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«Adolescencia» de Netflix: un viaje a las profundidades de la juventud

Una historia que nos revuelve el estómago mientras pensamos en nuestros hijos.

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Por Rufus T. Firefly

La miniserie Adolescencia, producida por Netflix, logra capturar lo que pocos logran: la cruda realidad de la juventud, con sus contradicciones, su pasión y su falta de respuestas claras. Aquí no hay lugar para idealizar ese período de la vida. No se nos ofrece una visión edulcorada, ni el escape fácil a un mundo sin complicaciones. En cambio, Adolescencia se enfrenta con valentía a la inestabilidad emocional y la búsqueda de identidad que caracteriza a los adolescentes. Y en este desafío, el trabajo del director es un punto clave, como una brújula que guía al espectador a través de un paisaje emocional denso, pero cautivador.

El director Philip Barantini, sin ningún alarde innecesario, muestra una maestría indiscutible en el uso de la técnica del plano secuencia. Aunque este recurso ha sido ampliamente utilizado en el cine, rara vez se emplea con la eficacia que se ve en Adolescencia. Los planos secuencia aquí no son un simple ejercicio visual, sino que se convierten en una extensión de las emociones de los personajes. La cámara, en constante movimiento, sigue a los jóvenes como una sombra, casi como si fuera un miembro invisible de sus vidas, capturando sus momentos más vulnerables sin interrupciones ni cortes abruptos. Esta técnica, lejos de ser un capricho estético, funciona a la perfección para sumergir al espectador en la tensión emocional que subyace en cada escena.

No es difícil notar la influencia de directores que han hecho de este tipo de planos una marca de autor (Alexander Sokurov), pero en Adolescencia no se trata de un simple virtuosismo visual. Aquí, cada plano secuencia está al servicio de una historia que, por su crudeza, no necesita artificios. Al contrario, la desnudez emocional de los jóvenes queda al descubierto a través de la continuidad, la fluidez de los movimientos, como si el tiempo se deslizara sin darnos respiro.

En cuanto al guion, Adolescencia evita las trampas de lo predecible. No nos encontramos ante una narrativa convencional que nos ofrezca lecciones fáciles o finales reconfortantes. Los diálogos son naturales, a menudo llenos de pausas incómodas y frases a medias que reflejan la incertidumbre y el caos emocional de los personajes. La escritura es aguda, certera, y aborda temas universales como el amor no correspondido, la búsqueda de pertenencia y el enfrentamiento con las expectativas ajenas, todo ello sin caer en clichés. Cada línea de guion respira autenticidad, y es en esa autenticidad donde la serie encuentra su mayor fortaleza.

El guion de Adolescencia también es un reflejo de cómo la juventud de hoy se enfrenta a presiones sociales que antes no existían con la misma magnitud. En un mundo saturado de imágenes y expectativas a través de las redes sociales, los personajes luchan por encontrar su lugar, por trazar su camino en medio de la confusión. Los conflictos internos son tan universales como atemporales, pero el guion los presenta de una manera que se siente urgente, como si no hubiera tiempo para dudas o vacilaciones. Los personajes no están buscando respuestas fáciles, sino que las preguntas los devoran.

Y, por supuesto, las actuaciones merecen un aplauso aparte. En Adolescencia, el elenco no necesita de gestos exagerados ni de actuaciones sobrecargadas para transmitir la profundidad de sus personajes. Al contrario, hay una contención impresionante en la manera en que los actores construyen a sus personajes. Cada mirada, cada gesto, es un reflejo de esa lucha interna que define la adolescencia. La frescura y la naturalidad del elenco juvenil son un hallazgo, una de esas rarezas en las que la interpretación fluye con tal realismo que parece que estamos viendo algo que va más allá de la ficción.

Es fácil pensar que Adolescencia podría haber sido una serie convencional más sobre la juventud, con su carga de tópicos y superficialidad. Pero el director, el guion y los actores logran un equilibrio que eleva la serie por encima de las expectativas. En lugar de darnos una representación simplificada de la adolescencia, nos enfrentan a la complejidad de esa etapa: un terreno pantanoso donde las emociones están a flor de piel, donde todo parece tan urgente y definitivo, pero en realidad es solo el comienzo de algo mucho más grande.

El trabajo del director no se limita a la técnica; es, ante todo, un ejercicio de empatía. Es un director que entiende que la juventud no es un campo de batalla de una sola guerra, sino una serie de pequeñas batallas, algunas ganadas, otras perdidas. Y es este entendimiento el que hace que Adolescencia sea una miniserie que se siente, en su interior, como un retrato honesto y sin adornos.

Sin concesiones fáciles, sin caer en el sentimentalismo barato, Adolescencia se convierte en un testimonio de la juventud, despojada de adornos y mostrando sus grietas. La serie no ofrece respuestas, y quizá eso sea lo que la hace tan poderosa. Porque, al final, la adolescencia nunca tiene respuestas claras. Y esa es su grandeza.

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