Una de las películas peruanas que participa del 20° Festival de Cine de Lima es La última tarde, dirigida por Joel Calero. Un cineasta huancaíno que ha venido ganándose un propio espacio en la cinematografía nacional. Luego de Cielo oscuro, Calero regresa para intentar contar una historia postconflicto interno, con diálogos que pretenden ser esquirlas, pero que no abren ninguna herida, y terminan convirtiéndose en una perorata.
La carencia de los buenos guiones sigue siendo un tema recurrente en la mayoría de las películas peruanas. En La última tarde, este problema se repite. Es bastante pretencioso poner a dos actores frente a una cámara, y hacerlos dialogar basándose en un guion que sufre de estilo, carece de creatividad y peca de estereotipos.
Un buen guion debe de decir mucho con pocas palabras, como leí por ahí alguna vez “mis palabras son más fuertes que tus puños” o como diría Robert McKee “no solo es lo que se cuenta, sino también como se cuenta”.
A pesar del problema del guion en el filme, se tiene que reconocer al hombre que se pone la película al hombro, y nos da una muestra de lo que es ser un buen actor. Lucho Cáceres encarna a Ramón, uno de los personajes principales de la cinta. Cáceres sorprende en esta historia, su trabajo en el cine ha sido progresivo y ha encontrado ese carácter y talento que se necesita para pararse frente a una cámara.
No puedo decir lo mismo de Katherina D’ Onofrio, actriz peruana que interpreta a Laura; en esta historia, ella debería ser el personaje que acompaña a Lucho Cáceres, pero su presencia no ayuda a contribuir con la verosimilitud de la historia. Creo que un actor, también necesita de lecturas, de bagaje, y de mucho conocimiento de historia. Estos elementos ayudarán en muchos casos a sacar lo mejor de cada personaje y entender que el conflicto armado que se vivió en el Perú, no fue una postal.
Otro tema negativo en La última tarde, es la cuota de actores que tiene que tener el filme por ser una coproducción. Tener dos personajes colombianos trabajando en una institución del Estado, más que cuota de humor, resulta ridículo y poco creíble. Si es una necesidad la participación de los actores colombianos, trabajen con ellos, pero dándoles papeles menos protagónicos, ya que el acento colombiano desfigura la historia en éste caso.
En el tema técnico, la fotografía es plana, aunque la cámara hace un trabajo interesante entre planos secuencia y primeros planos. Sin duda, la luz barranquina no les facilitó la filmación. Al final el resultado es una película rescatable, pero pudo haber sido mejor. De igual forma nos da una buena muestra de la evolución interpretativa de Lucho Cáceres, actor peruano que se posiciona con méritos propios dentro de la cinematografía nacional e internacional.