Opinión
29 Festival de Cine de Lima: Punku, un cine experimental tedioso
Lee la columna de Edwin Cavello
Hay películas que se parecen a sueños mal recordados: fragmentarios, inconexos, cargados de símbolos que no conducen a ninguna parte. Punku, del director Juan Daniel Fernández Molero, es una de esas películas. Pretende ser un portal hacia un cine nuevo, “descolonizado”, libre de las ataduras narrativas del occidente, pero acaba siendo un callejón sin salida donde se acumulan pretensiones estéticas y un experimentalismo vacío que confunde lo críptico con lo profundo.
La cinta, ambientada en la ciudad de Quillabamba, se presenta como un retrato caleidoscópico de personajes locales. Pero lo que se vende como observación poética es en realidad un catálogo de anécdotas deshilachadas, carentes de conflicto, emoción o siquiera una mínima intención dramática. El espectador se ve obligado a contemplar una sucesión de imágenes que más parecen material de archivo que cine en sentido pleno. ¿Dónde está la historia? Ni siquiera el exotismo, que tantas veces ha sido el salvavidas de ciertas películas tropicalistas, aparece aquí con algún vigor.
Fernández Molero parece obsesionado con la ruptura: rompe con la estructura narrativa, con la continuidad visual, con la lógica emocional. Recurre a múltiples formatos —Super 8, 16 mm, digital— como si el mero cambio de textura pudiese suplir la ausencia de contenido y de talento. El resultado es un ejercicio que no dialoga con el público, sino que lo margina, como si la incomprensión fuese parte del mérito.
Lo más preocupante, sin embargo, no es la audacia formal, sino la costra de seudo-intelectualidad que recubre cada plano. Punku no invita a pensar; obliga a soportar. Ni siquiera el desfile del concurso de Miss Sirena —que en otra película podría ser un momento de humor o crítica social— logra romper la monotonía general. Todo permanece encapsulado en una solemnidad forzada, como si el director temiera ser entendido.
¿Qué hace esta obra en la competencia de ficción del festival? No lo entendemos, pero Fernández Molero, sigue atrapado en el umbral de una idea que nunca llega a desarrollarse, continúa explorando un cine que parece escrito en clave, y que desprecia al espectador.
Punku significa puerta, pero esta puerta no se abre ni conduce a ningún lado: es un muro disfrazado de cine.