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ABELINO, EL SUPERCHOLO QUE NO SE RINDE

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Escribe Mario Navarro

Con peinado engominado hasta las patillas, a la usanza de la vieja guardia lleva un gabán que alguna vez salió de la sastrería de un color rojo vibrante y sus botas de vaquero provinciano hacen que no necesita mayores presentaciones. Su rostro untado con bloqueador, gafas retro y puño levantado siempre dispuesto al despegue, ha sido fotografiado infinidad de veces por turistas extranjeros y por cuanto terrícola interrumpiera su vuelo por los jirones de una Lima cada vez más intransitable al ras del suelo. La mayoría nunca lo tomó en serio, pocos conocen su verdadera identidad y casi nadie sabe que de joven quiso ser torero, aspiró a ser regidor y hasta congresista cuando en los años 90 fue invitado a participar en una lista del partido Avanza País que lideraba “Frejolito” Barrantes. Desde ese preciso momento no se quitó el atuendo el cual diera rienda suelta a su candorosa locura.

Como cinéfilo nostálgico siempre admiró a Rodolfo Valentino y Brigitte Bardot, bailarín nato y de concursos, actor de método autodidacta y coleccionista ocasional de discos de vinilo que hasta hoy suele encontrar en el jirón Quilca a 10 o 20 soles. Treinta años han pasado desde la primera vez que bajó de los Barrios Altos revestido de cierta superioridad estelar; un espejo de bolsillo, un peine y unos guantes celestes fueron sus únicas armas para luchar a diario por la justicia. Anteriormente caracterizó al Llanero Solitario, el Zorro, Ché Guevara, Elvis Presley, trabajó como ayudante de carpintería, fue cuartelero de Hostal en la carretera central, vigilante con arma de fuego en la Vía Láctea, una residencial que quedaba al costado de la Universidad de Lima. Abel Esteban llegó a la capital a la edad de 13 años desde su natal Casma, cuando a su padre Don Jaime Chávez le propusieron hacer su traslado como administrador del correo central y luego fue un trabajador de Entel Perú. Ahora con la edad suficiente como para la jubilación huérfano de padre y madre nos ha demostrado tener la tenacidad de acero para resistir a la última embestida que lo quiere doblegar.

Hace poco más de tres años cuando nos conocimos su vista empezaba a ser diezmada por un ladrón silencioso que padecen el 2% de peruanos, y que es la segunda causa de ceguera a nivel mundial: el Glaucoma, o como él suele llamar a modo de póstuma resignación, la kryptonita, que le ha ocasionado un corto circuito en sus rayos X arrebatándole la posibilidad de seguir viendo el mundo que le rodea. Él reconoce que hubo descuido de atenderse a tiempo, y es que el glaucoma avanza sin que te des cuenta, cuando encontró al fin los  medios, o mejor dicho, los contactos para tratarse el ojo izquierdo ya lo tenía completamente perdido. Desesperado amarró bien las botas, se ajustó el cinturón por encima del ombligo, se puso los guantes y empezó a buscar a cirujanos que puedan hacerle el milagro de salvarle la poca visión que le queda. Viviendo en el Perú no está ajeno de ser un superhéroe Chihuán, por eso continuó trabajando en los cachuelos que encontraba con intermitencias en una joyería colombiana, en una tienda de vestidos de novia, repartiendo volantes y hasta como jalador para algunos restaurants del pasaje Olaya, en donde su precario jornal de 20 soles alcanzan poco en su casa de la Quinta la Reja donde vive con sus dos hermanas y su sobrina. Abel se aferra a la visión como un caballo sediento se abraza a la orilla de un río y no le da tregua a la desesperanzas de encontrar la cura para sus males, si por él fuera  cruzaría las fronteras, tanto así que su última aventura la quiere librar con médicos cubanos y viajar hasta donde estén ellos con toda la medicina avanzada que ostentan, si en plena operación ocurriera lo peor, al menos le quedará la sensación agridulce del deber cumplido.

