Hoy todos ya saben cómo terminará la parábola contada alguna vez por Pedro Castillo, esa que hablaba de un pollo y un niño, o en realidad de un presidente y ‘Los niños’. El presidente ha estado en muchas situaciones casi en la misma condición de esa pequeña ave de corral, moviendo la cabeza de un lado a otro, desorientado, y con la mirada perdida. A ratos con la lengua trabada, en otras, con una palabra que no necesariamente era la de un maestro.
Digan que ganó la presidencia por una casualidad de la coyuntura, que la gente se ‘comió’ el cuentazo del hombre rural, marginado, profesor de escuelita, que, contra todo, llegó a Palacio. O que fue producto de una mente siniestra, en donde un ‘doctor’ le lavó el cerebro con cuatro panfletos de la lucha de clases y una videollamada, pasada la medianoche, para hablar del mito del Inkarri y los cuatro suyos. O que sencillamente, la gente no quería votar por la mujer menos trabajadora del país. El desenlace es el mismo: El Perú iba a perder sí o sí porque el pollo estaba muerto.
Pero qué duda cabe, si como cuenta el adagio popular “todo lo que empieza mal, termina mal”, la asunción del padre chotano fue un cabezazo contra la pared ni bien nos enteramos que había ganado. Sabíamos, con congoja y resignación, que ese pobre hombre no iba atar ni desatar absolutamente nada sentándose en la casa de Pizarro. Carente de ideología, de pensamiento crítico, de ética y, sobre todo, de valentía para afrontar por sí mismo los problemas que se van arremolinando alrededor suyo. Lo único que él o sus asesores le ordenan es mandar a voceros para que declaren por él, lamentablemente.
Y si una persona sin rumbo fijo se encuentra en el volante, entonces no exijamos mucho de los que están a su costado. Esos ‘sobrinísimos’, ‘cuñadísimos’, y todo el clan chotano que lo rodea no hace más que ‘comer’ con las dos manos todo lo que se le pone delante. Ocupando cargos que jamás iban a pensar ocupar, el mérito en ellos es una palabra mal copiada como las tesis obtenidas en una más que cuestionable universidad.
Con ese historial de mediocridad, los mal llamados ‘cojudignos’ fueron a votar por el pollo muerto, y era más que evidente por lo sintomático de la situación. Del plumífero. Desde hace días el oxígeno no llegaba a su cerebro, pero no importa, ya que es otro el que viene dando las ideas.
El pollo, a estas alturas, está recontra muerto, casi morado, y con un olorcito nauseabundo que hace imposible tenerlo cerca por más de treinta segundos. Ya casi todos le han dado la espalda, y hasta su propio partido — ese mismo que lo llevó al poder — ahora hasta piensa seriamente con votar a favor de una vacancia presidencial.
A estas alturas casi todos de su entorno vienen siendo investigados, algunos prófugos de la justicia, otros mudos, y los demás mirando a un costado como diciendo “conmigo no es”. Solamente el profesor se hace de la vista y culpa que todo se trata de un plan para removerlo del poder. Creería eso seriamente, pero al ver su comportamiento, ni siquiera hace falta mover un dedo para que él mismo se dispare a los pies.
Como diría el recordado Augusto Ferrando “una cocina surge…” al que me diga una frase bien razonada de nuestro jefe de Estado.