Escribe: Rodolfo Ybarra
Trabajar en el Perú no tiene
nombre. Las empresas nos tratan como bestias en horarios insoportables, diez,
doce, catorce horas trabajando de pie sin poder sentarse. Ni siquiera nos dan
implementos para la limpieza, ni guantes ni botas. Ni mucho menos seguro
social. Varias veces avisamos que había cables peligrosos que salían de las
vitrinas expendedoras de gaseosas. Nadie nos hizo caso. A nadie le importa lo
que le pasa a un trabajador. No tenemos voz ni voto. Solo les importan las
ganancias. Explotarnos hasta dejarnos como una hamburguesa para después
botarnos a la calle. Y encima dicen que somos “colaboradores”. Solo queremos
que sepan, que teníamos muchos sueños, terminar nuestras carreras, ahorrar
para, algún día, poder vivir juntos. Quizás casarnos: yo de blanco y él con un
terno a rayas con cola de pingüino.
Nos conocimos cuando éramos unos
niños en el colegio “Nuestra Señora de Fátima”. A Gabriel le gustaba jugar
mientras me mandaba cartas de amor. Él llegó a ser brigadier general, era muy
estudioso y trabajador. Él me consiguió este empleo ya que al menos estaríamos
juntos. Y podíamos vernos a la cara cuando el jefe estaba descuidado o
mandarnos besos volados mientras atendíamos al público. Quizás solo nos quedaba
soñar cómo iba a ser nuestro hogar, cómo sería tener una familia, un hijo. Seguro
nadie se va a hacer responsable de lo que nos pasó. Ahora todos se van a negar.
Y nadie tendrá la culpa. Esto sucede todos los días en los miles de empleos de
nuestro país. Solo queríamos un trabajo para salir adelante y nos dieron esto.
Nunca se olviden de nosotros, de los que trabajamos sin descanso, de los que no
nos rendimos, de los que todavía creemos en un trabajo digno, de los que
morimos día a día esperando que nuestro estado se preocupe por nosotros y solo
nos da las espaldas.
Pero ahora es tarde y para
nuestras familias no habrá navidades ni fiestas de año nuevo. Las sonrisas se
convirtieron en lágrimas. Solo quiero confesar que Gabriel siempre me quiso. Fue
el amor de mi vida, mi “Gabito”. Mi amor grande. Y cuando me vio en el suelo se
lanzó para salvarme y ahí nos quedamos dormidos para siempre los dos. Yo recién
había cumplido 18 y él tenía 19 años.
Nunca se olviden de nosotros.
Alexandra y Gabriel, dos obreros
del Perú.