No sé si este fin de año seguiré las cábalas protocolares, tampoco pienso hacer aquí mismo mi recuento de los mejores libros del año. ¿Quién puede dar una opinión integral? ¿Alguien lee todos los libros publicados al año en el Perú? Tal vez solo González Vigil, pero otros, menos lecturófilos de lo actual (y sin “poder adquisitivo”) no llegamos a tanto. Mi lista se compone de todos los libros que comenté semana a semana en esta columna.
Adiós 2024, te vas con tu violencia y cielos lilas, ¿qué es la vida en el Perú sino un poema tristísimo que mis ojos dibujan? Y, sin embargo, vivimos en medio de una realidad política horrenda y de la corrupción derramándose. ¿Vivimos? Mejor dicho: sobrevivimos aspirando el smog de las avenidas y alimentándonos de frutas con insecticida. Más allá de eso, si pongo las doce uvas en mi boca no será un verso de Huidobro. No, pero sí la renovación de los ánimos futuros. Una uva, por el presente de la literatura peruana; otra, para mis hermanas que son como todas las muchachas peruanas.
Una más para mi abuela, porque vive como nadie la relación con la muerte. Otra uva, para el futuro de mi Alba; otra, para los amigos que difunden cultura, porque su lucha no es vana; esta, para los profesores, porque tiene un trabajo colosal que es mantener viva la esperanza; la uva del futuro, para los que se desaniman de sembrar en este país. Y no sé cuántas uvas ya voy, pero otra para ti, poeta del futuro, para que endulces tu corazón en medio del infierno. Otra para ti, mi amor, por acompañarme. Y otro para mis pocos amigos, por soportarme. Otra para ti, peruano luchador, porque es tuyo para siempre el pan diario.
En fin, cada uva que colocaré entre mis labios mientras el cielo se ilumina será para pedir por los otros, por los que me acompañan en el camino de la vida. Miro por mi ventana las calles de Seremsa y me despido —triste, alegre, humano— del 2024. ¡En el cielo brilla un sol parecido a un durazno!
(Columna publicada en Diario UNO)
