exposición, parece llevar la firma implícita de la fotógrafa con una ligera inclinación hacia la izquierda en cada instantánea, acaso también para recalcar la constante inestabilidad del estado de ruina de aquellas precarias viviendas. Las escaleras empinadas y maltrechas, rompen con el ideal de perfección e infinito de las composiciones arquitectónicas escherianas que recuerdan.
Todo es viejo y decrépito menos sus habitantes, niños que parecen vagar desorientados en un decorado de película apocalíptica, y es precisamente allí que aparece esa mirada que nos recibió en la banderola, la mirada de una nueva vida con todo el derecho a soñar con un mundo más justo, un mundo por el cual fotografía Beatriz Suárez.