Chávez no tuvo hijos, eso sí, súper aventuras nunca le fueron esquivas y los recuerdos de esos años mozos asoman como espumosas fragancias cada vez que encuentra a un interlocutor atento y ansioso de historias intergalácticas. Sus fotografías han viajado por todo el planeta tierra y sus reportajes en diarios revistas y televisión llenarían un  pequeño museo  en la su vieja Quinta de los Barrios Altos en donde vive con 120 familias, aquí pasa los días de verano recluido en cuatro paredes soportando a los adolescentes tirapiedras que patean la puerta de su humilde vivienda tildándolo del loco que ya no vuela y logrando que su presión intraocular no disminuya a pesar de las gotas que le recetaron para ello.    

Fotografía:  Gabriel Castillo Sal y Rosas 

Una de sus últimas incursiones, que parecía la más interesante le llegó en noviembre pasado cuando la trilogía más taquillera del país se estrenó, su presencia dio color y ayudó a vender la cinta por todo lo alto. Cuenta que lo abordaron en la Plaza de Armas y lo llevaron a la Universidad Agraria para filmar unas escenas sin libreto en mano, cuando lo despidieron le dejaron solamente cien soles en el bolsillo y un hasta pronto! Cuando fue por su cuenta a verse en la pantalla grande se sintió avergonzado de haber contribuido en una producción tan vulgar que deja por el piso al cine peruano. Él conoce de películas, por algo se caracteriza de esa manera tan peculiar y sabía de lo que afirmaba con el fastidio que solo te da un fraude y la desazón. Otra de las desventuras en el país de los pillos ocurrió el 2014, una empresa de telefonía también le metió cabeza utilizando su imagen en un spot publicitario que fue muy replicado en su momento, de los doce pagos de 1600 soles que acordaron le alcanzaron solo el primero ocultándole la copia de su contrato hasta el día de hoy. No es novedad que por aquí abunden los villanos de grandes logos.

A pesar de que la vida lo va colocando en la nebulosa, nuestro súper amigo recientemente pudo comprobar que ya dejó de ser el héroe solitario que lucha por la justicia, la solidaridad de su gente lo ha sido todo en este trance de la luz a la oscuridad. Quien lo ve transitando a tientas corren para asistirlo y cruzar la calzada con él en pleno mediodía, otros le brindan un fuerte apretón de manos y hasta le regalan unas monedas que tanta falta le hacen ahora que ya ninguna tienda lo quiere contratar ni para repartir volantes. Días antes de la navidad un grupo de artistas visuales, diseñadores, fotógrafos juntaron pequeños esfuerzos y realizaron una expo-venta en la cual se pudo recaudar fondos a cambio de obras inspiradas en el Superman Peruano y que estuvieron a disposición del público en el Parque Neptuno y como no pudo ser de otra manera, contó con la presencia del propio Abelino quien compartió muchas fotografías y el cariño genuino con muchas personas en una tarde mágica.   En el Instituto Nacional de Oftalmología se ofrecieron a tratar su mal, los doctores Noriega y Collantes lo siguen evaluando pero la decisión de operarse la tiene únicamente él y con ello intentar detener el  glaucoma severo que padece, decisión complicada para cualquiera en su sano juicio.

Algún día no muy lejano llegaremos al epicentro de la ciudad gris y nos toparemos con el adiestrador de ratas instruyendo teorías y conspiraciones a sus súbditos casuales, escucharemos sonrientes el singular pregón quien a lo lejos vende a S/.1 sol el manual del pendejo, olfatearemos las soledades de quienes se levantaron entre cartones esa mañana y tal vez, solo ahí nos preguntaremos: ¿qué será de la vida del Superman Peruano que ya no se le ve aterrizando por éstos lares? Y doblando por la Iglesia de Mercedarias, Avelino estará en su casa volando entre sus pensamientos y abrazado de su viejo tocadiscos esperando la hora de que se termine el triste sountrack de su propia película. 

(Texto publicado en la revista impresa Lima Gris 16)

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