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¿Y AHORA QUÉ HACEMOS CON GUILLERMO CASTRILLÓN?

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Escribe Myriam Reátegui

¿LO MATAMOS ATADO A UN POSTE? Es el estado límite en que nos coloca la dignidad, las emociones de solidaridad y el morbo. Pero si hacemos una reflexión no artística ni de creación, sino pragmática ¿porqué una mujer adulta se deja vulnerar de ese modo? El Teatro peruano no es ajeno a la enorme cantidad de maltrato y violencia contra la mujer, que empieza con un insulto, una cachetada permitida, para después casi muerta de placer-miedo-dolor terminar en un hospital diciendo: «ya no quiero» y el otro afirmando «se lo merece».

Castrillón dice «ella sabía, le advertí» y ella dice «quería probar y no sabia que llegaría a ese extremo». Entonces, ¿hay en la vejación un sentimiento de merecimiento y consentimiento de la víctima? ¿Donde queda el rechazo, el NO? ¿La perversión es solo del victimario?. Son dos poderes fatales enfrentados. Un juego de roles tortuoso. Hay poder entre el agresor y el agredido, entre el victimario y la victima. La verdad no existe.

Para hacer Teatro es obligatorio tener educación y nivel cultural, y los Talleres son específicos después de estar en escuelas o tener alguna experiencia de vida que permita vislumbrar qué es una experiencia artística de una experiencia sórdida de un enfermo. Las ansias de querer actuar, ser estrella a como de lugar, no deben rallar en la estupidez de aceptar lo que sea porque eso es ignorancia.

He leído que las jóvenes fueron advertidas por amigas, de que tuvieran cuidado con el profesor por haber vivido la experiencia del manoseo con él, y que el Taller era de sensaciones extremas, o sea vox populi oculto; también que el pervertido les pedía que guarden el secreto de la experiencia de ambos. Cada uno en su rol, en un tiempo, una moral, en definitiva en una economía del placer.

Hablo de personas adultas, todas con experiencia sexual y teatral, no de niños. Es una simpleza reducir esta situación solo al quehacer teatral, y que así no se enseña la profesión, y que el director debe ser ecuánime para conducir, con cuidado, delicadeza, el maestro que enseña porque el Teatro es puro. Eso es fatal, antiguo. En el arte no hay protección de papá o mamá. El arte es propuesta y desafío entre actores y director. No es una zanahoria, no tiene reglas, ni métodos conocidos. Existe un riesgo, un campo obligado en la creación artística que es perverso, depravado que debe conducir a resultados extremos de placer estético, no hedonista, que se expone.

Castrillón sublimiza su perversidad sexual refugiándose en el Teatro a su modo; el tema, es ¿cuántas personas han aceptado ese estilo perverso y retorcido de hacer teatro en silencio, y por qué? ¿En aras de la creación artística o del placer? Estamos ante un caso de linchamiento, como cuando descubren a un ladrón en un cerro. Puras emociones y rabia. Me pregunto ¿no es acaso el buen samaritano un depravado, por hacer de su altruismo su bandera y su costumbre, frente a las maldades humanas? Cuestiono la doble cara de la moneda, aquellos que ocultos bajo la sotana, bajo los más altos refinamientos y poder, también ellos son carne y carne cruda.

¿Quién juega el protagónico? No admito lo ocurrido con Castrillón porque es muy desagradable y denigrante, pero tampoco admito que esto se quede en el escándalo emocional. Es elemental. Analicemos esta sociedad, y cuan permisivos somos los artistas con la perversión; qué hacemos para reencontrarnos con la dignidad que no permita la violación de derechos; qué hacemos con el poder que nos victimiza al punto de que el país va a la deriva con tanta corrupción. ¿Es un juego de roles?

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