Opinión

A propósito de “El discreto encanto de la burguesía”

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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No tengo un manual de instrucciones de cómo ver, hoy, en este resquicio del tiempo (2024) una —esta— película de Buñuel. Situación maravillosa ¡qué gran libertad! Bibliotecas enteras explican (sí y no) qué cosa es el surrealismo. Lo cual es gracioso; ¡la gracia es justamente que no haya explicación! ¿Oh, tanto esfuerzo, y no entender es lo mejor? Irracional, inconsciente, automático, misterioso, incomprensible, absurdo, la cosa no hace efecto, de acuerdo a los —a estas alturas venerables— surrealistas si puede ser lógica, razonable, inteligible, descifrable, decodificable, deconstruible. Ya sé, si digo películas surrealistas, o mejor, con elementos surrealistas, la gente entenderá mejor.  O eso se creerán.

Buñuel ha sido criticado, por no decir acusado de pasarse la vida repitiendo unos cuantos trucos bonitos de estos. Tal como en épocas más recientes gente tan interesante como un tal Raúl Ruiz (solo que más ‘intelectual’) o como David Lynch (solo que más ‘terrorífico’). O lo podemos reducir, fruto de la impaciencia haciendo tablas con la pereza, dentro de la categorización, como un cineasta eminentemente cómico. Vagamente a manera de insulto. ¿Por qué Buñuel no sería uno de los grandes? La pregunta me interesa.   

El gran truco consistiría en que el sentido común, el mores, la gran costumbre, tiene sus razones de ser (socioeconómica, ideológica, en el contexto de la geopolítica, de la lucha por el poder, y por el poder de imponer el famoso ‘relato’) pero ni llorando es la verdad, la verdad absoluta y esas cosas. Los surrealistas vienen a decir que lo real no es tal, que estamos engañados, que la vida es otra, muy diferente, y que sentimos la mentira (de ahí la infelicidad), y que tenemos que rebelarnos, que somos víctimas de una elefantíasica fake new, el sentido común de los burgueses.  

No sé si he dicho algo que no se diga en las bibliotecas sobre las que supuestamente me burlaba… Buñuel, no tanto Lynch, y menos, Ruiz, ya ha sido asimilado, ya casi ni choca, más bien complace, es un producto vintage, hasta cierto punto. Que un obispo haga o juegue a ser jardinero, que una pareja de ricachones tire en el jardín, que un diplomático trafique con drogas, que un tipo cuente súbitamente su triste infancia en un restaurante a dos desconocidas, etc., después de todo no es tan raro… Vuelvo así a esa concentración explosiva llamada Un perro andaluz.

(Columna publicada en Diario UNO)

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