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Alexis Iparraguirre: “Thays no introdujo con su literatura bienes simbólicos equivalentes o intercambiables por los de Gutiérrez”

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Alexis Iparraguirre

Aquí una entrevista de Julio Meza al escritor Alexis Iparraguirre.

Cuenta Esteban Pavletich[1] que mi tío abuelo, Adalberto Varallanos, se mantenía informado de las vanguardias europeas empleando un método singular. Adalberto esperaba el retorno de los viajeros y, antes de preguntarles sobre sus experiencias personales, lo primero que les inquiría era si habían traído alguna novedad literaria.[2] Creo que los miembros actuales de mi familia ya no tienen el mismo espíritu obsesivo que sus predecesores. Cuando me enteré del regreso de Alexis Iparraguirre de su postgrado de Literatura Creativa en Nueva York, lo fui a buscar con el propósito de charlar sobre cualquier cosa menos sobre literatura. Me parece que le exponía mi apreciación al respecto del delicioso postre con que su tía me había obsequiado cuando recordé el rostro meditabundo de Adalberto. He estudiado Derecho; sin embargo, a excepción de la gran mayoría de mis contemporáneos que también estudiaron lo mismo, una responsabilidad inaudita me asalta de cuando en cuando. De modo que, para cumplir con ella, decidí entrevistar a Alexis sobre lo que ha recogido en EE.UU. y sobre una investigación que, a manera de ejercicio histórico-literario, concluí gracias a los archivos de la hemeroteca PUCP.

Nueva York
Has regresado de Nueva York, en donde estudiaste un postgrado de creación literaria. ¿Qué has recogido de las experiencias narrativas que se están elaborando allá?
Una ciudad cosmopolita modifica la perspectiva de cualquier escritor sobre algunos aspectos: la propia narrativa, sus modelos de escritura y la producción de otros autores. Se debe entender, y esto cuesta mucho a quienes nos orgullecemos de la literatura peruana, que nuestra tradición es vista desde el extranjero como un fragmento dentro una tradición narrativa más amplia. En este panorama, los narradores e íconos de nuestros últimos 20 ó 30 años, naturalmente, son omitidos o no se les conoce. Esta es la realidad en un mercado editorial muy grande como el iberoamericano. En el norteamericano el acceso a nuestra literatura es casi microscópico, si se tiene en cuenta que las traducciones de otras lenguas ocupan el 3% de lo publicado, y dentro de ellas el español solo es un segmento de importancia mediana; las traducciones se centran fundamentalmente en los clásicos griegos, latinos o franceses. Y dentro de este espacio pequeñísimo la única novedad latinoamericana rutilante es Roberto Bolaño. Así, lo primero que se aprende en los Estados Unidos es una lección de humildad respecto a la valoración que se tiene sobre la tradición a la que uno pertenece.
¿Cómo se entiende la narrativa en Nueva York? Hace poco me explicaste que allá algunos asumen el texto literario como una “instalación”…
            Debemos entender que la tradición central de nuestra narrativa es el relato sociológico e histórico que funciona como explicación del país. Siguiendo este sentido, nuestro mayor novelista, Mario Vargas Llosa, tiene como escudo de armas una cita de Balzac: “la novela es la historia privada de las naciones”. Sin embargo, las actualizaciones de este tipo de novela no resultan provocativas para el público de distintos puntos del continente. No solo los neoyorkinos, sino también muchos alumnos que están en la escuela de escritura creativa de NYU comparten esta misma percepción. Argentinos, puertorriqueños, mexicanos, todos tienen una clara conciencia de que la novela que representa al mundo o novela “rollo” (para utilizar una palabra práctica y comprensible por todos) es una opción novelística y no la única novela viable. Lo que sucede es que esta es, con contadas excepciones, la única novela que conocemos con solvencia en Perú. Muchos intentos de abrir otros caminos han resultado fallidos. Hemos tenido malos representantes (quizás Bellatin sea la única salvedad) de lo que se entiende como novela procedimental o novela-instalación; me refiero a ese acto creativo en donde la ficción se concibe como un objeto que intenta llamar la atención sobre sus propios mecanismos, materiales y medios de composición, sobre su propia característica de objeto, sobre su propia condición de superficie lingüístico-literaria. Esta forma de literatura aquí no ha funcionado mucho. Cuando se oyó hablar de ella, varios escritores la entendieron de una manera equívoca, y a este malentendido quisieron legitimarlo bajo el rótulo de narrativa postmoderna peruana. En realidad algunos narradores entendieron el énfasis en la invención de un procedimiento nuevo para narrar como un revival del virtuosismo con el lenguaje, al modo de las literaturas iluminadas por la filología, donde la selectividad léxica y rítmica tenía un cierto valor desvinculado del referente que confería el criterio de calidad; pienso en el énfasis estilístico, al menos en lo declarativo, de los admiradores de Nabokov. Lo cierto es que la invención de un procedimiento puede tener que ver con eso, si la opción es estilizar en virtud de un concepto, pero, en tanto un procedimiento es una concepción mucho más amplia sobre la creatividad literaria, el vínculo con la necesidad de una prosa virtuosa solo se requiere en algunos casos y de manera coyuntural.
¿Esta mirada, que se encuentra en ambientes literarios más dinámicos que el nuestro, como el argentino o mexicano, crees que influirá en tu estética?
 
