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ADIÓS ALEXANDRA Y GABRIEL, OBREROS DEL PERÚ

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Escribe: Rodolfo Ybarra

Trabajar en el Perú no tiene nombre. Las empresas nos tratan como bestias en horarios insoportables, diez, doce, catorce horas trabajando de pie sin poder sentarse. Ni siquiera nos dan implementos para la limpieza, ni guantes ni botas. Ni mucho menos seguro social. Varias veces avisamos que había cables peligrosos que salían de las vitrinas expendedoras de gaseosas. Nadie nos hizo caso. A nadie le importa lo que le pasa a un trabajador. No tenemos voz ni voto. Solo les importan las ganancias. Explotarnos hasta dejarnos como una hamburguesa para después botarnos a la calle. Y encima dicen que somos “colaboradores”. Solo queremos que sepan, que teníamos muchos sueños, terminar nuestras carreras, ahorrar para, algún día, poder vivir juntos. Quizás casarnos: yo de blanco y él con un terno a rayas con cola de pingüino.

Nos conocimos cuando éramos unos niños en el colegio “Nuestra Señora de Fátima”. A Gabriel le gustaba jugar mientras me mandaba cartas de amor. Él llegó a ser brigadier general, era muy estudioso y trabajador. Él me consiguió este empleo ya que al menos estaríamos juntos. Y podíamos vernos a la cara cuando el jefe estaba descuidado o mandarnos besos volados mientras atendíamos al público. Quizás solo nos quedaba soñar cómo iba a ser nuestro hogar, cómo sería tener una familia, un hijo. Seguro nadie se va a hacer responsable de lo que nos pasó. Ahora todos se van a negar. Y nadie tendrá la culpa. Esto sucede todos los días en los miles de empleos de nuestro país. Solo queríamos un trabajo para salir adelante y nos dieron esto. Nunca se olviden de nosotros, de los que trabajamos sin descanso, de los que no nos rendimos, de los que todavía creemos en un trabajo digno, de los que morimos día a día esperando que nuestro estado se preocupe por nosotros y solo nos da las espaldas.  

Pero ahora es tarde y para nuestras familias no habrá navidades ni fiestas de año nuevo. Las sonrisas se convirtieron en lágrimas. Solo quiero confesar que Gabriel siempre me quiso. Fue el amor de mi vida, mi “Gabito”. Mi amor grande. Y cuando me vio en el suelo se lanzó para salvarme y ahí nos quedamos dormidos para siempre los dos. Yo recién había cumplido 18 y él tenía 19 años.

Nunca se olviden de nosotros.

Alexandra y Gabriel, dos obreros del Perú.

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