Escribe Carlos Vargas
Alan García se ha suicidado antes
de ser juzgado. Lo ha hecho porque sabía que, debido a la sobreabundancia de
pruebas en su contra, la justicia capitalista no podría librarlo nuevamente de
la cárcel. Su infinito orgullo y simbólica impunidad no le permitían sufrir la
humillación de verse enjaulado.
Gobernó dos veces al servicio de
los explotadores, de 1985 a 1990 y de 2006 al 2011. Como vocero de la cúpula
del ejército, no tuvo piedad en bañar en sangre cada protesta, cada huelga,
cada levantamiento popular en su contra. En los 80, liquidó dirigentes
sindicales en huelga, asesinó prisioneros políticos desarmados, enterró comunidades
campesinas bajo tierra. Y en este siglo impuso una escala represiva contra la
lucha de obreros, estudiantes y maestros que culminó en el genocidio de Bagua
contra cientos de campesinos pobres, de la mano de su primer ministro Yehude
Simon y de la actual vicepresidenta del Perú Mercedes Aráoz.
Por sus servicios a la CONFIEP y
a las transnacionales, se le permitió a su partido saquear el presupuesto
público, obteniendo también millonarias coimas en obras inconclusas y
defectuosas como el Tren Eléctrico realizadas por empresas mafiosas como
Odebrecht. Solo de esto último ha sido acusado por la fiscalía burguesa de Domingo
Pérez, el 90% de sus crímenes contra los trabajadores siguen y seguirán impunes.
Alan García merecía el paredón y hasta este derecho nos quitó.
La burguesía le rinde homenaje. Sus
periodistas lloran su muerte, sus partidos envían sus condolencias. En el
Palacio de Gobierno, en el Congreso de la República, en el Poder Judicial, la bandera
a media asta ondea en su honor. Es que Alan García nunca traicionó a su clase, jamás
cedió nada a los pobres, siempre gobernó para los “ciudadanos de primera
clase”, y ha muerto como chivo expiatorio de Odebrecht, madre de la corrupción que
goza de total impunidad gracias al pacto con la fiscalía de Pérez, el gobierno
de Vizcarra y el congreso fujimorista.
Para que las mismas grandes empresas sigan saqueando el país sus mercenarios políticos (Keiko, Humala, PPK, etc.) deberán permanecer algún tiempo en prisión. En esto consiste este escandaloso pacto de impunidad. García sabía esto, pero su maniática vanidad lo ha empujado al suicidio. Su muerte no es prueba de justicia, es solo la anécdota pintoresca de esta nueva historia de corrupción, fraude e impunidad. Nada ha cambiado. En Bagua aún se escucha el llanto de las familias de las víctimas, con horror observan como la fiscalía pide cadena perpetua para los sobrevivientes mientras se rinden honores al verdugo de sus hijos, padres y hermanos.
Con García, el APRA también ha muerto
Fundado por Víctor Raúl Haya de
la Torre en 1924, el APRA engañó a miles de explotados con su demagogia
nacionalista y gracias a la traición del estalinismo que
siempre le capituló. Después de la segunda guerra mundial, Haya abandonó el
verso progresista y se opuso abiertamente a toda reforma agraria aliándose con
dictadores corruptos como Manuel Odría. Finalmente, fue presidente de la
Asamblea Constituyente del dictador Morales Bermúdez, redactando la carta magna
burguesa bajo la cual gobernaron Fernando Belaúnde y el mismo Alan García. Un
gobierno encabezado por Haya de la Torre no hubiera sido muy diferente de los
dos gobiernos apristas que hemos sufrido.
Todos los intentos de resucitar
el hayismo han fracasado porque el mismo Haya se encargó de liquidar su
radicalismo juvenil. El APRA ya no puede resucitar entonces como partido nacionalista.
El último intento fue el auspiciado por Pedro Huilca, dirigente estalinista de
la CGTP, cuando propuso en 1992 un “frente amplio” contra “la derecha y el
neoliberalismo” con García a la cabeza. Y si bien su sucesor, Mario Huamán, fue
condecorado por su segundo gobierno, el giro ultraderechista de este le impidió
al Partido “Comunista” Peruano sugerir algo parecido. Su apuesta es ahora por Frentes Populares como el de Mendoza, Arana,
Antauro, Goyo, Aduviri o Cerrón.
Asimismo el APRA tampoco podrá
resurgir como partido pro-imperialista porque este discurso está monopolizado hoy
por el fujimorismo y por nuevos rostros sin pasado fabricados por la embajada
de los EEUU. El fujimorismo sigue explotando el éxito “macroeconómico” y
militar del pasado, algo que el APRA no puede hacer. Con el suicidio del jefe
del APRA, su bancada parlamentaria actual ya no es un cadáver maloliente, es un
alma en pena. La burguesía seguirá gobernando con otros partidos y figuras
menos desgastados por el ejercicio del poder.