Por Tino Santander
Alianza Lima, es el símbolo del espíritu antideportivo, la pendejada y la cobardía. La conducta delincuencial de algunos dirigentes que apagaron las luces del estadio puso en peligro la vida y la salud de miles de hinchas, jugadores, policías y periodistas no tiene justificación. Alianza Lima, expresa la degradación institucional del país. No se puede confiar en una institución sin valores y sometida a intereses comerciales.
Estamos seguros de que los dirigentes y el club no serán sancionados; ni la FPF, ni el poder judicial, menos la CONMEBOL, tienen una actitud firme con los delitos cometidos. No olvidemos que Alianza Lima, siempre se caracterizó por conseguir victorias deportivas con actuaciones dudosas de los árbitros, como sucedió el 2018 cuando le anularon un gol legitimo a Melgar, lo que le permitió jugar la final con Sporting Cristal, quien fue el campeón ese año.
El 2020 descendió a la segunda división entre lágrimas y pésimo futbol; sin embargo, el TAS, lo repuso atendiendo reclamos administrativos. Alianza Lima, siempre gana en mesa y es considerado como el peor equipo peruano en los torneos internacionales. La pendejada, la picardía, el floro que promueven los dirigentes aliancistas no sirven para competir deportivamente y dan la impresión de ser un equipo chico sin alma, ni espíritu deportivo.
El psicólogo Javier Del Río, me decía: “las divisiones menores de Alianza Lima tienen un pésimo ejemplo en la conducta dirigencial; por eso, es necesario el castigo. No interesa que los políticos sean corruptos, porque, la gente no los toma en cuenta; en cambio el club, le da identidad y sentido de pertenencia a miles de niños y jóvenes”
Recuerdo a Ricardo Gareca, en una conferencia de prensa reclamando al gobierno una política deportiva que dote a los clubs de terrenos para que construyan infraestructura, que tengan un régimen tributario especial y que el deporte sea parte de la educación para alejar a los niños y a los jóvenes del alcohol y las drogas; Gareca parecía un orate predicando en el desierto, tal vez, por eso lo sacaron y trajeron a un entrenador a la medida de la FPF.
La cobardía de no dar la cara para dar explicaciones o echarles la culpa a terceros caracteriza a los podridos que gobiernan. La culpa de los muertos en las protestas del año pasado la tienen los militares decían Dina Boluarte y Otárola; no podemos comprar urea y menos tener política agraria por la guerra de Ucrania y Rusia, señalaban Castillo y sus incompetentes ministros.
Los ejemplos de cobardía son repugnantes, hemos visto a Fujimori, convertirse en candidato al senado japones para evitar su extradición; a Vizcarra y sus válidos vacunarse a escondidas, mientras miles de peruanos morían por falta de oxígeno y vacunas; a Humala y Nadine, justificando con leguleyadas el haber recibido dinero sucio de Odebrecht.
PPK y Toledo alegan lastimeramente en los medios de comunicación persecución fiscal a pesar de su conducta delictiva; Susana Villarán y la izquierda miraflorina en nombre de la lucha contra la corrupción de Castañeda Lossio, entregaron corruptamente los peajes de Puente Piedra a Odebrecht; a Dioniso Romero, entregando dinero al fujimorismo para que defienda sus intereses en el parlamento. La lista es interminable.
Recuerdo con inmenso cariño y gratitud al maestro Jorge Flores Ochoa, en la Universidad San Antonio Abad del Cusco, que nos decía irónicamente “no culpen cobardemente al imperialismo norteamericano, si tienen malas notas”. El caso de Alianza Lima, debería ser un punto de inflexión para debatir una política deportiva y los valores que esta debería difundir. Nada de esto será posible sin una revolución social que primero concientice que el Perú debe cambiar profundamente su destino.