El vacío legal en el caso del acoso en redes sociales es terrible.
Lo peor es que dentro del ámbito que la ley cubre hallamos varios elementos que favorecen al agresor . Por ejemplo, la táctica de permanecer en silencio*.
Generalmente, esta argucia es usada por la recomendación de los abogados que defienden a agresores para que la parte agraviada exponga todas sus posibilidades, pruebas y argumentos. Luego, no es demasiado difícil hallar en todo lo expuesto algún asomo de contradicción. De esta manera, se llega a desvirtuar acusaciones que generalmente son ciertas. Es una mala práctica lamentablemente difundida in extenso y que ha asumido buena parte del medio periodístico en el deplorable caso Faverón.
La única opción digna por parte del sindicado es dar un manifiesto público y denunciar por difamación a quienes lo han señalado como un acosador… en caso que pueda exponer algo distinto a la mera «desvirtuación» que sus amigos y conocidos han orquestado respecto de cada testimonio expresado en su contra**.
Si, en verdad, hubo victimas de este personaje creo que no deberían victimizarse más y, por tanto, deberían presentar ipso facto las denuncias correspondientes ante el Ministerio Público.
* Este texto ha sido expuesto con independencia de que esta reserva de silencio se vincule al principio de no autoincriminación y a la presunción de inocencia , siendo, en ese sentido, un derecho del individuo en general.
**Sin duda, en este caso han mediado diversos rencores y orgullos heridos que se han visto cobrados con violencia ante la endeblez del contrincante caído , modos típicos que no pueden sorprendernos dentro de un medio tan cobarde como el literario peruano y buena prueba de ello son los viperinos textos de varios enemigos de Faverón, enemigos que, por otro lado, se ha ganado a pulso con el correr de los años, etc. Pero el otro lado, el de aquellos que lo cubren contra viento y marea es otro modo de vergüenza insoportable que sepulta las posibilidades de justicia para el imaginario colectivo nacional.