Por supuesto. Señalé que una de las constantes de nuestro canon es la narrativa entendida como representación de una historia. Otra constante, de igual valor, consiste en concebir a la literatura como la representación de una sensibilidad estridente o punzante; es decir, como la reproducción en distintas modulaciones del pathos vallejiano, que incluso Vargas Llosa comparte y transmite en sus mejores novelas, en donde la melancolía, el dolor y pregunta existencial son motivos centrales. Con seguridad, estas dos líneas de nuestro canon se verán afectadas en mi producción. Por ejemplo, por la incorporación de procedimientos que pueden lograr nuevos efectos estéticos en muchos planos de la lectura de mis narraciones. Pero eso no significa que me pueda deshacer de la tradición central que alimenta mi sensibilidad y mis inquietudes artísticas y personales. En mi genealogía de escritor peruano, el predicamento de narrar historias y no exhibir únicamente procedimientos es un distintivo que dinamiza mi propio impulso vocacional. Contaré historias, sobre todo, y  naturalmente expresaré emociones como las expresamos en el Perú.
Narrativa peruana última
¿Estás al tanto de la narrativa peruana escrita en los últimos años?
¿Cómo no estarlo? Incluso en una ciudad tan agitada como Nueva York uno se puede mantener medianamente al día mediante blogs, periódicos en línea o rebotes en facebook. Decir que porque un peruano está en el extranjero no conoce la literatura peruana última, en estos días de globalización, es absurdo, sobre todo si uno se dedica a la literatura.
Alrededor de la década del 2001-2010, creo que la narrativa atravesó un momento bastante prometedor, en donde la prensa y la crítica identificó un auge de la empresa editorial independiente y, al mismo tiempo, aparecieron una serie de óperas primas de escritores que motivaron enriquecedores debates sobre proyectos narrativos y propuestas estéticas. Lamentablemente, no ha vuelto a ocurrir algo parecido. Se han publicado muchos libros entre el 2005 y la actualidad; son libros que valen la pena reseñarse y debatirse que, sin embargo, no han sido reseñados ni debatidos. Obviamente esto tiene varias lecturas dentro del cada vez más estrecho y raquítico espacio que dan los periódicos y la academia a las cuestiones literarias y, en general, a la creación artística de actualidad. La primera es que nuestra academia es por tradición renuente a referirse a autores nuevos, debido no tanto a las virtudes o carencias de sus obras, sino por el riesgo que implica esta valoración, riesgo que no tienen tótems como Shakespeare o Cervantes, por dar ejemplos extremos, que pueden ser expurgados con relativa seguridad en el elogio. La otra se explica por nuestro marco contextual, histórico, político, social y económico, que disminuye la atención sobre la cultura. Es claro que en el Perú de hoy el progreso en cultura se entiende como consumismo, entretenimiento  e inversión en medios audiovisuales. No como estética letrada.
            En lo que compete a autores novísimos, he leído con atención las novelas de Francisco Joaquín Marro, Sol de Tokyo; y la novela de Fernando Poma, Sonata para Kamikases. Son novelas muy interesantes, sobre todo por la manera como una vez más recrean nuestra comprensión de la tradición literaria compartida. Joaquín Marro da el paso adicional de negarla parodiándola y autodestruir su voz narrativa en el camino. Eso me parece brillante.

