20 años después del atentado de las Torres Gemelas, los militares norteamericanos abandonaron Afganistán. 17 millones de mujeres perdieron sus derechos desde el 15 de agosto.
Evacuaciones, puentes aéreos al borde del colapso, sorpresa global y turbantes. Así vivió la caída relámpago de Kabul y con ella la enésima aventura de Occidente en el Hindú Kush. Durante 3 semanas los noticiarios del mundo tenían algo mejor con que competir con Netflix y HBO: el colapso de toda una nación, el paso de un estado democrático fallido a un Narco Estado Religioso fundamentalista y misógino.
Desde transmisiones por streaming y en vivo desde cuánta red social había, los postulantes a refugiados registraban una desesperada huida con el talibán ya dentro de la capital. Lo sorprendente es que el primer en evacuar fue el presidente del país, quien se fugó en un helicóptero, después vino la debacle. Cientos de Miles cruzando frontera hacia Pakistán, congestionamientos de coches para salir de Kabul, mientras otros miles se abalanzaban al aeropuerto. Ese primer día vimos por Tik Tok e Instagram las imágenes de hombres cayendo desde los trenes de aterrizaje de los aviones a los que se aferraban por escapar del ajuste de cuentas talibán. 20 años antes otras personas caían desde lo alto de rascacielos incendiándose. Y en medio millones de refugiados, cientos de miles de muertos y el declive del Imperio Americano. Esta historia es harto conocida. Pero no siempre fue así.
A principios de 1930 Robert Byron viajó a Afganistán, entonces conocido como el país del Oxián. Un retrato de un país bárbaro, de montañas azules y cúpulas de mezquitas doradas. Herat, Kandahar y Kabul. Un retrato de un país mágico. Byron viajó con intención de encontrar el origen del arte islámico y puede que lo hallará en Kabul.
Años después, en la década de los 60, otros eran los viajantes. La ola de los hijos de las flores llenó los caminos de Asia en búsqueda de iluminación y los pavimento con Hachís y muchos muertos de sobredosis en la Colombia asiática del Opio. Es difícil de creer, pero Afganistán era la Meca hippie durante los 60s y 70s. En su camino a la India la ola hippie pasaba por Afganistán y encontraba el paraíso, el país era el rey del Opio y el consumo de hachís estaba generalizado. Entonces Kabul era una ciudad chica y abierta a estos extravagantes occidentales de cabello largo. Fue desde Kabul desde donde algunos vieron negocio. Las ropas coloridas hippies y alfombras Kilim salieron del vestuario afgano a Europa y el mundo, convirtiéndose en el canon de la moda durante los años de las flores.
La calle del pollo o Sigues eran lugares en Kabul frecuentados por los hippies, el hachís era fácil de hallar ante la alta demanda. Lo que más extrañaba a los mahometanos no era el consumo de droga, ellos siempre lo han tenido incorporado en su historia en forma de derviches (gritan, bailan, están fuera de sí mismos. En su trance), sino la aparición del derviche mujer, cosa insólita en sus mentes retrogradas. De hechos si uno cruzaba en 1970 la frontera a Afganistán hallaría que le sellarían la entrada con el año de 1300 de la era mahometanos. De hecho, correspondía con la fecha real del país (a juego con el estado de desarrollo o mejor dicho retraso en el que Afganistán se encontraba).
Heroína, Opio, hachís todo estaba a la mano y era cómodo quedarse por lo barato, exótico y accesible de casi todo. Lamentablemente en el camino de las flores a la India muchos murieron de sobredosis o se perdieron simplemente. Años atrás, José Tola me contó que hizo el mismo camino de iluminación hacia los años 60s. Qué en la frontera de Pakistán le clavaron los pies al suelo por una confusión sobre su nacionalidad, y como en la India vio muchas mujeres europeas vender sus pasaportes por más droga. Esa imagen no la podía olvidar. Por esa época un documentalista alemán grabó la historia de una hermosa chica alemana llamada Gisela, la chica fue grabada en Afganistán junto a su niño, un mestizo nacido de una unión incierta en Marruecos y que ella cuidaba sola mientras se drogaba todo el día. De la chica en cuestión lo último que se supo es que se fue con un hombre Pathan y que desapareció en un harem del pueblo en mención.
