Hace varios años publiqué el libro “Secretos del túnel” que contiene un completo relato sobre los 126 días de infernal cautiverio de los rehenes del grupo terrorista MRTA en la residencia del embajador del Japón. Ha pasado el tiempo y el libro sigue teniendo lectores y en algún momento de este año 2022 en que se cumplen los 25 años del extraordinario rescate de los 72 rehenes, saldrá la tercera edición. No tiene importancia que esta nueva edición (que ya está lista) no esté en librerías el mismo día del aniversario. Lo que cuenta es que un buen libro se sostiene con sus lectores más allá de efemérides (y alguna mezquindad humana).
Lo importante es aquello que explica esta frase de Marguerite Yourcenar en su libro “Memorias de Adriano”: “Todo lo que saca a la luz el esfuerzo del hombre, aunque sea por un día, me parece saludable en un mundo tan dispuesto al olvido”. En ese sentido, este viernes 22 ha sido un día ejemplar por dos gestos.
En la ceremonia “presidida” por Pedro Castillo, los heroicos comandos Chavín de Huantar, que arriesgaron sus vidas para salvar las de los rehenes, decidieron no ponerse de pie cuando ingresó a la ceremonia el que funge de Presidente de la República. Algunos mojigatos que jamás han arriesgado sus vidas, han expresado críticas en lugar de entender que es un gesto simbólico por todos los peruanos que murieron y por todos los peruanos que sufrimos aquellos años de muerte, destrucción y barbarie que desató el terrorismo. Habría sido un deshonor a la memoria de los soldados muertos y mutilados ponerse de pie ante un individuo como Pedro Castillo que proviene de las filas del Movadef —la fachada legal de Sendero Luminoso—, que cantaba el himno senderista antes de llegar al cargo de gobernante de este país y que aprovechándose del cargo extendió, a días de empezar su “gestión”, el ilegal reconocimiento al pro-senderista Fenatep. A ese hombre llamado Pedro Castillo que guardó silencio y huyó de la responsabilidad de determinar la cremación del cadáver del criminal terrorista Abimael Guzmán, a ese individuo, los militares con honor y valentía no le deben ningún respeto.
El otro gesto importante en este día fue el discurso del jefe de la Dincote, el general de la Policía Nacional, Oscar Arriola. Su tono indignado y enérgico acaso sorprenda en un país acostumbrado a la voz baja y temerosa. Su mensaje encierra un reclamo porque estamos siendo contemplativos con quienes hoy están destruyendo el país. Se dirigió a los policías mutilados por el accionar de Sendero Luminoso y el MRTA diciéndoles: “Lo que ustedes hicieron ha hecho posible que los peruanos podamos disfrutar la paz y la democracia sin ninguna amenaza y ustedes estuvieron allí ofrendando sus piernas, sus brazos, su corazón, su mente y otros partieron pero su nombre está escrito en nuestros corazones, en nuestra sangre, nosotros no podemos traicionarlos porque encierran un alto grado de heroísmo, ¿quiénes somos nosotros para traicionarlos”. Y en cuanto a aquellos indignos jefes policiales que hoy sirven genuflexos a un gobierno que no respeta la ley, el general Arriola señaló que “aquel policía que se deja controlar, que se deja seducir, es un traidor a la patria y debe ser juzgado por nosotros mismos, los policías”.
Es un discurso que pone en riesgo su carrera —ya salió amenazante Vladimir Cerrón— y esperemos que exista la decencia de defenderlo si nuevamente, como hace unos meses, pretenden darlo de baja por cumplir con investigar. El gesto de valentía del general PNP, Oscar Arriola, tiene una importancia que debemos tomar en cuenta. Ya es momento de que distintos sectores se decidan de una vez a decir basta con actos concretos porque Castillo, Cerrón y el partido Perú Libre están destruyendo el país y no terminamos de entender que el país es nuestra casa, el lugar donde vivimos y el lugar de nuestro futuro.