Miguel Gutierrez

 
Se han publicado de forma consecutiva dos entrevistas. Una a Iván Thays y la otra a Ricardo Sumalavia. Ambos escritores sostienen no estar al tanto de la narrativa peruana última. Sin embargo la comparan con la de otros países de Latinoamérica.[3] ¿Qué opinión te merece esta crítica tan ligera?
Me mencionas a dos personajes que están íntimamente vinculados. Sabemos que la carrera literaria de Ricardo Sumalavia se desarrolló en sus inicios a la vera de la de Iván Thays; el primer libro de cuentos de Thays se publicó en una editorial independiente que por los noventa Ricardo Sumalavia regentaba y siempre han sido muy buenos amigos y cómplices literarios. De modo que es natural que coincidan en esta clase de temas. Por mi parte, creo que ambos tienen plena conciencia de estar eventualmente silenciando las obras de autores nuevos y lo hacen porque conocen muy bien la capacidad que tiene las declaraciones en la prensa para oscurecer o favorecer la trayectoria de competidores en perspectiva, y en ese sentido ofrecen declaraciones afines con sus intereses. Por ejemplo, al señalar que no existe nada valioso en la literatura peruana actual validan su autoridad para discernir en función de la posición en que la entrevista los coloca, por defecto, es decir, en la de voces interesantes de la narrativa actual; en otras palabras, están señalando el valor de su propio quehacer, independientemente de que ello sea cierto o no. Esta no es una estrategia inusual. Por ejemplo, recuerdo el prólogo de Iván Thays a su antología de cuentos Pasajeros perdurables.[4] Esta antología tenía pretensiones de excelencia literaria, pero conseguida a través del vínculo temático del viaje. En el viaje, tal como lo presentaba el libro, siempre se desprendía cierta idea de cosmopolitismo y marginalidad estética, la cual, en resumidas cuentas, era la propuesta narrativa que hasta esas fechas defendía Thays. Así, son frecuentes en la literatura peruana última que los escritores empleen aparatos de difusión o los construyan con fines publicitarios. En ese ámbito, me parece que la actividad de Thays es ejemplar. Es un escritor con buenas relaciones con críticos que, eventualmente, podrían salir a confirmar lo que dice, en un ambiente bastante limitado de contactos y lobbies literarios que fomentan el toma y daca en las operaciones de lanzamiento de nuevos libros; es frecuente que de esta forma se administre el “espectáculo de la cultura” para satisfacción de aquellas personas que reciben los beneficios de la cultura como otra industria de consumo, que es en parte como funciona la porción más exitosa, en términos económicos, de ella.
Hablas de Iván Thays. Según una investigación que emprendí y que has leído,[5] él está en perpetua tensión contra Miguel Gutiérrez (lo que, por cierto, no ocurre de forma inversa). ¿Crees que esta actitud de Thays es un reclamo de bienes simbólicos que considera que le han sido arrebatados?
Lo que sigue es curioso. Quien teorizó sobre la década en que Thays surgió a la escena literaria, con relativo éxito de difusión y antes que muchos escritores y que casi todos los críticos fue el mismo Iván Thays. Lo hizo en un texto de fines de los años 90 llamado “La edad de la inocencia: acerca de la narrativa peruana última”,[6] aparecido en la revista Vórtice. Naturalmente, era un acto de autoposicionamiento, válido sobre todo por la indiferencia acostumbrada de la academia ante los autores contemporáneos, del que ya he hablado. Justo ello, el vacío institucional, le permitió a Thays la oportunidad de ser teórico y crítico de su propia obra y de la de sus contemporáneos. Desde luego, no era un tarea obligatoria para él, pero parece que el entenderla como una forma de legitimación la hizo minuciosa y la determinó como un necesario “quién es quién” de esos años. Ahora, la lectura de ese texto solo comprueba que el Thays-crítico busca mostrar el mérito y la novedad del Thays-escritor. Simultáneamente, el cronista minucioso omite a narradores de mayor edad que escriben obras muy interesantes en los 90, y que no tienen puntos de contacto ni con su estética ni con su estrategia de figuración pública. Es una operación de invisibilización de la discrepancia desde una posición de control en toda regla. Y manifiesto que Thays es un caso ejemplar porque él ha efectuado, con