Mario ha muerto, escribo esto cuando esta vivo, escribo esto cuando los rumores de una grave enfermedad pululan entre las chismosas colegas de culturales. ¿Desde cuándo el primer borrador de óbito? Desde 2020, 2010, 1992. Qué importa. La hora de los putrefactos ha llegado. Las lágrimas plañideras de El Excélsior, de Clarín, El País, ABC, La gaceta de Galicia o el Gara de Euskadi. Mario ha muerto, y después de él no queda mucho que decir ni a quien leer. Muerto el último dinosaurio solo quedan marsupiales a este lado del charco.
Lo mejor que tenemos es una Mariana Enríquez y ahí dejó el asunto. Más suerte tiene España con Juan Manuel de Prada. Porque en Latinoamérica se nos murió muy pronto el heredero del Boom, el hispano mexicano Bolaño, lastima que su obra ha envejecido rápido.
Quedan en Perú los pajes del ataúd del mejor de nuestros autores, quedan los Ampueros y Cuetos, los Cisneros que no pisan el talón de los Villoros, quedan los Bedoyas, los Alonso Alegrías (muerto entre los vivos, buen dramaturgo a quien ya olvidaron en vida. Si seremos de desalmados con los viejos), quedan tres o cuatro nombres en la lista de los autores menores y después solo el mármol del último novelista peruano. Aquel zorro plateado al que jamás quiso su país, país de callados, país de resentidos, de envidiosos, de odiadores profesionales, país de amargos. A cada quien su clavo en el ataúd. Porque para matar una mosca con un martillo no basta con tener el martillo en la mano. Hace falta saber dónde está la mosca, y si sabes dónde está la mosca, ¿Para qué coño quieres un martillo?
Mario ha muerto y no tengo nada mejor que decir que todos los asalariados escritores de papel mojado de periódicos que pagan sus artículos. Esto lo hago de gratis, porque ni modo. Así que queriendo ser honesto , cosa rara en mi, quiero terminar por empezar por hablarte Mario y serte sincero.
Escribir no me sale. A la Kareen, sí. Dios da carne a quien no tiene dientes mientras el que teniendo dientes se le deja con hambre. Ni modo. También yo soñé con tu éxito. Pero ya haciéndome viejo me he percatado antes de algo que tú bien supiste después. Que como dijo Paco Umbral: el éxito está vacío. Porque nada asegura Mario que ni tú ni Gabo lleguen a la ansiada posteridad del siglo XXIV. Como tú compadre, solo escribiste para tu siglo. Craso error. Sin embargo, algo queda desde las alturas de la envidia latinoamericana. De lejos tú eres autor de la única novela auténticamente política del siglo en nuestro continente y esa es Conversación en la catedral. Ni Cortázar ni Gabo y menos Fuentes fueron capaces de hacerla como tú. Porque la política en novela es más que un marco dictatorial o la presencia de una corrupción como estructura de los vínculos, es lo que fue tu obsesión: la paternidad. Bola de oro es el símbolo de esa relación política degenerada al punto de una velada homosexualidad que generó horror en quienes lo leímos por primera vez. La imagen del padre hecha añicos. Coño, eso sí que fue inolvidable. El parricidio tocando el sótano del infierno. Eso fue de genio. Gol de media cancha, gol de Enrique Borja para el América.
Ahora te has ido. La luz de tu cuarto está apagada. Tu entierro fue bonito. Te visitaron tus amigos, incluso los que te debían plata. Te lloraron bien, tu mujer, tus hijos, tus nietos. Ahora tu posteridad es otro asunto. Qué libro saltará esa pared de plomo llamada siglo XXII, no lo sé. ¿Y tu alma? ¿Dónde está tu alma? Mientras escribo esto pido y rezo para que tragándote el orgullo converses con el Viejo, arregles los pendientes y cumplas como hijo pródigo. Arrepentirse es de valientes. No es que lo grites en los techos, es que salves el pellejo de tu alma. Hasta ahí mi deseo mientras todavía vives lejos de la mortandad, en el momento exacto en que escribo este ejercicio propio de mi condición de trepa aprovechategui.
Sabes qué Mario, aquí entre nos, y me guardas bien el secreto entre los gusanos o entre las cenizas biodegradables, en el fondo , más allá de toda sonrisa de mentiras, odio a todos estos escritores. No sé cómo los aguantas. Escritores, qué desperdicio de tiempo, de vanidad. Se pelean por el capricho de una inútil gloria de una reseña. Y lo felices que se ponen cuando los lees, cuando los comentas, cuando les haces una reseña de verdad. Se ponen como niños. Cierto que me dan asco, Pero también un poco de ternura. Es que están tan solos, tan faltos de lectores. Entonces hipocresías aparte me esmero en leerles como un padre aburrido que trata de esforzarse por comprender hasta tocar la seda de su dolor, porque para ellos esas páginas sueltas son importantes, son lo único que tienen. Y eso me conmueve, a veces, solo a veces cuando una línea funciona y en dos palabras lo logran, aunque solo sean dos palabras.
Entonces, paciencia y a leerlos como un padre a un hijo y encontrarnos en un párrafo y compartir una sensación, un sentimiento que no pasa, algo inútil Pero urgente: una lágrima que se chorrea por una mejilla en el silencio de una mirada. Porque leer es escuchar con los ojos. Como decimos en Vallecas, si quieres guardar un secreto publica un libro. Pero los peruanos, ufff los peruanos. Así sean de San Marcos o de la Pacífico o de la Católica. Tus paisanos son los peores. Dios dame paciencia. Porque aquí, aquí poquísimos, y muy ciegos, y muy amargados, muy crecidos estos gallos, solo un autor he encontrado pero le hace falta formación, lo que si sobra es el plomo en las alas de tus niños que ni odiar saben. Para resentidos, príncipe de las mentiras el compra venta de prestigios de Navales. Ese sí que tiene talento. Lastima que no exista tampoco o al menos tanto como el alquimista Fulcanelli. En fin, Mario un abrazo, y todo mi cariño. Me llevo de ti tres o cuatro libros. Por cierto , tú me caías mejor que el pesado ese, el amigo de Fidel, ya sabes de quien te hablo.
Te recuerdan tu mujer, tus hijos, tus nietos, tus lectores y los escritores que te sobrevivieron debiéndote plata.