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ACERCA DEL ARTE VITALISTA Y SUS SIMPATIZANTES

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Grupo poético Kloaka

Pasa que algunos entienden la creación estética como el resultado de algún tipo de sensibilidad especial cuyo resultado es una obra más o menos cercana a  la experiencia de la vida misma. Valga decir, existe quienes entienden la producción artística como algo ¨vital¨.  Esta concepción no tendría nada de malo ni de especial –pues la mayoría de personas no tendríamos mayor problema con admitir, aunque con ciertas licencias, esta idea- de no ser porque, además, esta concepción vitalista de la producción y el objeto artístico en sí mismo, viene acompañada de  cierto rechazo por el trabajo intelectual que le da origen, así como con cualquier tipo de análisis o evaluación más o menos académica sobre ella.

Pero este rechazo no queda allí. Las personas que participan de esta concepción vitalista ven, además, en su rivalidad (unidireccional y solitaria) algún tipo de lucha justiciera entre el bien y el mal, entre la justicia y la crueldad, entre la alegría y la tristeza, entre la vida y la muerte, que deriva en una especie de militancia política implícita de un partido no enunciado pero sabido: el partido político del ¨ arte de la vida ¨. No pienso detenerme -al menos no ahora-  a pensar en los posibles orígenes históricos o filosóficos de esta actitud que, a lo mejor, en algunos casos derivan del espíritu romántico o de cierta actitud inconscientemente posmoderna (la desacralización del saber científico), pero pasa que en nuestro medio literario actual esta actitud suele corresponderse o con algunas escuelas de creación literaria (como los grupos Hora Zero y Kloaka), que aunque importantes, no se corresponden más con nuestros tiempos, o con jóvenes adolescentes que, si bien gustan del arte, no poseen ningún tipo de formación o criterio serio alrededor de ella, consecuencia de lo cual terminan militando en el viejo partido de ¨el arte de la vida¨.

Hasta allí, tampoco habría ningún problema. Es decir, muchas personas de adolescentes participamos (me incluyo), ya sea consciente o inconscientemente, de esta idea. Nuestro exceso de entusiasmo y nuestro poco conocimiento, sin duda, jugaron a favor de creer que, en definitiva, el arte, a través del cual nos identificábamos, no podía ser sino eso, vida misma. No obstante, con el paso del tiempo, la madurez emocional y un mayor desarrollo de la conciencia artística, termina finalmente imponiéndose, dejando de lado esta idea, para tener una visión más amplia y problemática sobre lo que nos apasiona.

El problema surge cuando esta etapa no es superada. Algunas personas, pues, a pesar de los años, siguen creyendo que el arte participa de una infinita trifulca que distancia a los que militan en la felicidad y en la vida, de aquellos sujetos (incluso seres) que saben poco, o nada, de lo que es auténticamente bello y bueno, que no saben de la felicidad. Es poco lo que puede respondérseles a estas personas porque de raíz desconfían del otro, lo ven siempre sospechoso, es su enemigo al fin y al cabo. Creen saber de la vida, pero en realidad están muy alejados de ella. Están presos en cierto facilismo ignorante y/o mediocre (artísticamente hablando, claro), que los termina llevando a renunciar de aquello que, en esencia, debería ser el fin último de todo desarrollo artístico: reflexionar sobre este y la experiencia. Algo que, además, no pueden terminar cumpliendo, pero a lo que se aferran, y que solo achacan a los que no militan con ellos.

Veamos sino a Oswaldo Reynoso y a su gran séquito de adolescentes (y viejos adolescentes) que creen ver en él no únicamente a un artista, que como tal vale, sino a una especie de profeta y mártir, a un padre sabio que ha soportado y sobrevivido a los embates de la maldad encarnada en la crítica y sus crueles y falsos acólitos. Yo, además, veo tristemente a muchos excompañeros de estudios que, tras abandonar la carrera o la universidad –porque no encontraron en ella lo que buscaban-, terminan aferrándose a esta idea con una especie de espíritu  ¨rebelde¨ en el cuál están inconscientemente presos y que, en definitiva, no hacen sino estancar su amor por aquello que dicen defender del resto, al arte.

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