Opinión

Adiós maestro Gerardo Chávez

El arte peruano despide a uno de sus hijos más brillantes.

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Desde hace casi dos años, el maestro Gerardo Chávez libraba en silencio una batalla contra la fragilidad del cuerpo. Su familia, celosa guardiana de su intimidad, eligió el silencio como escudo. No hubo partes médicos ni declaraciones; solo el rumor que a veces se asomaba entre círculos de amigos, susurros de pinceladas detenidas. Incluso el 20 de junio, desde sus redes, la familia se apresuró a desmentir el rumor de su muerte. Pero quienes conocen el mundo del arte saben que las verdaderas noticias viajan sin micrófono y corren por la voz emocionada de quienes lo amaron, lo admiraron y compartieron su atmósfera creativa.

La comunidad artística nunca dejó de preocuparse por él, como se preocupa uno por aquello que ya es patrimonio del alma colectiva. Porque Gerardo Chávez no fue solo un pintor, fue una constelación entera en el firmamento del arte peruano.

Mi padre solía hablarme de su amigo Ángel, hermano de Gerardo y gran dibujante y artista. Pero mi descubrimiento de Gerardo fue personal y más profundo, porque en sus lienzos me encontré con la maravilla. Egresado de la mítica promoción de oro de 1959 de la Escuela de Bellas Artes, su viaje a Europa no fue huida, sino ascenso al éxito.

Tuve el privilegio de conocerlo. Visité su taller en San Isidro, una especie de santuario encantado con caballitos de madera y piano de cola, y al volver, me obsequió su libro “O el asombro perpetuo”. Allí me habló de su prodigiosa “Procesión de la Papa”; de Paiján —su tierra, su raíz—, y de cómo nunca se sintió maestro porque siempre fue alumno del asombro. Me confesó que entre artistas se observan de lejos, como aves raras—sin fraternidad—que no terminan de confiar. Pero también me habló con orgullo de sus dos hijos culturales: el ‘Museo del Juguete’ y el ‘Museo de Arte Moderno de Trujillo’.

Hoy, Gerardo, te imagino abrazando a tu madre Estelita, esa tierna mujer a la que, siendo niño y con solo cinco años preguntaste con candor: “¿Por qué lloras, cholita?”. Ella solo te acarició la frente con tristeza, porque estaba partiendo, como tú hoy, en silencio y con ternura.

Descansa en paz, maestro. ¡Ave Gerardo!

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