Opinión

¡A mí no me abracen!

Lee la columna de Elio León.

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Recuerdo casi como si fuera ayer, en mayo del año pasado, lo que se vendría si Pedro Castillo resultaba ganador. Un gobierno sin rumbo fijo y un Parlamento dedicado a petardearlo semana a semana hasta que renazca nuevamente la idea de una vacancia por incapacidad moral. Dicho y hecho, aunque lo último aún se encuentra en el horno, esperando el momento preciso para soltar la estocada.

Le contaba a mi amigo Jorge, el eterno poeta de Magdalena, que para mí la política en el Perú (y otras partes del mundo) se trataba más de compadrazgos que de ideología marcadas, y que esa supuesta izquierda ferviente por ocupar todos los cargos del Estado, solamente se dedicaría a colocar a su gente de confianza. Nada que ningún despistado no sabría.

Jorge, aún incrédulo, me advertía cerveza en mano, que “¡el comunismo se apoderará de todos los negocios, y que esa gente va a arrasar con todas las empresas! Yo, impávido, le contestaba que tanto la derecha como la izquierda en el país solamente sirven de cascarón para otros intereses, que existen otros grupos que desde hace muchísimos años le vienen hablando al oído a los gobernantes de turno, como si de títeres se tratara. Pasó con Ollanta, pasó con Toledo, y pasará con Castillo, quien de los tres es el más manipulable.

Lo visto el miércoles pasado es solo una prueba de que no vale la pena si quiera irritarse por determinado partido político. Está todo conversado, no frente a pantallas, sino tras bambalinas, donde las cámaras no puedan ingresar. Tú me das esto, yo te doy aquello, y todos quedamos como amigos. Démonos un abrazo y que la gente piense que todo esto se trató de un malentendido.

Mi amigo no paraba de mover la cabeza en señal de rechazo. “Estás mal, Elio, aquí sí quedan políticos, lo que está fallando es el sistema”. Sí y no, le contesto nuevamente con ternura casi paternal. “Claro que está fallando el sistema, desde hace mucho tiempo, pero cómo quieres que vaya bien si los que están arriba no piensen de una manera tan egoísta, esperando una “chambita”, siendo capaces de decir que el cielo es rojo con tal de mantener su puesto de trabajo, relegando los intereses de los que realmente se preocupan para que ocurra una mejora en la sociedad. No hay políticos, insisto, solo hay mercenarios de la política”.

Dos viejos amigos de facultad se nos unen a la mesa de la terraza de la casa del buen Jorgito, economistas convencidos del mercado liberal y abiertos opositores de cualquier cosa que tenga relación con el partido del lápiz. “Mira, Elio, yo entiendo que a ti te guste toda esa vaina del romanticismo y la literatura, pero no me vas a venir a negar que desde que llegó a Palacio ese impresentable del sombrero muchos inversionistas se han largado del país; no queremos comunistas en el poder”, intervino mi viejo amigo Sebastián, primer puesto de la facultad de economía de la Católica.

“Oye, huevón, ¿tú crees que yo voté por Castillo?”, le increpé indignado mientras me acomodaba en mi asiento. “Te conozco más de 25 años y seguimos en la misma discusión si tal sistema es mejor que el otro y quedamos que para que funcione el sistema depende estrictamente de las personas. Mientras exista la corrupción en los individuos ninguno de ellos será el mejor”. “Sí, pero el capitalismo…”, respondió rápidamente mi viejo amigo que solo viene al Perú para pasar vacaciones.

Quiso acercarse a mí para darme un abrazo pero yo en son de broma le grité “¡A mí no me abracen!”, riendo a mandíbula abierta todos.

La noche estaba avanzada y todos, viejos y arrugados, nos despedimos como pudimos, olvidando si teníamos una ideología o postura política marcada.

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