Cine

Anèmone, de Philippe Garrel (1968)

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Alegría del cine barato. ¿Por qué? ¡Pues, porque es libre! Porque exploras tu obsesión (pero primero tienes una mínima conciencia lúcida sobre ella) sin comerciantes rastreros de por medio (ahora los llaman ‘industria cultural’). Exquisita libertad, inocencia impúdica. Placer de la improvisación; instintos y reflejos muy despiertos de lo amateur. Trazo, desenfadado y gracioso, de un cómic. Clima con sabores pre mayo del 68.

Garrel, que se ha hecho un mundo, sabe que un artista o se abisma en lo personal o no es; su obra tiene una coherencia admirable, incluso en este juego casi diría adolescente y hasta cierto punto ‘ligero’. Anèmone es una chica perteneciente a una clase social privilegiada cuya nariz tiene cara de aburrirse en una pecera tan perfectamente inútil, y que se traga con cucharadas de miel (escena tan cómica con papá psicoanalista incluido, claro, si le agarras el gusto al humor pequeñoburgués intelectual snob francés). ¡Un poco de aire fresco, por favor! Así, entonces, un amante monosilábico de otras características a las suyas, de otro planeta social, cae muy bien.

Como hay alguna escena de cocina-comedor en el paraíso artificial cuna de la criatura espontánea y origina, ‘artista’, hay otra de cama con quejidos y otra más de bañera confesional y reflexiva. Y una en el metro, precrimen, con el mantra de un tengo miedo. De a ratos es una película corta que se hace ligeramente larga.   

La irrealidad del tono, que no chirría porque es muy constante, anuncia o denuncia un universo falso y tanto es así que si no va hasta el fondo es porque… es algo tan chato que tal vez ni siquiera tenga fondo. Guardo memoria de la bella escena con los dos enmascarados enamorados andando bajo tres filas de luces nocturnas en su incursión criminal al estilo de ‘no es sangre, es color rojo’.

El desenlace algo esperable y algo ridículo (de nuevo el padre en rol de amigo-protector y potencial castrador) refuerza la fábula y la moraleja de la vuelta (revuelta) al orden. La revolución, está, repito, en el uso de formas que dejan ver las contradicciones sin pedantería y sin piedad. ¿Los de mayo del 68 hicieron la revolución o solo jugaron a que la hacían? ¿Algún matiz o un punto medio? Si respondo que en parte sí y que en parte no, sonaré cobarde. Mejor pregunten a los valientes chalecos amarillos.

Puedes ver la película aquí.

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