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Amores/aromas que matan

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Escribe: Gabriel Rimachi Sialer

Lima, 14 de febrero de 2020. *** 29.5° de calor. Sensación térmica de 32° grados. 12:17 del mediodía. Estación México.

Debemos ser poco más de 400 las personas que estamos yendo al centro de Lima desde Chorrillos. Vamos apretados a más no poder, apiñados, con el rostro distorsionado por el contacto con los cristales de las puertas eléctricas, vamos agudizando las contradicciones. Cada uno es un emisor de calor. Cada uno suda profusamente. Las ventanas, abiertas pero pequeñas, no permiten la circulación del aire, están empañadas por el vaho de la gente. Hay globos en forma de corazón pegados al techo, es 14 de febrero.

Hay osos de peluche que en algunos meses terminarán en la basura. Cartas de amor. Todos respiramos el aliento del otro, el olor del otro, el humor del otro; entonces la agitación repentina que viene del fondo hace que volteemos a ver qué pasa, a murmurar posibilidades, calcular los daños, encender la filmadora del Facebook para registrar el momento. Y ahí nos damos cuenta de la dimensión de las cosas, el inicio del terror, el espanto, los gritos desesperados: alguien se ha tirado un pedo en el Metropolitano.

Ha sido uno silencioso y largo, de esos letales, de los que salen del cuerpo desesperadamente porque los intestinos lo repelen; de esos que uno suelta de costadito y salen casi silbando, medio levantando un cuarto de nalga, como quien no quiere la cosa y entonces, sin apuntar y sin mayor compasión por el prójimo, lo suelta para inmediatamente después mirar a los costados para echarle la culpa al vecino. Un pedo mortal. Entonces empiezan los murmullos y se van levantando las voces “¡Quién ha sido!”, gritan “¡Quién ha sido!”, desesperados, «¡El que ha sido que respire hondo!», pero es inútil, el flaco que gritaba ha respirado una porción del pedo letal y ha caído muerto. Los ojos en blanco, espuma blanca en la boca. El aire de pronto se enrarece y se espesa, la gente empieza a caer poco a poco al fondo, como aves envenenadas. Una mujer alcanza a gritar que ha sido un hermano bolivariano, pero este también está muerto en su asiento, seguramente soñando que regresa a los llanos felices de la patria, que es donde está el corazón.

El Metropolitano no se detiene. El chófer ha entrado en pánico, grita que no lo han capacitado para estas ocasiones, pero ni eso importa, ahora hay que salvarnos del pedo, que avanza hacia nosotros como en un cuento de Stephen King: lentamente y devorando todo a su paso. El pasillo está regado de cadáveres, algunos sobrevivientes empiezan a vomitar, otros intentan romper las ventanas pero estamos tan apiñados que poco se puede hacer, y el pedo ya va llegando hasta donde estamos nosotros. Se ha expandido y ahora recubre las paredes y el techo. Y avanza. El chofer ha saltado por la ventana y vamos a la deriva. Suena “Speed” de Billy Idol, a todo volumen. Empiezo a escribir esto ¿por qué lo hago? ¿Son los efectos colaterales? ¿Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte? Empezamos a desvariar, ya llegó: es verde, todo verde, un pedo verde que me está mirando. Hace un calor de mierda en Lima, demasiado calor para morir por culpa de un pedo, demasiado calor para yaj say dadijeo8983ubrj,ndkn sui uh owo ubqwiub da adsfrfvf rs f rfrefgrn nppkjhoew oefnwoif we w wfwjpww,d biubiu siewu we…

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