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Alberto Quintanilla, la formidable juventud de nuestro último pintor universal

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Este artículo, el primero de este 2018, está dedicado a mi madre, Isabel Salvatierra, que cumple años hoy, 8 de enero.

El décimo piso del antiguo edificio de Santa Beatriz donde Alberto Quintanilla pasa sus días, cuando visita Lima, exuda, al igual que su propietario, mística y revolución -o, por lo menos, insurgencia-, fantasía y anhelos de gloria, crítica histórica y actualidad política, chacota y cosmopolitismo, indignación y simpatía, humor y amor a la patria.

El viejo pintor es un hombre menudo y encantador, de hablar grácil, ojos pícaros y fácil sonrisa, pero bajo esa superficie casi tierna bulle la ira como una energía positiva* y una latente intención de echarse encima de aquel que intente agredirlo. De más está indicar que esa conducta, tan distante del peruano promedio, sorprende y lo enaltece ante la vista y el juicio de quienes no creen en complacencias de ningún tipo.

De tanta animosidad hasta le vi un cierto parecido con Norman Mailer (ademanes, actitud corporal, la disposición de ir al frente en cada gesto, una muestra segura de su pasado boxístico). En este sentido, le comenté que su energía me parecía «punk». Es decir, una actitud rabiosamente genuina, noble y joven. Al fin y al cabo, en un país tan afecto a la blandura cortesana, dicha actitud solo puede ser objeto de orgullo para nuestra escena cultural y artística.

El salón principal de su penthouse está lleno de obras. En los muros, en el caballete, en los zócalos y las columnas, en todas partes y, también, en la terraza. Cuadros, apuntes, bocetos, esculturas y máscaras, muchas máscaras.

Conversamos sobre historia incaica y contemporánea, poesía, política y pintura. Escucharlo es repasar la petite histoire de sus contemporáneos y exacerbar los secretos del Perú precolonial, es decir, el Tawantinsuyo.

Según este famoso artista, los valores del antiguo imperio que todos aprendimos en la escuela: «ama sua, ama llulla, ama quella», no corresponden a la sociedad incaica y fueron una imposición española dirigida a hacer del indígena un tipo afecto a vicios que no existieron en su cultura original, dado que no conocian el robo, la mentira, ni, mucho menos, la ociosidad.

Quintanilla explica que hubo otra manifestación de la auténtica moral incaica. Esta fue: Allinta Yachay, Allinta Munay, Allinta Ruway. El título de su muestra antológica se refiere a una de las más significativas: Allinta Yachay, cuya traducción aproximada sería: aprende bien.

Lo más descollante en la propuesta de Quintanilla es la multiplicidad de formas que emplea: pintura, grabado, escultura, dibujo, etc., y la proliferación de personajes desdoblados y bicéfalos que representan la comunión indesligable de realidad y fantasía que habita el imaginario del autor.

Lo particular y curioso es que este imaginario, en un principio, pesadillesco y terrorífico se torna al siguiente segundo en un muestrario de seres amables, no dañinos, e incluso benéficos.

Conmueve, también, su ambición de interpretar o representar al Perú esencial, profundo, en una disposición de mitos y leyendas propias y ajenas que no siempre han sido bien comprendidas.

Para los que no lo sepan o no lo quieran aceptar, entre los 10 pintores peruanos más importantes del siglo XX se encuentra este anciano juvenil y enérgico, no porque lo digan unos u otros sino por el éxito que ha tenido en Europa y por lo singular de su propuesta. La misma que se resiste a ser encasillada en una sola escuela o tendencia, como suele suceder con todas las grandes obras de arte.

Mi recomendación a los políticos, al menos, a los encargados del sector cultural, es que gestionen la realización de una verdadera gran antología de Quintanilla en el Museo de la Nación como corresponde. Recordemos que allí se ha realizado el año pasado una en homenaje de otro pintor, Gerardo Chávez. Teniendo en cuenta que el Perú solo enaltece a sus grandes artistas cuando no existen más, lo que se debe coordinar es una muestra en la institución en referencia, lo más pronto posible.

Mi recomendación a los aficionados a la pintura y las artes visuales es visitar una y otra vez la muestra.

Mi recomendación a los jóvenes artistas es ir, siempre que se les de la posibilidad, a visitar a Quintanilla. Es seguro que con él aprenderán cosas, temas y perspectivas que no se hallan así no más ni en el mercado ni en la academia, es decir, la vida misma de un gran artista comprometido con su país y sus raíces, con su arte y con su tiempo.

P.S.

Próximamente, publicaré una larga entrevista a este pintor pues tiene mucho que decir y enseñar a las nuevas generaciones de artistas y ciudadanos comprometidos con hacer de este país un lugar mejor para la vida.

*
Escuchar Rise de Public Image Limited.
https://www.youtube.com/watch?v=GsigKHOMCpg

Ubicación:
La exposición Allinta Yachay tiene lugar en la galería Germán Krüger Espantoso del Instituto Cultural Peruano Norteamericano (ICPNA) de Miraflores y podrá apreciarse, salvo caso fortuito o fuerza mayor, hasta el 18 de febrero de este año.

 

 

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