frecuencia, aunque en menor rango, una ademán bastante habitual de posicionamiento de escritores nuevos con lobbies fuertes en los medios: ningunean al predecesor. Luego, en el ámbito de la apropiación de bienes simbólicos al que aludes, resulta patente en la actualidad, como lo fue entonces, que Thays no introdujo con su literatura bienes equivalentes o intercambiables por los de Gutiérrez, que justificaran la obliteración de este en el canon que conformó Thays en sus intervenciones ensayísticas y entrevistas en las que justificó el valor de su propia obra y pasó por alto la de Gutiérrez. Es obvio que jamás presentó libros que, desde una perspectiva que se reclamaba distinta de la del autor de La violencia del tiempo, fuesen más persuasivos, convincentes, poderosos en sus propios procedimientos. Lo que efectuó fue una seria de novelas fragmentarias, sentimentales, que pretendían expresar una estética y una sensibilidad acorde con lugares comunes de la dinámica social de la juventud letrada limeña de los años 90 (entre ellos, cierta forma de melancolía glamorosa), y que lo único que le dejan a los lectores eventuales es una sensación de un melodrama que pudo ser, donde el más grave error es que el héroe sentimental no es, como suele suceder en el género, la muchacha en desgracia, sino el poeta en contemplación melancólica. Naturalmente que ello no es mejor que los poderosos mecanismos polifónicos de Gutiérrez y resulta obvio que la aspiración a poseer esos bienes simbólicos es un autoengaño. Lo que permite que tal pretensión sea verosímil es el manejo que tiene Thays de las relaciones con agentes culturales solventes y medios de comunicación, es decir, el despliegue de espectáculo del escritor, donde lo importante no es crear bienes, sino convencer al auditorio de que uno tiene los mejores bienes, así no los tenga.
            Un detalle resalta. Pareciera que Thays carece de talento para la lógica. Califica la obra de Gutiérrez como fallida a partir de argumentos políticos, pero pide para sus textos una lectura meramente literaria. Acusa a Gutiérrez de intolerante, pero actúa como intolerante al mantener un conflicto perenne contra Gutiérrez. ¿Qué opinas al respecto?
Como diría Harold Bloom, el conflicto Thays – Gutiérrez es la lucha entre un efebo impotente y un predecesor poderoso…
¿Y lo ilógico?
No importa. Los defectos en la formulación de conceptos se pueden tolerar u ocultar mediante la retórica propia o de los críticos aliados, o de los lobbies de críticos y escritores. Es una estrategia que parte de menospreciar la capacidad de los lectores o de cualquier otro público para evaluar una argumentación. En ese procedimiento, no importa que los argumentos del escritor efebo no sean tan sólidos ni convincentes si todo su discurso adquiere un tono asimilable al ensayo literario o al artículo académico. La confianza del efebo y de sus críticos aliados es que el público no podrá discriminar entre el remedo argumentativo y la argumentación. Confían en sus propias capacidades para fingir posturas razonables, pero también asumen el prejuicio, no falto de razón, de que el público carece, por problemas propios de la educación nacional, de las herramientas suficientes para desbaratar recursos retóricos sofisticados, y que, acordes con el funcionamiento habitual de las masas acríticas, privilegiarán como señal de razón el insulto mejor asestado o la autovictimización más elocuente como móviles para simpatizar con una causa. Naturalmente, esta forma de actuar expresa un desprecio íntimo por las posibilidades críticas de los lectores.
Algunos autores
Además de Mario Bellatin, otros autores han procurado introducir en nuestra narrativa la idea del texto literario como instalación. Coincidentemente, son autores que practican el género fantástico. Entre ellos están Enrique Prochazka… 
Creo que Prochazka tiene una gran conciencia sobre cómo ha funcionado la estética post boom y sobre cómo apropiarse de ella, porque por un lado trata de mantener la idea genealógica de nuestra literatura, la cual sostiene que crear es apelar a los grandes maestros de nuestro canon, por ejemplo, Borges; y por otro construye un discurso donde tanto o más importantes son los formatos que inventa antes que el contenido ideológico. Así, consigue híbridos que muchas veces decantan bien y, a veces, no decantan.