En la década de 1970 algo cambió. La presión de los comunistas llevó al derrocamiento del sha o rey afgano. Los primeros intentos de modernización del país por parte del rey no habían dejado contentos ni a islamistas ni a comunistas que veían a su país convertido en refugio y asilo de vagos y adictos del occidente capitalista. La modernización socialista se dio de manos de los comunistas afganos, pero se vio rechazada por el país que seguía siendo rural y muy atado al peso de las costumbres. En 1979 la URSS aprovechando el declive de fuerza de EE.UU. a raíz de su salida de Vietnam, invadió el país bajo la excusa de apoyar a un régimen amigo. Como sea, era la primera invasión de Rusia fuera del Pacto de Varsovia, lo cual implicaba un peligro para Occidente y el traspaso de una línea roja crucial: tomada Afganistán, Pakistán estaba cerca y Rusia estaba cerca de acceder a aguas cálidas.
Ahora bien, todos hemos visto Rambo 3, y es bastante raro verlo después del 2001 pensando en Rambo como amigo de los talibanes. Pero en efecto así fue. El dinero y reparación de la CIA hizo que campesinos fanáticos afganos convirtieran el país montañoso en un nuevo Vietnam. Un siglo antes el Imperio ruso y el británico crearon el Afganistán. Para esto vale decir que este país no es un país, es una ficción territorial creada en papel durante la expansión rusa y británica por Asia central en el s. XIX.
Tanto rusos y británicos eran conscientes del desastre que involucraría que sus dos imperios llegarán a ser vecinos limítrofes, y para impedir la catástrofe de una guerra imperial es que crearon un estado tapón: el Afganistán. En realidad, de Estado nunca tuvo nada y de país tampoco. El país es solo un territorio que agrupa tribus dispersas, ni siquiera la religión los une, pues hay sunníes y chiíes. Sin embargo, los imperios se lo han intentado zampar, fracasando todos no por el mito del guerrero afgano, sino por la interferencia subsidiarias de imperios rivales frente al aventurero de turno, que es lo que pasó con la retirada soviética en 1988 y ahora con la OTAN en 2021.
Y aún antes en el s. IV a.C. Alejandro Magno se aventuró y fundó una Alejandría entre las montañas. De las guarniciones macedonia nació el rico reino de Bactria. Y en 1978 arqueólogos rusos descubrieron el oro de Bactria. Una rica muestra de poder y riqueza y sensibilidad artística casi imposible de imaginar de un pueblo al que solo hemos visto anegado en sangre y guerra. Este tesoro de tiempos macedonios tiene toda una historia, y actualmente no sabemos nada de este, si acaso ya fue saqueado por el talibán. Pero otros tesoros ha dado Afganistán. Los buenos gigantes famosos por ser dinamitados, los jardines del sha que hace mucho se secaron. El cine afgano es algo más reciente.
Desde 1950 solo se han producido unas 20 películas, en la mayoría los protagonistas son mujeres, niñas, viudas, novias que cuentan la historia de su país, su tribu. Desde Like a eagle de 1967, una película de exploración de Kabul a The breadwinner de 2017, el cine afgano ha sido de mujer. Y como tal pereció este 2021 cuando el talibán regreso al poder.
Hemos visto a la cineasta Sahraa Karimi transmitir en vivo desde su móvil su huida desesperada al aeropuerto el día que entraron las talibanes a Kabul. Ella fue la fundadora del primer festival de cine afgano en su historia y su huida es la perfecta metáfora del fin del cine en Afganistán. Hemos sabido de la muerte de la youtuber afgana, Najma Sadeqi en un atentado durante la evacuación a las puertas del aeropuerto. Hemos sido testigos de cómo un periodista chileno sacaba a tres afganas del país a horas de cerrarse el puente aéreo.
Hemos conocido un lado de la misoginia que nadie conocía, la destrucción de imágenes publicitarias de mujeres afganas en la ciudad de parte del talibán. Algo parecido vimos cuando las manifestaciones feministas que violenta van imágenes publicitarias femeninas estereotipadas no hace mucho. Los extremos se tocan. Y Afganistán es la prueba de la mayor derrota de derechos de la mujer en toda la historia. 17 millones de mujeres perdieron sus derechos desde el 15 de agosto. Y como dijo una poeta afgana, Nadia Anjuman, asesinada a golpes por su esposo antes de cumplir 30 años, Afganistán como la mujer afgana han “nacido para nada”.
Atrás quedaron los procesos de modernización, la bandera roja de unión para los proletarios afganos, de igualdad entre los hombres, o de democracia o libertad para las mujeres que trajeron los occidentales. Y en su lugar quedó el peso de las costumbres en la ominosa forma del burka.