No recuerdo en qué momento lo conocí. No sé si fue en un recital de poesía, en una presentación de un libro, en una inauguración de pintura o en algún bar de Lima, pero sé que lo conocí en el 2009. Hacía pocas semanas que había lanzado Lima Gris, y recorría la noche limeña con cámara en mano. Cuando me di cuenta ya lo tenía a César al lado, habíamos congeniado tan bien que casi a diario nos encontrábamos en el Centro de Lima. Él venía desde La Victoria y yo desde San Juan de Lurigancho. Me acompañaba a varios eventos, y siempre decía en son de broma que yo era “camarita” y él era “camarón”. Le gustaba reírse de él mismo, le gustaba reírse de la vida.
César era un tipo muy observador, amante de la historia, gran conversador y un soñador. Siempre estaba inquieto, siempre quería hacer algo nuevo, para él nada era imposible. Poco a poco fui conociendo más de su familia. Me contó que vivía con su madre, que tenía dos hijos, que se casó muy joven y estaba separado. Me contó también que estudió derecho en la PUCP, y recordaba con nostalgia alguna de sus aventuras políticas de la universidad. Cuando hablaba de su padre y sus recuerdos, César se transformaba, era como si cada instante lo volviera a vivir. Abría grandes los ojos, levantaba el mentón y luego de una breve pausa soltaba su gruesa voz.
Su risa era contagiante, como también sus sueños. Así comenzamos a ser cómplices y a organizar actividades culturales. Ayudó a muchos artistas, gestionó diversos eventos y hasta se dio el gusto de publicar un libro. Por varios años gastamos suelas, por varios años compartimos pequeñas historias de nuestras vidas. Su espíritu campechano y entrador, le permitió con el tiempo ser uno de los mejores gestores culturales de Lima. De él aprendí a hacer eventos sin plata, de él aprendí que en este país todo es posible.
A César lo vi reír a carcajadas, pero también lo vi llorar. Me hablaba de sus hijos y me comentó que no podía verlos. Me dijo que un día para poder estar cerca de ellos se tuvo que vestir de Papá Noel, solo así pudo sentar a sus hijos en sus piernas. Lloraba mientras me decía “quise abrazarlos y decirles que era su papá, pero no podía”. Tenía sus problemas y su tristeza como todos nosotros, pero aun así siempre fue una persona noble. Tuvimos nuestras diferencias, pero siempre de forma educada, jamás nos faltamos el respeto. Jamás nos dimos la espalda.
Con César viajamos a Ica, estuvimos en las vendimias, recorrimos bodegas pisqueras, visitamos chacras y disfrutamos del pisco. Éramos más jóvenes y creíamos que lo podíamos todo. En ese trajín César Costa se apasionó con la historia del pisco, comenzó a leer todo lo que existía respecto al pisco y a degustar todo lo que lleve el nombre de pisco. Luego llegó la época de su relación con la Academia Peruana del Pisco. Al poco tiempo César ya estaba organizando festivales pisqueros, y defendiendo a capa y espada que el pisco es peruano. Paralelamente apareció Radio Lima Gris en el 2015, ahí desde su programa Caja Negra, entrevistó a diversos productores de pisco, académicos, artistas, abogados, políticos, poetas, periodistas y diversos personajes de la cultura peruana. Todos llegaban a la radio y todos disfrutaban de una buena conversación. Así aprendimos que las uvas pisqueras son ocho, que hay una denominación de origen y que existe un testamento de 1613 de Pedro Manuel “El Griego”.
Desde que lo conocí César escribía de largo, había noches que golpeaba las teclas de una cabina de internet hasta el amanecer en Miraflores. Algunos textos eran crónicas, otros pasajes de su vida, también escribió cuentos y poemas. Con el tiempo llenó el disco duro de su computadora con archivos de su investigación, artículos sobre pisco y memorias de su vida, que terminaron por fin en un libro. Sé lo mucho que le costó sacar su libro “Bohemias Prohibidas: pisco, cultura y café”, una publicación que reúne un estudio de la presencia del pisco y sus cócteles, particularmente en la narrativa de Mario Vargas Llosa. Sacar ese libro fue todo un parto. Sé que sacó un préstamo y se endeudó con el banco para poder imprimirlo, pero aun así fue feliz.
Cuando se muere un amigo no quieres creer que es verdad, pero el llanto al otro lado del teléfono me dejó sin palabras. Quiero contarte César, que se te va extrañar. Arecely me avisó de tu muerte y vi llorar a tu madre como lloran los niños. No quise acercarme a mirarte en el cajón, porque quiero recordarte riendo y diciendo: “camarita y camarón”.
Gracias por todo y hasta siempre, querido César.
(Para los amigos les dejo uno de sus programas en radio Lima Gris. Gracias a lo digital podemos volver a escuchar todos sus programas en el siguiente link https://www.limagris.com/page/1/?s=caja+negra )