…Carlos Herrera…
            No lo he leído mucho. Es una propuesta individual, parca… Según todo lo que he leído, vale la pena conocerlo más.
 …José Donayre.
            La manera en que José trabaja su literatura es muy particular. Combina un conocimiento del léxico bastante agudo con el recurso de nuestra literatura al referente prestigioso. Este método le ha granjeado mucho logros estéticos que sus lectores apreciamos. Sin embargo, se trata de una estética a despecho del pacto de legibilidad en la tradición central de los lectores peruanos. Es decir, nosotros, como lectores, tendemos a recepcionar un libro dentro de las coordenadas de lecturas literarias exitosas, la cual más o menos comparten con los escritores (a fin de cuentas, es la tradición dentro de la cual productores y consumidores nacen). Creo que, la mayoría de las veces, José logra recorrer caminos intransitados enseñando a sus lectores a seguirle, pero persistir en esa práctica tiene una gran dificultad inmanente.
Proyectos literarios
¿Estás preparando algo nuevo?
Como parte del programa de escritura creativa se debe presentar un proyecto final. El mío es un libro de seis cuentos. Provisionalmente titula Aquí en la tierra. Uno de los cuentos es Albedo, el cual he publicado en una página web mexicana.[7] Ahora estoy escribiendo otro. Lleva por nombre Demonio Atómico. El libro se irá construyendo sobre la necesidad de expresar cuánto han cambiado mis ideas sobre la literatura en los últimos siete u ocho años, desde mi primera publicación. No adelantaré más. Parte de lo que ofrece el escritor al lector es la novedad, que es algo sobre lo cual hemos hablado mucho.
El juego de la silla
Te comparto mi impresión sobre el mundo académico peruano. Este se parece al juego de la silla, en donde, por ejemplo, hay tres sillas y cuatro personas que giran alrededor de ellas. De pronto suena un pito y solo tres logran sentarse. Se reinicia el juego con dos sillas y tres personas…
Esta situación se explica porque se carece de fondos y de cualquier presupuesto verosímil para las investigaciones académicas en nuestro país. En otros lugares existen grandes presupuestos para las humanidades, las ciencias sociales, las matemáticas, la investigación tecnológica  (es decir, para becas, proyectos e investigaciones); de modo que, si hay veinte tendencias en la investigación académica, todas ellas conviven más o menos en paz, con pocas aprehensiones económicas que las obliguen a recelar e incluso enfrentar a una rival que pueda resultar mejor favorecida por la ayuda financiera o incluso arrebatarle fondos. En el Perú, por el contrario, el exiguo presupuesto obliga muchas veces a una competencia atroz solamente por los empleos que frecuentemente se disfraza, con absoluto convencimiento de las partes, de rivalidad ideológica. No muy diferente es el medio literario: el escritor lucha para persuadir al lector de su propuesta estética, pero también compite con otros escritores, muchísimos, por los pocos editores solventes, los pocos medios de prensa con espacio para literatura, con los pocos contactos independientes en prensa (es decir, no vinculados a los predecibles lobbies) para hacerse un espacio, para existir en una cultura que presupuestariamente no recibe casi nada de nadie. El mundo literario peruano necesita más dinero para respirar. Su escasez es la principal razón del lobbismo más pernicioso, que busca, en una impecable lógica de supervivencia, concentrar prestigio y espacios de trabajo y difusión en pocas manos, las de siempre.
Lo que logra el dinero…
            Así es…
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[1] Huánuco, 1906 – Lima, 1981. Publicó narrativa, poesía y ensayo. Tuvo una activa vida política como secretario de Augusto César Sandino en Nicaragua (1928) y diputado por Huánuco. (1945). En 1959 ganó el Premio Nacional de Novela con «No se suicidan los muertos».
[2] VARALLANOS, Adalberto. Permanencia: cuentos, poemas, crítica y otros escritos. Buenos Aires: Ediciones Andimar, 1968, 341 p. Recopilación y notas de José Varallanos. Prólogo de Esteban Pavletich.
[3] CABRERA JUNCO, Jaime. Iván Thays: “No soy un escritor vitalista que escribe sobre microbuseros”. En: http://blogs.peru21.pe/leeporgusto/2012/01/ivan-thays-no-soy-un-escritor.html; y DONAYRE, José.“Mi lengua literaria es el español”. Ricardo Sumalavia en la dimensión de la memoria y la recreación.En: Revista Variedades del diario oficial El Peruano, 23 de abril de 2012, p. 6.
[4] THAYS, Iván (prólogo y selección). Pasajeros perdurables: historias de escritores viajeros. Lima: Planeta, 2006. 253 p.
[5] MEZA DÍAZ, Julio. ¿Entre Miguel Gutiérrez e Iván Thays? Al respecto de ciertos prejuicios en la escena literaria peruana. En: http://quizaestoyequivocado.blogspot.com/2012/07/entre-miguel-gutierrez-e-ivan-thays-al_06.html
[6] THAYS, Iván. La edad de la inocencia: acerca de la narrativa peruana última. En: Vórtice. Lima, 1999, Nº 5, pp. 43-54.
[7] Ver: http://hermanocerdo.com/2012/03/albedo/

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